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Leoncio Barrios | @Leonciobarrios
El COVID-19 hizo volver la mirada hacia la gente mayor (los viejitos y viejitas, digamos). Prácticamente han sido los protagonistas de la tragedia, pero no como héroes o heroínas sino como el grupo más grande de víctimas.
Aún cuando los llamados ancianos estuvieran cerca de la muerte por ciclo de vida natural, este coronavirus se ha ensañado con ellos y ellas. Han muerto muchos que, a lo mejor, todavía les quedaba un pedazo de vida hasta para disfrutar. Quién quita.
El que la gente de más edad sea el grupo más vulnerable durante esta pandemia, nos obliga a repensar en un sector poblacional que, por lo general tiene poca relevancia pública a no ser, como en estos días, que se celebró el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez.
Que el día de la real celebración colectiva de la ancianidad no exista o se publicita poco, habla de la relevancia que la sociedad le otorga.
La medicina, independientemente de la pandemia del COVID-19, se ha encargado de definir, de acuerdo a un ciclo de desarrollo, cuándo considerar que una persona es mayor, vieja, anciana, de tercera edad o como se le llame. Aun así, el criterio pudiera ser flexible y se parangona con decisiones legales o laborales. Que si los 60 años, o los 65, o los 70 y, algunos generosos, declaran la ancianidad después de los 75.
El asunto es que la categoría de adultos mayores –o como quiera que se les refiera– estigmatiza, haciendo ver que a partir de una determinada edad, esas personas se convierten en un grupo que entra en la recta final de la vida y que lo que queda es esperar que se mueran, o que “se vayan”, como eufemísticamente lo refieren quienes tienen dificultad de reconocer o mencionar la muerte.
Para las familias, ese padre, madre, abuelo o abuela suelen ser seres a quienes les deben amor y cuidados, pero no solo eso. Las personas mayores, sobre todo cuando empiezan a tener problemas de salud, suelen convertirse en un problema, hasta una carga para la familia, aunque cueste reconocerlo por miedo a la culpa.
Para el Estado o sociedad también las personas mayores son un problema. Se convierten en una carga económica en términos de pagos sin retribución laboral y aumentan los costos de los servicios de salud, básicamente. Hay un discurso políticamente correcto de protección y obligación con los mayores por sus aportes pasados.
Llegada la vejez, esas personas serán atendidas por sus seres queridos o, según la cultura y posibilidades económicas de la familia, serán trasladados a una residencia hasta que mueran.
En residencias para mayores vivían decenas de miles de los muertos por el COVID-19. Sobre todo en los países ricos donde el Estado tiene una política de subsidio a este tipo de instituciones o las familias tienen solvencia para pagar esas estancias. En Latinoamérica esas personas morirán en sus casas o en los hospitales donde sean llevadas de emergencia.
La exclusión a la que las sociedades, casi sin distingo aunque de forma distinta, condenan a la personas mayores se expresa de muchas formas. Los 45 años suele se una línea divisoria entre lo que se considera un ser contratable laboralmente, o no. Después de los 65 años, la utilidad laboral es posible solo por iniciativa o capacidad personal. Si no, adiós luz que te vas apagando.
Uno de los periódicos más importantes de España hizo público, recientemente, un video en el que la autoridad de un hospital local, durante la cúspide de la pandemia del COVID-19 y el colapso de las salas de terapia intensiva, en el que se consideraba darle prioridad a la atención de personas con años productivos en desmedro de las personas mayores.
En la sociedad moderna o industrial, la utilidad de las personas se define por la capacidad laboral. Lo demás es cuestión de afectos familiares o sociales. Se les refiere como los viejitos, las abuelitas, con cariño, respeto, sí; pero también con lástima y hasta con rabia y violencia. No en vano se instituyó el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez. Ya tú no sirves pa´ná, pudiera ser la letra de una canción popular.
Los hechos muestran que personas con menor edad, se enferman, discapacitan y, lamentablemente, pueden morir sin que la edad sea la causa. La imagen de una persona mayor de 70 años no puede seguir siendo la de alguien encorvado sobre un bastón a nivel de arrastre.
La mejoría de la calidad de vida, a nivel mundial, y la medicina hacen que las posibilidades de llegar a edad avanzada con buena salud física y mental sea mayor ahora que nunca antes en la historia y cada vez será más… claro, si las pandemias y la pobreza no se llevan todo por delante.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Violencia entre paredes
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El que la gente de más edad sea el grupo más vulnerable durante esta pandemia, nos obliga a repensar en un sector poblacional que, por lo general tiene poca relevancia pública a no ser, como en estos días, que se celebró el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez.
Que el día de la real celebración colectiva de la ancianidad no exista o se publicita poco, habla de la relevancia que la sociedad le otorga.
La medicina, independientemente de la pandemia del COVID-19, se ha encargado de definir, de acuerdo a un ciclo de desarrollo, cuándo considerar que una persona es mayor, vieja, anciana, de tercera edad o como se le llame. Aun así, el criterio pudiera ser flexible y se parangona con decisiones legales o laborales. Que si los 60 años, o los 65, o los 70 y, algunos generosos, declaran la ancianidad después de los 75.
El asunto es que la categoría de adultos mayores –o como quiera que se les refiera– estigmatiza, haciendo ver que a partir de una determinada edad, esas personas se convierten en un grupo que entra en la recta final de la vida y que lo que queda es esperar que se mueran, o que “se vayan”, como eufemísticamente lo refieren quienes tienen dificultad de reconocer o mencionar la muerte.
Para las familias, ese padre, madre, abuelo o abuela suelen ser seres a quienes les deben amor y cuidados, pero no solo eso. Las personas mayores, sobre todo cuando empiezan a tener problemas de salud, suelen convertirse en un problema, hasta una carga para la familia, aunque cueste reconocerlo por miedo a la culpa.
Para el Estado o sociedad también las personas mayores son un problema. Se convierten en una carga económica en términos de pagos sin retribución laboral y aumentan los costos de los servicios de salud, básicamente. Hay un discurso políticamente correcto de protección y obligación con los mayores por sus aportes pasados.
Llegada la vejez, esas personas serán atendidas por sus seres queridos o, según la cultura y posibilidades económicas de la familia, serán trasladados a una residencia hasta que mueran.
En residencias para mayores vivían decenas de miles de los muertos por el COVID-19. Sobre todo en los países ricos donde el Estado tiene una política de subsidio a este tipo de instituciones o las familias tienen solvencia para pagar esas estancias. En Latinoamérica esas personas morirán en sus casas o en los hospitales donde sean llevadas de emergencia.
La exclusión a la que las sociedades, casi sin distingo aunque de forma distinta, condenan a la personas mayores se expresa de muchas formas. Los 45 años suele se una línea divisoria entre lo que se considera un ser contratable laboralmente, o no. Después de los 65 años, la utilidad laboral es posible solo por iniciativa o capacidad personal. Si no, adiós luz que te vas apagando.
Uno de los periódicos más importantes de España hizo público, recientemente, un video en el que la autoridad de un hospital local, durante la cúspide de la pandemia del COVID-19 y el colapso de las salas de terapia intensiva, en el que se consideraba darle prioridad a la atención de personas con años productivos en desmedro de las personas mayores.
En la sociedad moderna o industrial, la utilidad de las personas se define por la capacidad laboral. Lo demás es cuestión de afectos familiares o sociales. Se les refiere como los viejitos, las abuelitas, con cariño, respeto, sí; pero también con lástima y hasta con rabia y violencia. No en vano se instituyó el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez. Ya tú no sirves pa´ná, pudiera ser la letra de una canción popular.
Los hechos muestran que personas con menor edad, se enferman, discapacitan y, lamentablemente, pueden morir sin que la edad sea la causa. La imagen de una persona mayor de 70 años no puede seguir siendo la de alguien encorvado sobre un bastón a nivel de arrastre.
La mejoría de la calidad de vida, a nivel mundial, y la medicina hacen que las posibilidades de llegar a edad avanzada con buena salud física y mental sea mayor ahora que nunca antes en la historia y cada vez será más… claro, si las pandemias y la pobreza no se llevan todo por delante.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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