El 14 de marzo de 2018 Douglas Molero cumplió seis años de haber sido trasplantado. En el «aniversario» no hubo celebración: nunca la escasez de medicamentos inmunosupresores había sido tan severa. El riñón que su hermana le donó en 2012 está en riesgo, pues Douglas apenas tiene tratamiento para los próximos dos días. A partir del lunes, 26 de marzo, su órgano estará a su suerte, al igual como le ha ocurrido a otros tantos pacientes con su misma condición.
Douglas es oriundo de Maracaibo, estado Zulia, y tiene tres hijos. Trabaja en una fábrica de cervecería y también es dirigente político. Son sus nexos con la política los que lo han ayudado en algún momento a completar para el costo de sus medicinas.
Sin embargo, la escasez se ha vuelto «absoluta y prolongada», no solo en el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (Ivss), ente encargado de suministrar el tratamiento, sino también en los establecimientos privados. El desabastecimiento es tal que Douglas llegó al punto de reducir su dosis de micofenolato mofetilo —uno de los inmunosupresores que requiere tomar— a la mitad para «rendir» lo poco que tiene.
Douglas necesita tomar tres tipos de inmunosupresores distintos para garantizar que su organismo no rechace el riñón que le fue trasplantado, un agente externo en su cuerpo. De no hacerlo, podría perder el órgano y tendría que retornar a las salas de diálisis, abandonar la vida activa que conoce para volver a conectarse a una máquina tres veces por semana para que le limpie las toxinas de su sangre.
Los doctores primero le cambiaron el tratamiento. Pero desde 2016, cuando se empezó a hacerse cuesta arriba el acceso a los medicamentos, ni lo que apuntaban los nuevos récipes lo pudo conseguir. Ante la frustración de no poder encontrar ni un solo blíster más, Douglas empezó a «rendir» las pastillas bajo su propio riesgo.
«Yo no estoy autorizado para decirte que reduzcas las dosis, pero tampoco puedo decir que te tomes todo para que te quedes sin nada», fue lo que le dijo su médico.
Regresar a la unidad de diálisis es lo que menos preocupa a Douglas. Su mayor miedo es perder el órgano que le donó su hermana. «El dolor más grande sería ese. Me dolería más eso que tener que volver a dializarme. Imagínate, se queda ella sin un riñón y yo sin ninguno por no tener mis medicamentos«, agregó.
A mediados de marzo de este año se conoció el caso de Roselyn Jiménez, otra paciente trasplantada que también reside en el Zulia. Su órgano entró en fase de rechazo y tuvo que regresar a las diálisis temporalmente. En la actualidad, su riñón volvió a funcionar, pero ahora la preocupación es dónde conseguir los inmunosupresores para evitar otro rechazo al injerto.
Más de 3.500 pacientes trasplantados están en riesgo por la falta de medicamentos y, según estimaciones de la Coalición de Organizaciones por el Derecho a la Salud y la Vida (Codevida), cada dos días se produce un rechazo de órgano.
“Estamos hablando de que ya hay un rechazo interdiario. Y la situación va a seguir empeorando si no se toman medidas”, advirtió Francisco Valencia, director de la ONG, en entrevista con Efecto Cocuyo.
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Douglas es oriundo de Maracaibo, estado Zulia, y tiene tres hijos. Trabaja en una fábrica de cervecería y también es dirigente político. Son sus nexos con la política los que lo han ayudado en algún momento a completar para el costo de sus medicinas.
Sin embargo, la escasez se ha vuelto «absoluta y prolongada», no solo en el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (Ivss), ente encargado de suministrar el tratamiento, sino también en los establecimientos privados. El desabastecimiento es tal que Douglas llegó al punto de reducir su dosis de micofenolato mofetilo —uno de los inmunosupresores que requiere tomar— a la mitad para «rendir» lo poco que tiene.
Douglas necesita tomar tres tipos de inmunosupresores distintos para garantizar que su organismo no rechace el riñón que le fue trasplantado, un agente externo en su cuerpo. De no hacerlo, podría perder el órgano y tendría que retornar a las salas de diálisis, abandonar la vida activa que conoce para volver a conectarse a una máquina tres veces por semana para que le limpie las toxinas de su sangre.
Los doctores primero le cambiaron el tratamiento. Pero desde 2016, cuando se empezó a hacerse cuesta arriba el acceso a los medicamentos, ni lo que apuntaban los nuevos récipes lo pudo conseguir. Ante la frustración de no poder encontrar ni un solo blíster más, Douglas empezó a «rendir» las pastillas bajo su propio riesgo.
«Yo no estoy autorizado para decirte que reduzcas las dosis, pero tampoco puedo decir que te tomes todo para que te quedes sin nada», fue lo que le dijo su médico.
Regresar a la unidad de diálisis es lo que menos preocupa a Douglas. Su mayor miedo es perder el órgano que le donó su hermana. «El dolor más grande sería ese. Me dolería más eso que tener que volver a dializarme. Imagínate, se queda ella sin un riñón y yo sin ninguno por no tener mis medicamentos«, agregó.
A mediados de marzo de este año se conoció el caso de Roselyn Jiménez, otra paciente trasplantada que también reside en el Zulia. Su órgano entró en fase de rechazo y tuvo que regresar a las diálisis temporalmente. En la actualidad, su riñón volvió a funcionar, pero ahora la preocupación es dónde conseguir los inmunosupresores para evitar otro rechazo al injerto.
Más de 3.500 pacientes trasplantados están en riesgo por la falta de medicamentos y, según estimaciones de la Coalición de Organizaciones por el Derecho a la Salud y la Vida (Codevida), cada dos días se produce un rechazo de órgano.
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