La mañana del 24 de noviembre de 1994 era como cualquiera otra en el departamento de homicidios de la Policía Técnica Judicial (PTJ). Funcionarios entraban y salían de sus despachos, el ajetreo acostumbrado en los pasillos. Mientras tomaba su café cotidiano, a Óscar Bracho le asignaron investigar la muerte de una mujer hallada sin vida por sus vecinos en Bello Monte, Caracas.
A 26 años de resolver el caso de Mercedes Mota de Arreaza, Bracho aún mantiene vívidos sus recuerdos. No tiene que recurrir a ningún libro ni a la búsqueda de Internet para dar detalles de aquellos lejanos días cuando el retirado inspector de la PTJ era detective y pertenecía al área de inspección de la comisión de homicidios.
Bracho no perdió tiempo. Dejó la taza de café en el escritorio y, junto al comisario Antonio José Castro Padrón, se subió al Chevrolet Celebrity blanco, uno de los vehículos de la comisión. El destino era el edificio Nueva Esparta, de Colinas de Bello Monte.
Al entrar al edificio, subieron hasta el piso 2 y llegaron al apartamento C-4. La aglomeración de personas, muchos vecinos y otros periodistas de sucesos, lo sorprendió. Estaba claro que la noticia había conmocionado a la comunidad.
Para Bracho, lo más inusual de la aglomeración dentro del apartamento era la reacción de los vecinos al estar dentro de una escena del crimen.
—Bueno y ¿por qué hay tanta gente aquí? ¿Aquí está el cadáver?—, preguntó el inspector en voz alta, pero la respuesta dada por uno de los vecinos lo dejó con más dudas.
—La muerta no está aquí, está en el apartamento de al lado—, respondió uno de los vecinos de la comunidad.
—¿Cómo es que no está el cadáver en este apartamento y estamos entrando por aquí?— nuevamente cuestionó Bracho a la audiencia.
—No, para ver el cadáver hay que entrar por allí. Por esa reja que hay en el balcón—, respondió otro vecino, mientras señalaba una pequeña puerta que compartían ambos apartamentos, a través del balcón.
El cadáver de Mercedes Elena Mota de Arreaza, de 26 años de edad, estaba tendido en la cama del cuarto principal del apartamento de su madre. Tenía signos de estrangulamiento.
Para el detective, la escena del crimen era un desastre. Bracho pensó que sería difícil empezar las investigaciones en el lugar.
“Vi policías metropolitanos, bomberos, Disip (Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención), inclusive el camarógrafo de Santiago Gutiérrez (periodista) estaba montado en una escalera filmando. Era evidente que la escena del crimen estaba contaminada. No era acorde a lo que era la investigación penal. Había muchas personas en el sitio de sucesos”, recuerda.
Exigió a todos los que estaban dentro del apartamento que se retiraran inmediatamente y ordenó a los oficiales a tomar muestras de los presentes (cabellos y huellas) con el fin de descartar presuntos sospechosos.
“Había que hacer ahora más pruebas de descartes, porque los vecinos, prácticamente, tomaron la escena del crimen. Era un caos”, señaló.
Bracho comenzó a analizar el apartamento donde encontraron a Mercedes. Tres cuartos, un baño, una cocina, y paredes blancas. Ni en la sala ni en la cocina había rastros de sangre. Solo encontraron en la entrada al cuarto principal señales de violencia. Dos manchas de sangre, ya secas, estaban al pie de la puerta.
El apartamento lucía normal, había un poco de desorden y pisadas en el suelo. La puerta principal del inmueble estaba intacta y no había indicios de que habría sido forzada previamente. “Estaba cerrada y sin signos de violencia”.
La mañana del 22 de noviembre, 24 horas antes de su asesinato, Mercedes Elena, la joven abogada, viajó con su hija de un año a Caracas con el fin de celebrar una despedida a su madre, Teresa de Mota, quien se iría a Australia a pasar seis meses con su otra hija.
Su hermana se vio forzada a emigrar junto a su esposo, luego de que este participara en la intentona golpista de 1992.
El asesino estaba cerca
La primera hipótesis a la que se aventuró Bracho fue que el asesino no entró por la puerta principal del inmueble. Tampoco usó las ventanas. Ninguna tenía indicios de haber sido violentadas. Además, las llaves del hogar estaban encima del comedor, donde la había dejado Mercedes Elena antes de ser asesinada.
Bracho analizó con detenimiento cada aspecto del apartamento y, sobre todo, el relato de la persona que halló el cadáver: la nieta adolescente de Ángela Arizaletta, vecina de la familia de Mercedes desde hacía 20 años.
El detective, sin ápices de dudas, describió que el cuerpo sin vida de la abogada fue hallado sobre una de las dos camas, entre juntas, de la habitación principal. Ella vestía una bata de algodón de colores pasteles. A su lado se encontraba la pequeña de un año, de cabellos negros y piel blanca como su madre. La niña sobaba el cuerpo de su madre.
La única forma de entender este suceso era dando un giro de 180°. La investigación se haría de adentro hacia afuera. El investigador tenía la sospecha de que el asesino había ingresado por la reja que comunicaba los apartamentos C-3 y C-4. Los hogares de la familia Landaeta y Mota.
Había que probarlo. No solo el caso generaba cierta dificultad, también estaban conscientes de que la familia Landaeta tenía dos miembros prominentes en el derecho penal.
Durante las entrevistas con los vecinos de la víctima, se explicó que aquel umbral se mantenía cerrado permanente. Además, que ambas familias tenían copias de las llaves en caso de emergencia.
Eso fue lo que hicieron los Landaeta Arizaleta para tener noticias de Mercedes Elena. Es más, fue uno de sus familiares quien avisó sobre el suceso, luego de que el esposo de Mercedes llamara preocupado de su paradero.
Mercedes debía regresar con su pequeña a Cumaná (estado Sucre) la mañana siguiente de la despedida de su madre, el 23 de noviembre de 1994, porque debía incorporarse al despacho de la gobernación, donde se desempeñaba como asistente legal.
“Cuando hablé con el esposo me explicó que comenzó a llamar a su mujer sin tener respuesta. El miércoles llamó a sus vecinos y no atendieron. Llamó todo el mundo y no sabían nada de Mercedes Elena. En los planes de Mercedes no estaba ausentarse tantos días”, detalló Bracho.
La única persona que atendió al esposo de Mercedes fue la nieta de Ángela Arizaleta. La adolescente, al no tener respuesta de sus vecinos, se aventuró a usar la puerta que conectaba los apartamentos.
La joven buscó la llave del candado. Rodó un matero que estaba frente a la puerta y comenzó a gritar: “Mercedes, Mercedes”. No hubo respuesta.
Al ver por las persianas del cuarto principal encuentra el cuerpo sin vida de Mercedes. La muchacha con aquel susto abre la puerta del balcón, entra al apartamento y se dirige a la habitación.
“Ella agarra a la niña, que no lloraba ni nada, y le dice a su abuela: Mercedes está muerta”, cuenta Bracho.
Todos se encontraron con el cadáver de Mercedes… incluso un viejo amigo de la familia de nombre Rafael Leonidas Landaeta Arizaleta.
El prominente abogado
Rafael Leonidas Landaeta Arizaleta era el vecino de la mamá de Mercedes Elena. El hombre vivía con su madre, una sobrina y un perro poodle en el apartamento.
Para la época, Landaeta era un reconocido abogado que pertenecía al bufete Naranjo Ostty, uno de los más reconocidos del país.
Los primeros indicios apuntaban a que el sospechoso debía ser un hombre que tenía conocimiento del anexo entre los dos apartamentos. Para el detective Bracho, el abogado era el principal sospechoso. Pero las pruebas debían ser contundentes para confirmar su hipótesis.
En el pequeño desorden que presentaba el apartamento, Bracho se percató que antes de ser asesinada, Mercedes preparaba alimento para su bebé. La licuadora contenía parte de la comida de la niña.
Mercedes había sido sorprendida por su asesino y al darse cuenta de su presencia se le cayó el tetero al piso y se derramó parte del alimento de la pequeña; el hombre pisó el líquido y dejó sus huellas. Pero, el asesino, en una demostración de astucia, se quitó los zapatos y emprendió su ataque en medias, para evitar dejar rastros.
Las investigaciones arrojaron que el hombre la cargó de hombros, la llevó a la habitación principal y la estranguló.
Pero Bracho no entendía algo: ¿Cómo la niña no se deshidrató durante las más de 24 horas que tenía su madre muerta? A la bebé la llevaron a un centro médico para evaluar su condición de salud, pero los galenos indicaron que estaba en perfectas condiciones.
El asesino la había alimentado mientras su madre estaba muerta. Eso justificaba el litro de leche encontrado en la escena del crimen. Sin embargo, no era suficiente para demostrar el móvil ni la culpabilidad de Landaeta.
Estaba claro que el asesino entró por el anexo. Los investigadores decidieron hacer la experticia con un cerrajero profesional, para determinar que la cerradura de la puerta principal no había sido violentada.
“Solicitamos la presencia del cerrajero y que abordara una experticia con la gente del área física de criminalística, una experticia de las dos cerraduras y de la puerta además de eso una experticia física a todas las puertas y a todas las ventanas del apartamento”, cuenta el inspector jubilado.
Apéndices pilosos
Fue vital el uso de la lógica y la criminalística para resolver el caso. Su equipo estuvo seis días seguidos en búsqueda de cualquier rastro dentro del apartamento.
El equipo apenas encontró rastros de sangre dentro del inmueble, que pertenecían a la víctima. Huellas y rastros de cabellos. Pero en una de las almohadas donde encontraron el cadáver, los criminólogos hallaron un elemento que los ayudaría a resolver más rápido el caso: pelos de perros.
“Se hace un barrido en el cuarto y se consiguen apéndices pilosos de animales (pelos de perro). El único perro que hay en este edificio y en esos apartamentos era el poodle de Rafael Leonidas”.
La hipótesis se convirtió en realidad. Rafael Leonidas era el principal sospechoso de las autoridades.
“Ella fue llevada a hombros por una persona alta. El único hombre que había en ese apartamento era él, la única persona que podía por su contextura fracturar un hueso era él, la única persona que podía conocer todo lo que sucedió era él”, argumenta Bracho.
Pero al tratarse de un abogado experimentado, los funcionarios debían sustentar de la mejor manera sus sospechas.
“Naranjo Ostty era un bufete donde los socios eran abogados prominentes, inclusive catedráticos y miembros de la academia”, dice.
Además Rafael Leonidas era hermano de Carlos Landaeta Arizaleta, otro abogado penalista-mercantil muy reputado, y conocido trabajador de Naranjo Ostty.
“Estamos en presencia de una persona que desde el punto de vista penal podía valerse de sus estudios y tratar de interrumpir la investigación”, era el temor de los investigadores.
Sin dudar más de sus sospechas iniciaron las investigaciones para determinar si Rafael Leonidas había cometido el asesinato.
“El abogado nunca se negó a ningún interrogatorio ni a las experticias hechas por mi equipo, por el contrario. Él podía justificar cómo hizo que los pelos de su perro estuvieran en ese apartamento porque él estuvo allí en el momento de la celebración previa, pero no menos cierto fue que él se limitó a estar nada más en la sala y es poco probable que ese pelo de perro haya llegado a la almohada de la habitación”, explica el investigador.
Después de que se comprobara que los apéndices pilosos pertenecían al perro de Rafael Leonidas, los policías científicos decidieron investigar dentro del apartamento del abogado. Utilizaron el compuesto químico luminol sobre la ropa y en el lavamanos que él usaba, allí encontraron rastros de sangre humana.
Aunque Mercedes Elena no fue violentada sexualmente, la hermana de la víctima apuntó a Landaeta como un hombre que siempre estuvo enamorado de Mercedes, pero esta nunca le prestó atención.
Blindar la evidencia
Convencidos de que Rafael Leonidas era el asesino los oficiales deciden citarlo. Con un cuestionario de 190 preguntas, el sospechoso señala que nunca estuvo en la reunión de despedida que se hizo en el apartamento de la madre de Mercedes Elena, pero los oficiales entrevistaron a testigos que aseguraron ver al hombre compartiendo un rato con sus vecinos de siempre.
“Él dijo que llegó a su apartamento a las 10:00 pm después de visitar a su novia, se acostó y no supo más nada hasta el día siguiente. Dijo que ni siquiera sacó a pasear al perro y que no supo más nada de Mercedes Elena”, relata Bracho, quien estuvo presente en el interrogatorio.
Queriendo seguir blindando las pruebas que tenían, los funcionarios decidieron someterlo al polígrafo. De manera minuciosa un psicólogo clínico ayudó a hacer el cuestionario, además le agregaron imágenes de los objetos que habían encontrado en la escena del crimen.
“Se le mostró el tetero, la licuadora y una foto de Mercedes Elena. También se le enseñaron cosas que tenían que ver con ella. Rafael se puso nervioso y alterado”, explica el investigador.
Aunque los resultados de la prueba, para Bracho, fueron una evidencia fuerte de la culpabilidad de Rafael Landaeta estos no fueron incluidas en el expediente final, debido a que el Tribunal no ponderaba al polígrafo como elemento de convicción en un juicio.
La sentencia
Aunque el proceso penal de Landaeta fue rápido, para los estándares judiciales de los años 90, los detectives y fiscales sabían que se enfrentaban en el juicio contra un abogado que trabajó en unos de los bufetes legales más importantes del país.
Lo primero que hizo la defensa fue refutar el resultado de la experticia hecha a la cerradura, los abogados de Landaeta Arizaleta citaron a dos ingenieros de la empresa Cisa para que explicaran, si era posible la versión policial.
Pero para su infortunio los expertos coincidieron con el veredicto oficial. No solo eso, muchos de los elementos recolectados por los funcionarios policiales demostraron que Landaeta era culpable.
“No pudieron tumbarnos ninguno de los indicios y como tenía mucho dinero (la defensa) pidió al tribunal que se experticia parte de las pruebas en el laboratorio del FBI y tampoco pudieron probar nada”, cuenta satisfecho Bracho.
En enero de 1995 fue sentenciado Rafael Leónidas Landaeta Arizaleta por homicidio intencional a Mercedes Elena Mota de Arreaza, su vecina de toda la vida. Pero un mes después el juez Arnaldo Echegaray consideró que hubo alevosía en el crimen y cambió la calificación del delito, el asesino debía estar preso por homicidio calificado.
“Nosotros lo metimos en el retén de Catia, yo mismo lo llevé”, dice Bracho, quien ahora con 56 años se dedica a dar clases universitarias para formar a los nuevos investigadores de criminales.
Landaeta fue sentenciado a 27 años de prisión por el feminicidio de Mercedes Mota.
En el año 2001 la defensa de Landaeta Arizaleta solicitó a la Corte de Apelaciones anular su condena, esta le otorgó la libertad en abril de ese mismo año, pero el Fiscal Auxiliar que llevaba el caso solicitó un recurso en la sala de Casación Penal del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) para anular el fallo dictado por la Corte de Apelaciones; Landaeta Arizaleta volvió a prisión.
Cuatro años después el equipo defensor del abogado acusado del asesinato de su colega Mercedes Elena Mota de Arreaza solicitó un segundo recurso ante la segunda Sala Accidental de la Corte de Apelaciones para que esta le concediera nuevamente la libertad, pero la sala de Casación Penal anuló la solicitud.
Actualmente se desconoce en qué año Landaeta Arizaleta fue puesto en libertad. Su condena debía acabar en el año 2022, pero, según su perfil en la red social Linkedin, vive en Madrid, España, donde homologó su título y trabaja desde hace 10 años como abogado para un escritorio jurídico llamado Vagnone-Landaeta.
En esa misma red social indica que el jurista trabajó desde el año 2003 al 2004 en una compañía llamada Aegón.