Cada vez que se asoma el tema de las personas que deciden irse del país y se confronta a los que deciden quedarse se genera una discusión que muchas veces es agobiante y termina con heridas de ambos lados.
Quedarse o irse nunca ha sido motivo de discusión para mí, porque nadie sabe gotera de techo ajeno y porque es algo tan personal que me imposibilita debatirlo.
Recientemente en una conversación improvisada con el periodista Alonso Moleiro, él aseguraba que ya la discusión de irse o quedarse en el país debía ser superada principalmente porque no es un secreto la crisis sin parangón que vivimos, que obliga a irse hasta a personas de los sectores menos pudientes.
Los medios brasileros han reportado la invasión de venezolanos. En este caso se trata de indígenas warao que se han visto obligados a vivir de la mendicidad. La deportación de 400 de ellos motivó un pronunciamiento de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y a tratar a estas personas con la calificación de refugiados. Pero no es solo allí. Ya son decenas las historias de paisanos que se van a otros países sin estar preparados para ello.
En Panamá hicieron una manifestación antivenezolanos; en Miami se reportan deportaciones de ciudadanos que -por cierto- viajan en situación legal; a Curazao tratan de irse en endebles embarcaciones; Aruba endureció su política para los turistas criollos. Tan solo el gobierno de Perú ha tenido un gesto de apertura hacia los migrantes venezolanos al contemplar un permiso temporal para los que ingresaron hace tres años.
Generalmente, cuando uno toma una decisión de vida, las dudas pueden aflorar así como la necesidad de reafirmarse en la confianza de que se toma la decisión correcta.
Quedarse en el país por decisión, puede obedecer a distintas razones.
Yo, como tal vez mucho de los que me leen, permanezco en mi país por varias razones, algunas de las cuales no sé cómo explicar, aunque pueda argumentarlas. La principal es que yo creo que Venezuela tiene futuro. Y, mientras ayudo a construirlo, uso un escudo antidesaliento para inmunizarme de las razones que hay para salir de nuestra patria.
La buena noticia es que sé de muchos que también tienen esa confianza y eso les anima a permanecer y hacer. Sé de otros que igualmente hacen desde afuera. Es decir, para tener esa esperanza no hace falta quedarse en el país, sino hacer algo por él.
¿Y a qué llamo hacer?
Retomo a Moleiro que comentó que en su red de Twitter se armó un zafarrancho porque él dijo algo como que hay gente opositora que quiere marchar con un Toddy frío ( exactamente no fue así, pero es lo que recuerdo).
Y he aquí donde vuelvo a una idea que me da vuelta y vueltas.
Como sociedad- no enumero las excepciones- nos adaptamos muy bien al paternalismo y al liderazgo vertical, tipo caudillo, tipo: quien manda es el o la que sabe. O, en todo caso, el liderazgo tipo Chávez tiene seguidores de distinto signo, incluso en el ámbito no político.
¿Y a que nos lleva eso?
Primero a un gran individualismo, aunque parezca paradójico, pero que en nuestro caso no usa las ventajas del individualismo en sí, que puede terminar por generar mejor ambiente para la colectivización. Nos lleva a un “sálvese quien pueda”. Luego, nos lleva a poner el control en lo externo, en que «alguien haga por nosotros», que nos salve de este desastre ( ya de esto hay mucha bibliografía). Se nos olvida que fue esa misma conducta la que llevó al poder a la clase política que hoy tiene al país sumido en esta gravísima situación.
Pero más que nada nos genera paralización, lleva a la queja sin acción y a desconfiar de nuestras propias capacidades para incidir de alguna manera en nuestro entorno. En algunas ocasiones nos produce desesperación y nos incita a creer que la violencia per se puede funcionar. Y, sobre todo, nos lleva a depositar nuestras vidas en las manos de otros. Esto pasa en lo político, en lo social, en lo económico. Hablo en términos generales, porque por supuesto hay excepciones.
Cuando hacemos esto también perdemos la capacidad de organizarnos para tener incidencia y trasformar desde las alianzas nuestro entorno. ¿Paradójico verdad?
Entonces, allí puede ser que nos inmovilicemos porque de entrada creemos que nada de lo que hagamos puede cambiar la «realidad». O que ante el más mínimo revés tiremos la toalla.
Para resumir, mientras no entrenemos el músculo de agruparnos por intereses comunes -que no necesariamente visiones comunes-, desarrollemos espacios de encuentros, tolerancia, discrepancias, disensos y consensos, y erradiquemos la costumbre de dejar nuestras vidas, así como el futuro de nuestros hijos, en manos de cúpulas, vamos a repetir la historia una y otra vez. De manera que no es un asunto de si me voy o me quedo, sino de todo el contexto y la historia colectiva que hay detrás de una aparente decisión individual.
Foto: Taringa.net
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