En el estado Miranda se puede perder todo en media hora. Desde productores hasta exportadores, todos padecen el impune saqueo de sus cosechas, ya sea por bandas locales, extorsiones de funcionarios o un débil marco legal que fichas del Gobierno manipulan a su favor. Hasta 2010 la subregión, llamada Barlovento, fue la primera zona con mayor producción de cacao en Venezuela. Ahora, la inseguridad delictiva y jurídica aleja a nuevos inversionistas y agobia a quienes viven del último negocio rentable en estas tierras.

Al final de un camino polvoriento, en una plantación, una veintena de jóvenes aguardan nuestra llegada. Usan camisetas, shorts y sandalias rotas. Los más osados están con el pecho descubierto y descalzos, a la intemperie llena de zancudos y maleza. A varios les sobresalen pistolas y escopetas cortas de sus pretinas, intimidantes. Otros tienen fusiles recostados a las raíces de los árboles, a la mano ante cualquier emergencia.

Así nos recibe Barlovento en 2015, a 90 kilómetros de Caracas, capital de Venezuela. Seis municipios del estado Miranda están unidos por el repique del tambor y la tradición por la semilla que hace posible al chocolate: el cacao. “Esta siembra la recuperamos de hace mucho tiempo. La jalamos porque estaba perdida. Tenemos ya tiempo cultivando el cacao. Nosotros queremos trabajar tranquilos y dejar el mal camino”, dijo su líder con una escopeta cargada al hombro.

El grupo que esperaba la visita también se hizo parte de esa cultura luego de transitar por la violencia delictiva. Eran muchachos de entre 18 y 35 años de edad que se apoderaron de dos hectáreas de tierra y las convirtieron en una plantación de cacao. Como “la banda de El Junior” los identificaron sus vecinos y la policía hasta febrero de 2019. Ese año asesinaron al líder y último miembro vivo de la pandilla.

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En esta región de Miranda el cacao no es un cultivo, sino un culto. Por doquier hay representaciones pintadas de la mazorca, matas cargadas del fruto, campesinas, sacos de semillas. Uno sabe que llegó a la subregión mirandina porque en las paredes de colegios, plazas y casas hay al menos una imagen del grano. Las palabras “se vende y compra cacao” aparecen en cualquier sitio. Trozos de cartón y muros sirven de lienzo para el barloventeño que vive de esta industria, que movió 22.427.454 dólares en 2018 solo por exportación.

“Yo soy familiar de Cipriano Castro (gobernante venezolano 1899-1908). Esos son mis ancestros y las tierras las tenemos desde esa época. Antes teníamos hasta una oficina aquí, en Burguillos”, dice Freddy Padrón, uno de los 50 productores que hay entre la vía San José – Cumbo, del municipio Andrés Bello.

Barlovento tiene cerca de 1.500 productores de cacao. A diferencia de la banda de El Junior, la mayoría de los agricultores heredaron la propiedad de sus parientes. Algunos incluso mantienen las tierras de la época de la postesclavitud, cuando los latifundistas abandonaron los terrenos. Poco a poco pusieron en orden los papeles de propiedad, pero no todos están documentados.

“El tema del cacao es lo clásico de Venezuela: tenemos las mejores playas, pero tenemos todo descuidado”, explicó Raúl López, exsecretario de Desarrollo Económico de la Gobernación de Miranda. Lo mismos sucede con la semilla.

Junior era producto de ese “descuido”. Su producción, sin registro legal de su existencia, entraba al mercado formal sin más limitaciones que las “vacunas” a un funcionario policial o militar. Antes de dedicarse a la agricultura, era parte de la angustia de los productores del sector y la razón por la que al menos 10 casas cerca de El Morro, en el municipio Andrés Bello, fueron abandonadas.

Sus acciones y la de los suyos llegaron a perjudicar a Freddy, quien aseveró que había sido víctima de la delincuencia durante varios años. Sin embargo, su plantación sigue en pie. Está en Burguillos, una población vecina a la de El Junior.

Además de los delincuentes, la falta de tecnificación del cultivo y el robo de la producción, así como los cambios arbitrarios de las normas en la comercialización, son los principales enemigos del bienestar económico de Freddy.

También lo son el indiscriminado abuso policial y militar, que convierte una revisión de la mercancía en una oportunidad para extorsionar. La falta de un documento o el nerviosismo pueden resultar en el pago de una coima a funcionarios, en dinero o en kilos de cacao. Estos granos extorsionados también llegan al mercado formal sin ningún obstáculo.

El Estado es otro depredador del sector cacaotero. La debilidad del marco legal es aprovechada para ofrecer mejores ganancias a las empresas estatales, lo que deriva en inestabilidad jurídica y desestimula al productor. Las regulaciones de precio por debajo de la oferta y demanda, la prohibición de venta de cacao a privados, los cobros de impuestos no oficializados y la instauración del trueque como intercambio comercial, son algunas de las políticas gubernamentales que asedian al sector.

Esta inestabilidad paralizó a Barlovento y es lo que esta investigación busca demostrar, como parte del programa de Connectas y el Centro Internacional para Periodistas. Miranda fue, hasta 2010, la primera región de producción de la semilla en el país, según estimaciones de la Asociación de Productores de Cacao de Venezuela (Asoprocave).

En 2018, la Corporación Socialista de Cacao contabilizó que 8.295 toneladas se sacaron de las tierras barloventeñas, aproximadamente 700 toneladas menos que el estado Sucre, que tiene una superficie cosechada similar a la de Miranda.

Aunque para Asoprocave los números de la Corporación están sobreestimados, sirven para ejemplificar su denuncia: calidad y cantidad están comprometidos en la región. Sus miembros lamentan que la tradición, que sobrevivió a la modernidad, quede devorada entre la delincuencia y el Estado, dos actores que buscan sacar la mejor tajada del negocio del cacao.