Hace pocas semanas volví a Caracas decepcionada. Me fui el 24 de octubre, pensando que el movimiento opositor –reunificado y galvanizado al cerrarse la salida electoral en Venezuela y al oficializarse entre nosotros el uso del término “dictadura”– retomaría una agenda de protesta de calle organizada en paralelo a una estrategia de negociación con el régimen. El sentimiento de culpa me embargaba por no estar aquí para esas protestas y momentos: ¿para qué vive uno en Venezuela sino para participar en carne propia y donde uno es más útil de las horas aciagas que nos llevarán al Cambio?
Ahora me doy cuenta que el sentimiento escondido por esa culpa era la soberbia: la pretensión de que ese CAMBIO se da de un momento para otro. Esas dos semanas, luego de que el TSJ matara el Referéndum Revocatorio, no terminaron siendo tan importantes como creíamos. Como movimiento opositor, siempre estamos pensando que viene una “hora de la chiquita”, unos “momentos cruciales” en que nos jugamos el todo o nada. Y cuando no logramos ese todo y en vez logramos poco para no quedarnos con nada, nos decepcionamos. A la hora del “todo o nada” le sigue la hora del rasgamiento de vestiduras, de los dedos que culpan a un liderazgo que no es más que un reflejo de nuestra sociedad. Sociedad que, como tantos de nuestros intelectuales han descrito y analizado, tiende a aferrarse a la provisionalidad y a la informalidad.
Al momento de mi vuelta también acababa de terminar octubre: por excelencia el mes de la autoflagelación e “inútil” análisis contrafactual para los opositores tradicionales: los que siempre asistimos a las convocatorias, por más cansados que estemos de la Mesa de la Unidad Democrática; los que en el fondo siempre le hemos apostado a la MUD (y por eso la criticamos tanto, porque queremos que se convierta en el ideal); los que hacemos “análisis flash” en Facebook pero también el necesario trabajo de hormiguita, de millones, que nos ha convertido en inmensa mayoría electoral. La crítica feroz de este sector no viene del odio, sino del que realmente es el sentimiento opuesto a la indiferencia: el amor.
El que sigue criticando a la MUD es porque (aún) espera que esta “institución” (lo digo entre comillas porque no lo es) sea capaz de convertirse en Gobierno. No por arte de magia, no porque las fuerzas estructurales (i.e. crisis económica) de la Historia inevitablemente nos destinen a ello, sino porque hubo Voluntad de Poder para conducir al país hacia un Proyecto. Si hubiéramos tirado la toalla, no estaríamos indignados, criticando la obvia falta de estrategia; estaríamos mirando hacia otro lado, esperando el surgimiento de otros líderes que tengan respuestas.
Ante la decepción que ha implicado el “diálogo” y su falta de respuestas, me he dado cuenta de que hay dos principales posiciones. La primera es la crítica que mencionaba antes: palo a la MUD, palo a Jesús Torrealba, palo a Carlos Ocariz. La segunda posición ha sido la de quienes hemos tratado de entender –reconociendo los claros errores tácticos por la falta general de estrategia– a quienes abogan por “el diálogo” como una solución a la crisis.
Parte del problema es que cada vez que pasamos por uno de estos ciclos (altas expectativas, pensar que “el cambio viene y NADA lo detiene” + choque con la realidad + lluvia de críticas y decepción total), no evolucionamos hacia una fase (re) constructiva.
Como movimiento opositor, desde 2012 hemos pasado por al menos cuatro momentos parecidos en que NO evolucionamos hacia un momento reconstructivo. Así, nos dejamos arrastrar hacia el próximo momento electoral que nos reunifique por default, imponiéndonos un propósito provisional.
Sin la reconstrucción que no hicimos, cumplir este propósito provisional –ganar una elección– no garantiza ni remotamente el cumplimiento del objetivo central: ser gobierno democrático, estable y que logre implementar y consolidar cambios en nuestras instituciones políticas para –como sociedad– poder hacer la necesaria transición económica hacia el post-rentismo (la Venezuela post-petrolera).
¿Cuáles han sido las cuatro oportunidades perdidas desde 2012? Las dos primeras son obvias: el 7 de octubre de 2012 y el 14 de abril de 2013. Dos coyunturas que la Mesa de la Unidad Democrática tuvo que haber utilizado para convertirse en algo más que una alianza electoral experta en escoger candidatos unitarios, en movilización de electores y entrenamiento de testigos, en conteo y defensa de votos. Fue el momento de prepararnos para lo que necesitamos ahora: la resistencia pacífica y no violenta en las calles; la negociación con el sector del régimen que más tiene que perder (no es casualidad ver a Tarek El Aissami en la “mesa de diálogo”).
No se hizo, en parte, porque no coincidimos en el diagnóstico: nos empeñamos en construir la mayoría electoral sin entender que en algún momento la íbamos a tener, sin tener cómo defenderla ni saber cómo utilizarla en una negociación. Los otros dos momentos fueron entre enero y junio de 2015 –cuando la Unidad se iba recomponiendo en pro del próximo objetivo electoral: la Asamblea Nacional– y en enero de 2016, cuando el país le dio finalmente el mandato electoral a la Unidad para cambiar al gobierno de Nicolás Maduro.
Este tipo de análisis contrafactual de “debimos haber hecho A, B, C para estar preparados para esta coyuntura”, suele tener una respuesta cínica: “si mi abuela tuviera ruedas, sería una bicicleta”. Cínicos y beneficiarios del status quo se unen en una coalición nefasta, evitando que se cambie lo que hay que cambiar. El cinismo supone que es demasiado tarde para cambiar, nos arrebata nuestra agenda ciudadana, pero se niega también a mirar a los lados por otros liderazgos: nos ata de manos.
Es diciembre del 2016, a 18 años del ascenso del chavismo al poder, y todavía conseguimos resistencia para transformamos en un movimiento digno y merecedor del poder. Hemos sido merecedores de los votos pero no de la confianza del país porque no sabemos administrar nuestras derrotas y convertir el saludable momento de reflexión que brinda la depresión (electoral 2012 y 2013, del referéndum 2016 en este caso) en inspiración creativa y operativa para convertirnos en lo que queremos ser.
La segunda reacción a nuestro nuevo status dictatorial ha sido la de entender la tesis de quienes negocian por la Mesa de la Unidad. Parte de la tesis del Referéndum Revocatorio 2016 se basa en que el chavismo gobernante tendría mayor nivel de maniobra para negociar en 2017 porque cualquier renuncia o referéndum conduciría a un gobierno del Vicepresidente de Maduro, llevándonos a una transición mayoritariamente controlada por el régimen.
La tesis de quienes negocian se basa en que debido al empeoramiento de la crisis económica, el año que viene el gobierno tendrá aún más divisiones internas (valga la mención de los gobernadores que perderán su cuota de poder) y problemas estructurales, lo cual ampliará el “leverage” (margen de maniobra, apalancamiento) de la Mesa de la Unidad en las negociaciones. Esta tesis también supone que la protesta de calle simplemente no iba a ser suficiente frente a un régimen que por más dividido que esté, se unió –militares institucionales, radicales civiles y militares, gobernadores– para llegar “entero” al 10 de enero del 2017.
Comparto esa tesis parcialmente: sin duda es crucial mantener canales de comunicación y negociaciones abiertas con el régimen. El problema nunca ha sido sentarse en el “diálogo”, sino lo que se negocia ahí. Pero no la comparto en la medida en que esa tesis ponga todo el peso de los acontecimientos en el deterioro de la crisis económica y postergue la implementación de una tesis política y el fortalecimiento de un instrumento (llámese Mesa de la Unidad Democrática) listo para un reto que va mucho más allá de lo electoral: articular un movimiento social y amplio de calle, negociar con sociópatas y narcotraficantes, ganar una elección y gobernar. La necesidad de “diálogo” no puede convertirse en una apología a quienes exigimos una propuesta política coherente.
Estas son las señales que debemos atender con nuestros adolescentes.
El modelo machista tiene entre sus particularidades el alentar a los hombres a regar su semilla sin ocuparse mucho de hacerse cargo de los frutos.
Los «hombres de barro» carecen de capacidades cognitivas para confrontar las exigencias sociaes, económicas y políticas.
Después de 15 años se convocan elecciones en la Universidad Central de Venezuela. Ha pasado mucha agua debajo del puente, hemos vivido desgarradoras experiencias como comunidad universitaria. Una de las lecciones aprendidas, para mí, ha sido que el poder corrompe se vista de dictadura, totalitarismo o emplee el lenguaje y los argumentos de la democracia. […]
Hace pocas semanas volví a Caracas decepcionada. Me fui el 24 de octubre, pensando que el movimiento opositor –reunificado y galvanizado al cerrarse la salida electoral en Venezuela y al oficializarse entre nosotros el uso del término “dictadura”– retomaría una agenda de protesta de calle organizada en paralelo a una estrategia de negociación con el régimen. El sentimiento de culpa me embargaba por no estar aquí para esas protestas y momentos: ¿para qué vive uno en Venezuela sino para participar en carne propia y donde uno es más útil de las horas aciagas que nos llevarán al Cambio?
Ahora me doy cuenta que el sentimiento escondido por esa culpa era la soberbia: la pretensión de que ese CAMBIO se da de un momento para otro. Esas dos semanas, luego de que el TSJ matara el Referéndum Revocatorio, no terminaron siendo tan importantes como creíamos. Como movimiento opositor, siempre estamos pensando que viene una “hora de la chiquita”, unos “momentos cruciales” en que nos jugamos el todo o nada. Y cuando no logramos ese todo y en vez logramos poco para no quedarnos con nada, nos decepcionamos. A la hora del “todo o nada” le sigue la hora del rasgamiento de vestiduras, de los dedos que culpan a un liderazgo que no es más que un reflejo de nuestra sociedad. Sociedad que, como tantos de nuestros intelectuales han descrito y analizado, tiende a aferrarse a la provisionalidad y a la informalidad.
Al momento de mi vuelta también acababa de terminar octubre: por excelencia el mes de la autoflagelación e “inútil” análisis contrafactual para los opositores tradicionales: los que siempre asistimos a las convocatorias, por más cansados que estemos de la Mesa de la Unidad Democrática; los que en el fondo siempre le hemos apostado a la MUD (y por eso la criticamos tanto, porque queremos que se convierta en el ideal); los que hacemos “análisis flash” en Facebook pero también el necesario trabajo de hormiguita, de millones, que nos ha convertido en inmensa mayoría electoral. La crítica feroz de este sector no viene del odio, sino del que realmente es el sentimiento opuesto a la indiferencia: el amor.
El que sigue criticando a la MUD es porque (aún) espera que esta “institución” (lo digo entre comillas porque no lo es) sea capaz de convertirse en Gobierno. No por arte de magia, no porque las fuerzas estructurales (i.e. crisis económica) de la Historia inevitablemente nos destinen a ello, sino porque hubo Voluntad de Poder para conducir al país hacia un Proyecto. Si hubiéramos tirado la toalla, no estaríamos indignados, criticando la obvia falta de estrategia; estaríamos mirando hacia otro lado, esperando el surgimiento de otros líderes que tengan respuestas.
Ante la decepción que ha implicado el “diálogo” y su falta de respuestas, me he dado cuenta de que hay dos principales posiciones. La primera es la crítica que mencionaba antes: palo a la MUD, palo a Jesús Torrealba, palo a Carlos Ocariz. La segunda posición ha sido la de quienes hemos tratado de entender –reconociendo los claros errores tácticos por la falta general de estrategia– a quienes abogan por “el diálogo” como una solución a la crisis.
Parte del problema es que cada vez que pasamos por uno de estos ciclos (altas expectativas, pensar que “el cambio viene y NADA lo detiene” + choque con la realidad + lluvia de críticas y decepción total), no evolucionamos hacia una fase (re) constructiva.
Como movimiento opositor, desde 2012 hemos pasado por al menos cuatro momentos parecidos en que NO evolucionamos hacia un momento reconstructivo. Así, nos dejamos arrastrar hacia el próximo momento electoral que nos reunifique por default, imponiéndonos un propósito provisional.
Sin la reconstrucción que no hicimos, cumplir este propósito provisional –ganar una elección– no garantiza ni remotamente el cumplimiento del objetivo central: ser gobierno democrático, estable y que logre implementar y consolidar cambios en nuestras instituciones políticas para –como sociedad– poder hacer la necesaria transición económica hacia el post-rentismo (la Venezuela post-petrolera).
¿Cuáles han sido las cuatro oportunidades perdidas desde 2012? Las dos primeras son obvias: el 7 de octubre de 2012 y el 14 de abril de 2013. Dos coyunturas que la Mesa de la Unidad Democrática tuvo que haber utilizado para convertirse en algo más que una alianza electoral experta en escoger candidatos unitarios, en movilización de electores y entrenamiento de testigos, en conteo y defensa de votos. Fue el momento de prepararnos para lo que necesitamos ahora: la resistencia pacífica y no violenta en las calles; la negociación con el sector del régimen que más tiene que perder (no es casualidad ver a Tarek El Aissami en la “mesa de diálogo”).
No se hizo, en parte, porque no coincidimos en el diagnóstico: nos empeñamos en construir la mayoría electoral sin entender que en algún momento la íbamos a tener, sin tener cómo defenderla ni saber cómo utilizarla en una negociación. Los otros dos momentos fueron entre enero y junio de 2015 –cuando la Unidad se iba recomponiendo en pro del próximo objetivo electoral: la Asamblea Nacional– y en enero de 2016, cuando el país le dio finalmente el mandato electoral a la Unidad para cambiar al gobierno de Nicolás Maduro.
Este tipo de análisis contrafactual de “debimos haber hecho A, B, C para estar preparados para esta coyuntura”, suele tener una respuesta cínica: “si mi abuela tuviera ruedas, sería una bicicleta”. Cínicos y beneficiarios del status quo se unen en una coalición nefasta, evitando que se cambie lo que hay que cambiar. El cinismo supone que es demasiado tarde para cambiar, nos arrebata nuestra agenda ciudadana, pero se niega también a mirar a los lados por otros liderazgos: nos ata de manos.
Es diciembre del 2016, a 18 años del ascenso del chavismo al poder, y todavía conseguimos resistencia para transformamos en un movimiento digno y merecedor del poder. Hemos sido merecedores de los votos pero no de la confianza del país porque no sabemos administrar nuestras derrotas y convertir el saludable momento de reflexión que brinda la depresión (electoral 2012 y 2013, del referéndum 2016 en este caso) en inspiración creativa y operativa para convertirnos en lo que queremos ser.
La segunda reacción a nuestro nuevo status dictatorial ha sido la de entender la tesis de quienes negocian por la Mesa de la Unidad. Parte de la tesis del Referéndum Revocatorio 2016 se basa en que el chavismo gobernante tendría mayor nivel de maniobra para negociar en 2017 porque cualquier renuncia o referéndum conduciría a un gobierno del Vicepresidente de Maduro, llevándonos a una transición mayoritariamente controlada por el régimen.
La tesis de quienes negocian se basa en que debido al empeoramiento de la crisis económica, el año que viene el gobierno tendrá aún más divisiones internas (valga la mención de los gobernadores que perderán su cuota de poder) y problemas estructurales, lo cual ampliará el “leverage” (margen de maniobra, apalancamiento) de la Mesa de la Unidad en las negociaciones. Esta tesis también supone que la protesta de calle simplemente no iba a ser suficiente frente a un régimen que por más dividido que esté, se unió –militares institucionales, radicales civiles y militares, gobernadores– para llegar “entero” al 10 de enero del 2017.
Comparto esa tesis parcialmente: sin duda es crucial mantener canales de comunicación y negociaciones abiertas con el régimen. El problema nunca ha sido sentarse en el “diálogo”, sino lo que se negocia ahí. Pero no la comparto en la medida en que esa tesis ponga todo el peso de los acontecimientos en el deterioro de la crisis económica y postergue la implementación de una tesis política y el fortalecimiento de un instrumento (llámese Mesa de la Unidad Democrática) listo para un reto que va mucho más allá de lo electoral: articular un movimiento social y amplio de calle, negociar con sociópatas y narcotraficantes, ganar una elección y gobernar. La necesidad de “diálogo” no puede convertirse en una apología a quienes exigimos una propuesta política coherente.