Adentro están vacíos, pero afuera hay de todo. En las adyacencias del Hospital Universitario de Caracas se pueden conseguir desde compresas hasta una válvula ventriculoperitoneal. No importa la especificidad del medicamento ni qué tan escaso esté el insumo; el “mercado negro” que surgió del desabastecimiento se abre como el único canal para conseguir lo que necesitan, no solo en el centro de salud ubicado en la Universidad Central de Venezuela, sino en otras instituciones de su tipo en el país.

El pasado lunes, 4 de septiembre, el ministro de Salud, Luis López, informó que seis personas fueron detenidas por sustraer 112 insumos médicos de la Ciudad Hospitalaria Dr. Enrique Tejera en Valencia (Carabobo).

En un contacto telefónico con Venezolana de Televisión, el funcionario denunció que los productos pertenecían a los lotes distribuidos por el Gobierno a los centros de salud como parte del Plan Especial de Distribución de Medicamentos e Insumos.

En el operativo fueron detenidos un trabajador del almacén y cinco individuos que vendían los materiales médico quirúrgicos en los alrededores del también conocido como Hospital Central de Valencia. Entre los insumos incautados figuraron soluciones, monos quirúrgicos, batas, guantes, vancomicina (antibiótico), adrenalina y dexametasona (inmunosupresor y antiinflamatorio).

Los operativos anunciados por el ministro de Salud no son comunes, pero sí lo es la reventa de medicamentos en los hospitales del país. Un doctor del Clínico Universitario, quien prefirió no revelar su identidad por temor a represalias, denunció que la mayoría de los insumos comercializados a las afueras del hospital están marcados con el sello del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (Ivss) y el Ministerio de Salud, algunos señalan incluso que está prohibida su venta. Unos pocos medicamentos provienen del sector privado. Añadió que la situación se presenta desde hace al menos tres años.

En otros hospitales de la capital, como el Pérez Carreño en La Yaguara y el José María Vargas en San José del Ávila, la reventa de medicinas también se ha vuelto cada vez más frecuente con la agudización de la escasez.

Sin denuncias

Cuando Yacirka Vásquez, del Hospital Universitario “Dr. Manuel Núñez Tovar” en Maturín (Monagas), pregunta a sus pacientes de la emergencia pediátrica cómo hicieron para encontrar un medicamento que está escaso, la respuesta siempre es la misma.

¿Dónde lo conseguiste para decirles a mis otros pacientes? —pregunta la jefa del servicio.

—Por aquí. Afuera del hospital, pero no puedo decirle dónde, doctora.

No solo en ese centro asistencial está vivo el temor a la denuncia. Para los pacientes del Hospital Universitario de Caracas la situación es similar. “¿Yo voy a denunciar a la persona que me está resolviendo el medicamento, que no puedo conseguir de otra manera? Uno no va a dejar que se le pudra la pierna”, expresó un paciente del servicio de Traumatología de ese nosocomio.

Ni siquiera es necesario salir del edificio para dar con una ampolla de un antibiótico o con un yelco. Dentro de las mismas salas, los insumos más buscados son ofertados por enfermeras, camilleros y trabajadores por igual. “A mi prima le quedó una ampolla de vancomicina y está pidiendo 30 mil (bolívares). ¿Alguien la quiere?”, es una de las tantas formas de abordar a los pacientes desesperados por el medicamento.

La oferta resulta tentadora para muchos, ya cansados de “ruletear” farmacias y hospitales. Especialmente cuando esa misma ampolla se consigue entre los revendedores de los jardines entre los 40 y los 60 mil bolívares por unidad. “Aquí hay una mafia con los antibióticos“, aseguró el paciente de Traumatología.

También afuera de las farmacias

No solo en los alrededores de los hospitales, sino también de algunas farmacias, existe la posibilidad de dar con medicamento escaso. Eso sí, a un porcentaje mucho mayor. A Luisana Ramírez la abordó un hombre para ofrecerle Beta-Duo (un esteroide en ampollas) luego de que minutos antes, en la Fundafarmacia del mercado La Ermita en San Cristóbal (Táchira), le dijeran que no había.

“Cuando subí al carro un hombre me preguntó si estaba buscando Beta-Duo. Me dijo que la tenía. Me enseñó la inyección y me dijo que costaba 42 mil, pero la caja estaba marcada en 250 bolívares”, relató. Al contarle a su traumatólogo se dio cuenta de que los galenos están al tanto de la situación y poco pueden hacer para solventarla. “Me respondió que eso siempre es así”, indicó Luisa, resignada.

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