OPINIÓN · 2 JUNIO, 2019 05:29

Tiempo social versus tiempo político

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Piero Trepiccione

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Por estos días, en los que se está intentando retomar un proceso de mediación impulsado por Noruega y otros países del orbe, que conduzca a una negociación que culmine en una hoja de ruta para destrancar la situación conflictiva que atraviesa Venezuela, es importante destacar lo que significa el ritmo del tiempo tanto en lo político propiamente dicho como en lo social y sus circunstancias.

El tiempo político apremia cuando existen elecciones a la vuelta de la esquina. No hay nada en este mundo que impulse más los ritmos de la política que un proceso comicial en ciernes. Así ha sido la historia y probablemente lo seguirá siendo. Aunque las situaciones económicas y las convulsiones sociales impriman una velocidad de vértigo a los actores del poder, éstos, siempre y cuando no sean devastados por una explosión social, generalmente, presentan ceguera situacional que les impide “leer” correctamente lo que acontece en su entorno.

Los políticos en el poder, históricamente, son obligados por las circunstancias que rodean la fenomenología del mando a jugar movidas de ajedrez corto basadas en los grupos de influencia cercanos. Y esto naturalmente, les va reduciendo su capacidad de observar la realidad. En consecuencia, la historia nos muestra como finalizan procesos políticos que no supieron comprender en su justa dimensión, las particularidades que agobiaron a su población. Estos procesos fueron gerenciados eficazmente –muchos de ellos- en la micropolítica.

Gobernantes que movieron sus fichas parlamentarias hábilmente para garantizar apoyos, redistribuyeron cuotas de poder para mantener a raya a potenciales adversarios y hasta compraron lealtades con otorgamiento de prebendas para neutralizar ataques, pero la macropolítica es otra cosa y tiene que ver con las poblaciones, la opinión pública y sus ritmos.
La macropolítica está asociada más con las formas de construir bienestar colectivo orientado a la sociedad y la garantía de legitimidad democrática. Aquí entra el tiempo social y los indicadores que determinan el estatus del pueblo. Las vidas y todo lo que conlleva la cotidianidad de las familias y los individuos para su subsistencia natural. Por ello, las diferencias con el tiempo político. Una sociedad no puede esperar mucho tiempo por medicinas, alimentos, seguridad, empleo y vestido, entre otras necesidades habituales y vitales.

Considerar el tiempo social

Cuando un Estado es incapaz de generar respuestas, a partir de la macropolítica, de cara a atender los requerimientos existenciales de su población, crea un desnivel importante en los ritmos de vida de sus líderes en comparación con sus gobernados.
Y eso, es precisamente lo que está ocurriendo justo ahora en Venezuela. La ceguera situacional de la micropolítica, no permite visualizar en su verdadera magnitud, la profunda crisis que atraviesan miles y miles de familias que luchan a brazo partido diariamente para llevar un poco de sustento a sus hogares. Más allá de los índices, que son muchos y muy buenos recogidos por las Ong’s que han venido a colaborar ante la desidia y la poca transparencia de las cifras oficiales, están los rostros de la necesidad y la impotencia frente a la coyuntura económica actual.

Lo social es un verdadero hervidero cuyo ritmo de deterioro es vertiginoso e indetenible. Sus consecuencias las está “viendo” y “viviendo” el continente con las migraciones desatadas. Es una verdadera avalancha que se está gestando sin que los actores fundamentales del poder la perciban. El tiempo social debe ser tomado muy en cuenta en Noruega y en todos los intentos que se hagan para encontrar una salida digna a la crisis venezolana, especialmente, por quienes en este pasaje de la historia nacional tienen el poder. Por lo tanto, los cálculos cortos de la micropolítica deben ser sustituidos por el cálculo estadista de la macropolítica, o un vendaval demostrará la ceguera y la torpeza.

* * *

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores

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Por estos días, en los que se está intentando retomar un proceso de mediación impulsado por Noruega y otros países del orbe, que conduzca a una negociación que culmine en una hoja de ruta para destrancar la situación conflictiva que atraviesa Venezuela, es importante destacar lo que significa el ritmo del tiempo tanto en lo político propiamente dicho como en lo social y sus circunstancias.

El tiempo político apremia cuando existen elecciones a la vuelta de la esquina. No hay nada en este mundo que impulse más los ritmos de la política que un proceso comicial en ciernes. Así ha sido la historia y probablemente lo seguirá siendo. Aunque las situaciones económicas y las convulsiones sociales impriman una velocidad de vértigo a los actores del poder, éstos, siempre y cuando no sean devastados por una explosión social, generalmente, presentan ceguera situacional que les impide “leer” correctamente lo que acontece en su entorno.

Los políticos en el poder, históricamente, son obligados por las circunstancias que rodean la fenomenología del mando a jugar movidas de ajedrez corto basadas en los grupos de influencia cercanos. Y esto naturalmente, les va reduciendo su capacidad de observar la realidad. En consecuencia, la historia nos muestra como finalizan procesos políticos que no supieron comprender en su justa dimensión, las particularidades que agobiaron a su población. Estos procesos fueron gerenciados eficazmente –muchos de ellos- en la micropolítica.

Gobernantes que movieron sus fichas parlamentarias hábilmente para garantizar apoyos, redistribuyeron cuotas de poder para mantener a raya a potenciales adversarios y hasta compraron lealtades con otorgamiento de prebendas para neutralizar ataques, pero la macropolítica es otra cosa y tiene que ver con las poblaciones, la opinión pública y sus ritmos.
La macropolítica está asociada más con las formas de construir bienestar colectivo orientado a la sociedad y la garantía de legitimidad democrática. Aquí entra el tiempo social y los indicadores que determinan el estatus del pueblo. Las vidas y todo lo que conlleva la cotidianidad de las familias y los individuos para su subsistencia natural. Por ello, las diferencias con el tiempo político. Una sociedad no puede esperar mucho tiempo por medicinas, alimentos, seguridad, empleo y vestido, entre otras necesidades habituales y vitales.

Considerar el tiempo social

Cuando un Estado es incapaz de generar respuestas, a partir de la macropolítica, de cara a atender los requerimientos existenciales de su población, crea un desnivel importante en los ritmos de vida de sus líderes en comparación con sus gobernados.
Y eso, es precisamente lo que está ocurriendo justo ahora en Venezuela. La ceguera situacional de la micropolítica, no permite visualizar en su verdadera magnitud, la profunda crisis que atraviesan miles y miles de familias que luchan a brazo partido diariamente para llevar un poco de sustento a sus hogares. Más allá de los índices, que son muchos y muy buenos recogidos por las Ong’s que han venido a colaborar ante la desidia y la poca transparencia de las cifras oficiales, están los rostros de la necesidad y la impotencia frente a la coyuntura económica actual.

Lo social es un verdadero hervidero cuyo ritmo de deterioro es vertiginoso e indetenible. Sus consecuencias las está “viendo” y “viviendo” el continente con las migraciones desatadas. Es una verdadera avalancha que se está gestando sin que los actores fundamentales del poder la perciban. El tiempo social debe ser tomado muy en cuenta en Noruega y en todos los intentos que se hagan para encontrar una salida digna a la crisis venezolana, especialmente, por quienes en este pasaje de la historia nacional tienen el poder. Por lo tanto, los cálculos cortos de la micropolítica deben ser sustituidos por el cálculo estadista de la macropolítica, o un vendaval demostrará la ceguera y la torpeza.

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