Alicia y Víctor se reencontraron tras seis años de estar separados físicamente Credit: Iván E. Reyes

Tras ocho días en un centro de detención, luego de cruzar el Río Grande, Alicia por fin estaba en libertad. Se baja con prisa de una camioneta, mira hacia los lados  y grita en un español con “cantaito” zuliano: “Necesito llamar a mi hijo, necesito decirle que estoy libre. Él me está esperando.”

Nadie le presta mucha atención. Se lleva las manos a la cabeza. Luce desorientada. 

 Los otros migrantes que están con ella  son de Haití y de Cuba, no tienen como ayudarla. 

—Necesito llamar a mi hijo y no tengo celular, pero tengo el teléfono anotado- dice cuando se le acerca una persona que le presta el  teléfono. Las palabras se le atropellan al escuchar  del otro lado de la línea una voz masculina.

—Estoy en… en… estoy libre. Esto se llama Del Río, o algo así. Estoy en una gasolinera de donde salen los buses para San Antonio (Texas), ¿te espero acá o me monto en el bus?”

—Espérame ahí —respondió su hijo— en dos horas estoy ahí. No te muevas y mándame la ubicación por WhatsApp.

Alicia Suárez es nativa del estado Zulia.  Tiene 53 años de edad. Su hijo es Víctor. Él, a las 11:20 del martes 21 de septiembre de 2021, emprendió su camino desde San Antonio hasta Del Río para reencontrarse con su madre, después de seis años sin verla. Nueve días antes, el 12 de septiembre, Alicia cruzó el Río Grande junto a su cuñado. La meta era llegar a Estados Unidos, solicitar asilo y reencontrarse con su hijo mayor.

Migrantes Del Rio autobus
Del Río solo tiene una parada de autobuses y está compartida con una estación de gasolina

El recorrido de Alicia en tres intentos

La primera vez que Alicia Suárez decidió que era buena idea irse a Estados Unidos por la frontera fue en agosto de este año. Ella, su esposo y su cuñado viajaron desde Zulia, Venezuela hacia Barranquilla, Colombia. Compraron tres pasajes desde esa ciudad colombiana hasta Ciudad de México. En Estados Unidos los esperaba Víctor y otros miembros de la familia. Sin embargo, la suerte no los acompañó en este primer intento. Alicia, su esposo y su cuñado no fueron admitidos en Ciudad de México. Las autoridades migratorias del aeropuerto Benito Juárez tomaron los pasaportes de ellos y de otros venezolanos que venían en ese viaje. Pasaron varias horas y los devolvieron a Colombia.

“Después lo volvimos a intentar. Volvimos a comprar el pasaje. Nos fuimos para el aeropuerto de Barranquilla. Yo no sé qué pasó. Nosotros llegamos a las 3:30 de la mañana, pero el avión nos dejó. Yo creo que fue que vendieron más pasajes de los que podían llevar porque también se quedaron otras nueve personas”, así recuerda Alicia su segundo intento. Aquel avión despegaba a las 7:15 de la mañana, pero ni siquiera tras haber llegado con casi cuatro horas de antelación pudieron subirse a la aeronave.

Tras dos intentos fallidos, el ánimo y las ganas de hacer el viaje flaquearon. El esposo de Alicia prefirió volver a la Costa Oriental del Lago.

Finalmente, el 10 de septiembre Alicia y su cuñado viajaron desde Colombia a México. Dos días después ya estaban en la fronteriza Ciudad Acuña listos para cruzar el río. Los coyotes le dijeron que “todo iba a estar bien porque en México venía un día de fiesta y los policías no estaban tan pendientes de los migrantes”. Se referían al Grito de Dolores, acto conmemorativo que se hace el 15 de septiembre a las 11 de la noche para recordar el inicio de la guerra de independencia mexicana.

Cruce masivo de hatianos

El 12 de septiembre, a eso de las cinco de la tarde, Alicia y su cuñado comenzaron a cruzar el Río Bravo (Río Grande en Estados Unidos) con la esperanza de llegar rápidamente a territorio estadounidense. Así como Alicia, miles de migrantes haitianos cruzaban la frontera y empezaban a acumularse en la puerta de entrada de la ciudad Del Río, y, por ende, del territorio estadounidense. Los coyotes le dijeron esto a Alicia y le explicaron que su cruce lo harían en una zona lejana al puente porque por ahí “no era tan seguro”.

“Los coyotes nos dejaron, no sé si al principio del río, pero nos dejaron muy lejos. El coyote dijo que cuando llegáramos a la lomita cruzáramos a la izquierda y camináramos. Bueno, y nosotros le dimos y le dimos. Pasamos a las cinco y ya eran las once de la noche y nosotros caminando por un monte. Nos desesperamos y llamamos al 911”, relata Alicia. Antes de cruzar el río, ella necesitó de un caballo porque el nivel del agua era muy alto y se podía ahogar. Entre risas, la zuliana recuerda que tenía años sin subirse a un caballo y nunca pensó en que lo haría justo para cruzar un río, mucho menos para llegar a Estados Unidos.

Una vez del lado norteamericano, Alicia y su cuñado no encontraban la carretera. La instrucción era caminar y esperar a que alguna patrulla los detuviera. La noche del 12 de septiembre, Alicia y su cuñado llamaron al 911. La respuesta del servicio de emergencia fue que ellos debían esperar en donde estaban y que una patrulla los buscaría inmediatamente, pero esto no pasó.

“Nos dijeron que estuviéramos tranquilos, que nos iban a buscar. Pero fue mentira. Nos buscaron al otro día (el 13) a las once de la mañana. Yo me deshidraté, no podía caminar. Estaba desesperada, me dolían las piernas. No podía más”, rememoró Alicia.

Detenida en una celda con 17 mujeres

Alicia fue separada de su cuñado y él se quedó con el teléfono celular que sirvió para llamar al 911. Cuando los migrantes son detenidos por la Patrulla Fronteriza los funcionarios les ordenan apagar y guardar los teléfonos, y dejar afuera el pasaporte, el dinero y la dirección del familiar que los espera en Estados Unidos. Alicia fue llevada a un centro de detención e internada en una celda.

La zuliana recuerda que el espacio en el que estaba decía “capacidad para 12 personas” en un cartel, pero en la celda eran 18 mujeres hacinadas. En este lugar estaba Alicia junto a otras cuatro venezolanas, siete cubanas, tres haitianas, una rusa y dos mujeres más. La zuliana era la de mayor edad en la celda y las que hablaban español le apodaron “la tía”.

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Alicia estuvo detenida con 17 mujeres en una celda ideada para 12 personas

Alicia recuerda que el lugar era aseado y que se alimentó bien. También dijo que pasó ocho días detenida y fue entrevistada en varias ocasiones. Los funcionarios de migración tomaron sus huellas, le tomaron fotos y le hacían preguntas sobre sus razones para irse a Estados Unidos de esa manera. Alicia también recuerda que se bañó solo dos veces durante esos ocho días.

En la noche del lunes 20 de septiembre, Alicia fue notificada que había sido admitida en Estados Unidos y que podía irse del centro de detención. “El oficial encargado del lugar nos dijo que éramos libres, pero que como era de noche, mejor dormíamos ahí y al día siguiente nos llevaban al refugio”, recuerda la venezolana.

El martes 22 de septiembre, finalmente, fue liberada. Una camioneta de la Patrulla Fronteriza la llevó al refugio de Val Verde Border Humanitarian Coalition y allí recibió atención por parte de los voluntarios. Sin embargo, Alicia no se pudo comunicar completamente con su hijo. El refugio estaba colapsado por la cantidad de haitianos que llegaban cada día. Alicia se subió al carro que lleva a las personas a la parada del autobús casi por inercia, porque vio a otras personas hacer lo mismo. Cuando llegó al lugar no sabía qué hacer, solo pedir ayuda.

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El centro de refugiados ayuda a más de 300 personas por día


El reencuentro más esperado

Pasaron los minutos y Alicia estaba sentada en la tienda de la estación de gasolina que sirve como parada del autobús que conecta a Del Río con San Antonio. De vez en cuando se levantaba para revisar si su hijo había llegado. Preguntaba la hora una y otra vez, llevaba el tiempo en su cabeza.

—Él dijo dos horas. Ya debe estar por venir —decía en voz alta—. Mi hijo es alto, tiene los pelos como parados todo el tiempo y es medio blanco. Un muchacho guapo.

Alicia entró al baño de la estación de servicio y se cambió la camisa que traía puesta desde el 12 de septiembre. Aunque en el centro de detención se podía bañar, no podía cambiarse de ropa pues todo su equipaje estaba en manos de las autoridades del lugar. Alicia tamborileaba los dedos en la mesa y de vez en cuando se llevaba las uñas a la boca. Esperaba a su hijo. “Cuando esté con él me voy a tomar una sopa bien sabrosa, pero una sopa casera, como las que hacemos en Venezuela”, dijo entre risas. 

Corrían las 2:10 de la tarde del martes 21 de septiembre. Alicia se levantó de la silla, se puso de puntillas y sus ojos se iluminaron como a un niño cuando abre los regalos de Navidad. “¡Ahí está!” Alicia soltó un grito de alegría y salió corriendo de la tienda.

Su hijo, un hombre alto de tez clara, con una franela blanca y los ojos achinados, la recibe en la puerta. Ambos se funden en un abrazo que se extiende por más de un minuto.

—Ya estoy aquí, ya estoy aquí, mi bebé —dice Alicia que se estira lo más que puede para alcanzar a su hijo

—Gracias a Dios, mamá —responde Víctor que ya no está blanco. Ahora está rosado, casi rojo y con los ojos aguados.

Alicia y Víctor se reencontraron tras seis años de estar separados físicamente Credit: Iván E. Reyes

Víctor manejó casi dos horas y media desde San Antonio hasta Del Río. Ahora emprendería ese camino de vuelta, pero junto a su madre. Luego se marcharían a Florida, donde vive Víctor con su esposa y donde, con 53 años de edad, Alicia iniciará su nueva vida.

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