Javier gonzález
Javier gonzález

A sus 18 años de edad, Javier González es un joven que rompe con muchos patrones. A diferencia de sus amigos, vecinos y familiares en Barbacoas, estado Aragua, el muchacho no se dedica a la agricultura ni a la ganadería. El es un artesano alpargatero.

El tejer alpargatas es una tradición que poco a poco pareciera ir quedando en el olvido, según los más destacados artesanos del pueblo. El interés en aquel arte folclórico de los llanos, parece no llamar la atención de los jóvenes del pueblo. Pero  Javier es la excepción, él encuentra alegría en este oficio.   

Cuando tenía 15 años Javier tejió su primer par. Recuerda que mientras cursaba el bachillerato se animó a aprender a tejer. La tutoría de una hija de Dolo Milano, el alpargatero más famoso del pueblo. Ella le enseñó lo básico. Con la práctica, lo perfeccionó.

Con 15 años no pensó que ese oficio lo ayudaría a costearse sus gastos. Básicamente había aprendido el arte de tejer para hacer sus propias alpargatas y las de sus amigos más cercanos. Pero una vez que aprendió, la voz se regó por el pueblo y Javier emprendió su negocio.

“Ya llevo tres años en esto, ahora soy conocido en el pueblo y mucha gente viene porque le gusta como yo las hago”, cuenta sonriente y con mucha seguridad el joven, al equipo de Solaz de Efecto Cocuyo.

Javier vive con su familia en una casa modesta cercana a la plaza Bolívar, del pueblo de Barbacoas. Su carácter es introvertido y taciturno. Durante la entrevista, el cambio de su tono de voz, delataba sus nervios durante el conversatorio. Era su primera entrevista periodística, estaba claro. Aun así, el joven responde a todas las preguntas, sin dejar de tejer un par de alpargatas negras con azul, encargadas por un cliente aquel día.

Mientras la entrevista continua, su tía, Yuveli de Davila, lo alienta a subir el tono de voz durante la entrevista, mientras lo observaba desde las rendijas de la ventana. “Habla más fuerte muchacho, que el chico no te escucha bien”, lo aconseja.

Bachillerato en alpargatas

Javier aprendió a tejer estando en el liceo, de allí vinieron sus primeros clientes. Cuando el joven terminaba las clases salía del centro educativo a su casa para empezar a hacer alpargatas. Ya todos sabían que él creaba el calzado y lo buscaban.

“Empezó la gente a venir a mi casa para que yo les hiciera un par de alpargatas”, recuerda.

A pesar de eso, Javier nunca descuidó sus labores como estudiante de bachillerato. Logró graduarse. Poco comenzó a estudiar administración en un instituto universitario ubicado en Barbacoas.

“Ese es mi negocio, mi fuente de empleo y mientras estudiaba hacia mis alpargatas, las hacía en la casa”, dice el joven en un marcado acento de los llanos centrales del país.

Su taller para confeccionar el calzado es pequeño, está junto a una sencilla biblioteca y frente a la cocina. Allí junto a una mesa y silla de madera, se sienta Javier a tejer todas las mañanas.

“A mí me gusta muchísimo lo que hago, en realidad para hacer esto a uno tiene que gustarle, si a uno no le gusta no lo hace bien”, advierte Javier, mientras continúa tejiendo.

La crisis aumentó ventas

No es un secreto que la emergencia humanitaria compleja que atraviesa el país, afectó económicamente a la mayoría de los venezolanos. Ante el incremento del costo de los zapatos, Javier ha visto cómo su clientela aumentó.

“Mientras un par de zapatos puede costar hasta 50 o 100 dólares un par de alpargatas bien hechas, que te duran hasta un año, cuestan solo 10 dólares, pero a pesar del bajo precio hay gente que no tiene para comprar un par de alpargatas, pero este es el precio del calzado más accesible que hay por esta zona”, explica el joven artesano.

A Javier le gusta su negocio porque además de disfrutar de hacer el calzado, gana más dinero que trabajando la agricultura o la ganadería. Aseguró que un joven agricultor puede ganar hasta 10 dólares a la semana por cosechar y hacer las labores del campo, mientras que él se gana ese monto en un día.

La tradición continúa

Uno de los hombres más famosos en Barbacoas, reconocidos por ser tejedor de alpargatas de toda la vida es Dolo Milano, con su vasta experiencia le preocupa que la tradición de formación de artesanos de alpargatas se pierda, pero Javier cree lo contrario.

“Yo no creo que la tradición se esté perdiendo, pero sí creo que se ha puesto más difícil porque los materiales han aumentado, el nailon y otros más; el precio es muy alto, pero aquí seguimos, siempre hay gente que usa alpargatas, le gusta ese calzado”, comenta.

Para comprar el nailon y los demás artículos para hacer las alpargatas, Javier suele viajar a la población vecina de El Sombrero, que queda a 15 kilómetros de Barbacoas. Allí suele conseguir mayor variedad de colores del nailon y a mejores precios.

En un día Javier suele recibir hasta cinco pedidos de alpargatas, al joven le toma un día terminar de hacerlas. “Ahorita han bajado un poco los pedidos, pero antes se me acumulaban varios pares a la semana”.

 

Las alpargatas son cómodas

Para alguien que no esté acostumbrado a usar alpargatas quizás podría pensar que este calzado no es tan cómodo. Muy comunes en los llanos venezolanos, están hecha a base de nailon, con una suela de caucho y por los lados tienen una abertura, que permiten la ventilación de los pies.

Los trabajadores del campo son los principales en usarlas, porque suelen resistir más que un zapato convencional; se lavan con facilidad; son livianas hasta se las ponen para asistir a eventos llaneros como los toros coleados, los amaneceres y los bailes de joropo.

“Las alpargatas son muy cómodas y buenas para el trabajo, hay unas que duran más de un año, depende del uso, ellas son cómodas y no molestan en nada; a la gente le gusta la suela porque es cómoda, también los colores, para los que le gusta combinarse y salir bien bonitos”, argumenta el artesano.

En su taller, se usa el tejido convencional para la creación de alpargatas, lo que varía son los colores y las características que exijan los clientes. Las que más se venden son las negras, pero la gente también lleva las negras con azul y negras con verde.

“Mis alpargatas van a Maracay, Caracas, El Sombrero, se las hago con el color que quieran, con el modelo que les guste. A su gusto, pues”, dice enaltecido. 

Javier es el primero de su familia en tejer alpargatas y es un arte que ya le enseñó a su hermano de 10 años de edad, su familia se siente orgullosa porque el joven artesano tiene un trabajo digno y rentable, pero le recomiendan que no se dedique toda la vida a la artesanía de alpargatas porque con los años empiezan las dolencias en la columna y el cuello.

“No importa la edad que tengas, para poder tejer tienes que tener muchas ganas y te tiene que gustar de corazón, porque eso requiere paciencia, trabajo y tiempo suficiente, hay que dedicarle tiempo, mucho tiempo”, dice el joven mientras termina un par de alpargatas que debe entregar a un cliente.

Me dedico al periodismo con enfoque en derechos humanos. Hago cobertura sobre violencia en un país con pocas garantías