Hace como dos años murieron en el club Los Cotorros de Caracas cerca de 20 jóvenes y hubo decenas de lesionados al incendiarse el local. En aquel entonces, la negligencia de los propietarios, los organizadores del evento y de las autoridades que les correspondía permisos y supervisión quedó en evidencia.
Durante un reciente concierto juvenil en el Parque del Este el país se dio cuenta de que las autoridades no aprendieron la lección de Los Cotorros. La convocatoria al evento sobrepasó el estimado de asistentes, ante la sorpresa, no se supo qué hacer y las autoridades del parque se lavaron las manos en cuanto haber tomado previsiones.
Los jóvenes que asistieron al concierto del Parque del Este, aunque sabían que era gratis, se sintieron estafados: se les invita a una hora y los dejan esperando bajo una pepa de sol, a centenares que estaban en la calle no los deja entrar, un telonero comienza el concierto y, ante el descontrol, se les dice que ya no más. Eso enfurece a cualquiera. Y si hay algo terrible es un grupo de adolescentes con rabia.
En el suelo del parque y del asfalto quedó el cuerpo de una niña fallecida, decenas de heridos, desmayados, pisoteados, traumatizados como sucedió en la discoteca Los Cotorros. Afortunadamente, esta vez se perdieron menos vidas pero la negligencia de las autoridades fue la misma.
La responsabilidad de esta tragedia está por determinar por parte de la Fiscalía. Ojalá sea eficiente e imparcial, que no haya chivos expiatorios y descubra la mano pelúa que parece estar detrás del patrocinio de ese evento para que no se salga con la suya. El país lo agradecerá.
Apenas aparecieron las primeras imágenes del indignante y triste suceso en el parque del Este, en las redes de comunicación se desbordaron putrefactas expresiones moralistas con fuertes tintes clasistas y racistas y de la polarización política que infecta al país.
Por la tendencia judeo-cristiana de nuestra cultura de buscar un culpable inmediato (culpable tiene una connotación distinta a responsable, ojo), en las redes se vieron acusaciones a las familias de las víctimas por la “irresponsabilidad” de haberlas dejado asistir a un concierto de música juvenil, en un parque público, a las 11 de la mañana de un sábado. Por favor!
Una invitación a un concierto de música juvenil, a plena luz del día, con el metro gratis y sin pago de entrada, resultaba imperdible. Más cuando los jóvenes en este país tienen muy pocas opciones y menos dinero para divertirse fuera del sitio donde viven.
Dado que la mayoría de los asistentes al concierto provenían de los sectores populares, los tecleadistas que se ven a si mismos como castos de raza blanca y conducta intachable comenzaron a dar lecciones de moral.
En las referencias a los asistentes al concierto pululaban, entre otros calificativos clasistas y racistas, el de “tierruos” (porque viven en barrios), “monos” (por el color de la piel) o “salvajes” (porque trataban de entrar de cualquier forma o huían en estampida). Los acusaban de ser “hijos de Chávez” como que si que los hooligans fuesen nietos de la Reina Isabel.
Una alma de las que deambulan en ciertos sectores sociales dando lecciones de civilidad, ante las primeras noticias de tres fallecidos en el parque, escribió: “Tres marginales menos” y la poceta clasista se desbordó.
Poca sensibilidad ante el doloroso hecho del parque se manifestó en las redes hacia las víctimas y las familias sufrientes. Por el contrario, surgieron los memes, las burlas hacia ellas. Esos tecleadistas asumen la impiedad como gracia, ignoran su ignorancia.
Los comportamientos violentos verbales y físicos o virtuales parece que se han instaurado, “naturalizado”, en algunos sectores de venezolanos. No solamente en jóvenes, tampoco solo en habitantes de los sectores populares y tampoco solo en quienes viven en el país. La hiel corre por doquier.
La violencia e insensibilidad que se está expresando en el país es preocupante. Las precariedades de todo tipo y la polarización política que se ha vivido en Venezuela en las últimas décadas pueden haber generado una hipertrofia del valor de la individualidad – yo por encima de todos- y un bajo altruismo o sentido de la solidaridad.
En las redes se leen mensajes, escritos aquí y en el exterior, cargados de antipatía hasta el odio hacia el que es o piensa distinto. A lo interno del país, el “sálvense quién pueda” -como se ve a cada momento en el metro de Caracas- parece el principio rector. Es decir, me salvo yo y que se jodan los demás.
Si esa falta de solidaridad y de respeto al otro se ha instaurado en las cabezas y corazones de muchos de nosotros, estamos muy mal, muy jodidos como sociedad.
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