Un vídeo circula en internet. A través de las redes sociales que son algo así como la radio bemba del siglo 21, llega finalmente a mis manos las fuertes imágenes del asesinato de un hombre apodado “El puñito”. Aparentemente se trataba de un delincuente de los que por miles, tenemos en Venezuela.

La escena es realmente estremecedora. El hombre es asesinado a tiros, rociado con gasolina y quemado en plena calle de un barrio caraqueño. Es plena noche, y no hay nadie en el lugar más que los verdugos, quienes además portan armas de guerra, armas que por cierto deben estar única y exclusivamente en manos de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, no en las calles.

No puedo terminar de ver el vídeo, no soporto ver la frialdad con la que es acribillado y quemado, aún cuando se haya tratado de un malandro de los más malos. Se trataba de un ser humano con madre, con padre, quizás con hijos, es decir, seguramente alguien lo amaba y que a alguien amaba.

La calle del terrible hecho esta desolada. Claro, puedo imaginarme que nadie querría presenciar el hecho, o si alguno por morbo quería hacerlo, es posible que el miedo ejercido por los verdugos no permitió que alguno se asomara a ver el macabro espectáculo.

Lo ocurrido con “El Puñito” es apenas una mínima muestra de la profunda crisis de valores en la que estamos sumidos como sociedad, como pueblo, es la otra crisis, de las que muchos se preocupan y de la que poco hablan las autoridades.

Es la crisis que va ahí, sin pausa, como una caravana fúnebre dejando a su paso llanto, tristeza, además de desesperanza y una profunda crisis social difícil de sanar. La violencia y la deshumanización de esa parte “podrida” de la manzana se extiende sin remedio, siendo sin duda lo más preocupante, afectando la ya crítica situación del venezolano.

Apenas pasan unos días desde el suceso donde perdió la vida “El Puñito” y un nuevo hecho donde se ha puesto de nuevo en manifiesto la violencia que nos distingue del resto de los países del Sur de América, excluyendo a Brasil, donde ocurren cosas muy similares.

Precisamente en Tumeremo y de acuerdo a los reportes periodísticos, 17 personas dedicadas a la minería fueron desaparecidas en un acto adjudicado a un delincuente poderoso apodado “El Topo”, quien se ha convertido en juez y verdugo en una zona inundada de riquezas pero habitada por gente muy pobre.

“En Tumeremo es un secreto a voces que las mafias que dominan las minas tienen fosas comunes”, reseña El Nacional, el cual agrega que “El Topo” alimenta cochinos con carne humana.

No hay nada que ponga en duda que la violencia se ha instaurado en la sociedad, en el país, como si de un signo natural se tratara. Creo que la violencia y el miedo llegó para quedarse, lamentablemente, por mucho rato, echando de la casa a la cacareada alegría que nos caracteriza, porque no puede ser feliz un país en cuyas calles se juzgue y se mate así, como si nada.

Por supuesto, no hay explicaciones coherentes o mejor dicho decentes de lo que ocurre, porque lo importante para la gente dejó de ser importante para el Gobierno. Eso paso a otro plano, ellos andan en otra cosa.

A miles de kilómetros, cuatro niños venezolanos comienzan el año escolar en Chile, donde a diferencia de Venezuela esto ocurre la primera semana de Marzo y no en Septiembre. Las madres de estos cuatros pequeños enfrentamos juntas la ansiedad de ver a nuestros hijos llegar a un lugar nuevo, enfrentando un nuevo sistema, en un país al que apenas acaban de llegar.

Con el “corazón partío”, los observamos en la formación tímidos y expectantes. Llega el momento de cantar el himno y ya no es el Bravo Pueblo, sino el chileno, una letra que igual nos toca hondo porque habla de la “dulce Patria”, esa que dejamos lejos, en algunos casos, para que la violencia cruel e invasiva no nos alcanzara, y otros porque ya fueron impactados dolorosamente por ella.

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