La venezolanidad que acompañó el crecimiento de la sociedad nacional, superados los primeros cincuenta años del siglo XX, se fragmentó luego que la crisis política y económica hiciera furor en el país. El desastre que derivó del esquema sociopolítico establecido por el proyecto ideológico que promovió el arribo del autoritarismo militarista de manos de gobernantes “revolucionarios”, motivó la corrida de miles de venezolanos quienes decidieron buscar un modelo de vida que respaldara legítimos anhelos que dieran sentido y libertad a sus vidas personales y profesionales.
La oferta de país que escasamente mostraron al país lozano dada su resuelta juventud, ha preferido aventurarse a recorrer caminos que, aunque negados en su propio territorio, configuran posibilidades y oportunidades que bien pudieran allanarse con el ímpetu de quienes se han atrevido a probar suerte en otros países.
El modelo económico impuesto en nombre de un degenerado socialismo del siglo XXI, o quizás elaborado entre gallos y medianoche para evitar descubrirse antes de lo que la villanía revolucionaria estima, no constituye valor ni razón para impedir modos de potenciar las capacidades y potencialidades que han distinguido a Venezuela como pujante país en los años postreros del siglo XX.
No hay duda de que la salida de cada venezolano de su tierra natal es profundamente tormentosa y cruel. Es ahí cuando la noción de “patria” adquiere forma en el alma y sentido en el corazón. Los sentimientos afloran, no sólo los recuerdos. También pesan en el cuerpo pues muchos se convierten en deseos frustrados.
Es, justamente, en el fragor de tan angustiante momento, cuando las pasiones y los sueños de vida se tornan contradictorios por cuanto la partida se vuelve un nostálgico drama por las mismas circunstancias imperantes que rodean cada situación. Sobre todo, porque la incertidumbre aborda casi todos los planes que se tienen ante la misma. Ni siquiera tan duro instante, podría ser justificado con la fuerza de mil palabras pronunciadas en armónica cadencia pues la ida de la “patria” propia duele en lo más profundo del ser colectivo e individual.
Pero más allá de lo que la despedida causa a la “Patria grande” tanto como a la “Patria chica”, familias al fin de quien sale de Venezuela, el problema mayúsculo ocurre toda vez que estos ámbitos mutan su esencia provocando intensos daños a propósitos y compromisos que la vida tiene pautada. No sólo en lo político y social, también en lo económico y cultural. Más aún, cuando se piensa que las consecuencias pudieran ser para siempre.
No obstante, las realidades apuntan hacia objetivos tangibles muchos de los cuales podrían alcanzarse de ser posible el reencuentro necesario entre los hijos de la diáspora una vez regresados. Aunque indistintamente de la naturaleza que le indujo razón al motivo que los animó a formar parte de la diáspora, cada venezolano podrá reconocer del tiempo que estuvo ausente, la falta que hizo a la recuperación del país en todas sus expresiones.
Asimismo, cabe advertir algunos de los problemas que este éxodo de venezolanos ha creado en perjuicio del sosiego que buscan los países en aras de su ir mejorando la calidad de vida de sus ciudadanos. Problemas que ponen en peligro no sólo la seguridad de los nativos, sino también de quienes traspasan la frontera. Aparecen razones de las cuales se valen propios y extraños para poner en ascuas la vida de estos.
Tanto así ha resultado el tamaño dicho problema, que gobiernos de países que se ven asediados por la diáspora venezolana, lucen confundidos en cuanto a decisiones que toman ante la posibilidad de categorizar el status de estos recién llegados. Se aducen causales para determinar la condición sociopolítica que resguarde sus derechos humanos. Es el momento en que se duda de la definición que mejor podría protegerlos en concomitancia con las leyes correspondientes. Es ahí cuando esos gobiernos albergan alguna vacilación pues en lo exacto no se tiene precisión jurídica ni política si calzan como ¿refugiados o desplazados?
Foto: Vanguardia.com
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