En días pasados estaba dando una charla sobre el entorno económico y social venezolano. Una de los asistentes, muy joven, me preguntaba —¿Cuándo considera usted que comenzó la crisis económica en nuestro país?
Impulsiva y de forma un tanto vana, cedí a la fácil tentación de decir que, al inicio de la hiperinflación, entre 2016 y 2017, y que marcó el hito de la crisis más grave que ha vivido Venezuela desde la Guerra de Independencia y la ulterior Guerra Federal.
Lo anterior, lo respaldaba con sendas gráficas que mostraban el comportamiento del PIB, tasa de cambio, inflación y déficit fiscal en épocas recientes.
Ya de regreso de la charla, y pensando sobre la referida pregunta, desde las telarañas de mi mente, retumbaban las palabras de mi madre, diciéndome en los 70, tras la nacionalización del petróleo: —Hijo, no pidan tantas cosas al niño Jesús, que este ha sido un año muy malo y tenemos que “apretarnos el cinturón”.
Mi madre, en esa época, comerciante a la sazón, era una profeta del desastre que afirmaba año tras año en fechas decembrinas, que la situación en el país era “muy fregada”, que la economía estaba muy mala y que el año por venir no sería mejor.
No sé si los si los Henkel García, Luis Vicente León y Asdrúbal Oliveros de aquel tiempo, hubiesen suscrito las predicciones de mamá, pero ante la reverberación en mi mente de aquel recuerdo de infancia, me di a la tarea de investigar sobre el comportamiento de la economía venezolana desde los 60 y hasta nuestros días.
Ciertamente entre el año 1960 y hasta 1983 se observa un PIB creciente que asciende de 8 a 80 millardos de dólares, con un crecimiento continuado promedio de 4% interanual. 1983 coincide con la triste fecha de la devaluación y control de cambio que decidiera el gobierno de Herrera Campins, y que no ha visto cese ni reparo, sino más bien un agravamiento sostenido hasta nuestros días.
Ese nefasto año, sin encontrar como causales una caída de los precios o producción petrolera, sino un grave déficit fiscal y una indigesta deuda externa, Herrera y el BCV, dirigido por el históricamente celebre “Búfalo” (Leopoldo Díaz Bruzual), dan al traste con un dólar tasado en 4,30 desde 1941, y comienza el inicio a la era de la devaluación del bolívar que aun hoy vivimos.
Desde entonces y hasta nuestros días, comienza a experimentar el PIB venezolano una suerte de picos y valles que, si bien pueden encontrar espejo en el comportamiento de la industria petrolera, lejos está de acercarse a una correlación directa con esta. Estas fluctuaciones del PIB tampoco se relacionan directamente con fenómenos políticos sobrevenidos, como el “chiripero” de Caldera y la revolución bonita de Chávez, preñada de buenas intenciones sociales y económicas, pero con una ineptitud sin precedentes para la ejecución y administración de los dineros del Estado, sin contar con la enorme corrupción administrativa.
Si en la revisión histórica de nuestra macroeconomía, nos adentramos en variables un poco más profundas como la variación del PIB per cápita, entonces nos encontraremos con un comportamiento de alzas y bajas, que derivan en una curva de electrocardiograma, digna de cualquier paciente arrítmico en terapia intensiva a punto de morir. Enormes picos, vertiginosas caídas y muy escasos espacios de calma, es lo observado en nuestra economía desde los inicios de la IV República. Sin duda, estos se ven agravados en los últimos 5 años.
Para no aburrirlos más con variables macroeconómicas, que suelen generar bostezos en la mayoría de la gente —no sin razón—, les cuento un poco a manera anecdótica y narrativa como hemos vivido, nosotros, la “gente de a pie”, tal comportamiento bipolar del hacer económico nacional.
Tras la caída de Pérez Jiménez, a quien se reconoce su habilidad administrativa como jefe de Estado, tanto como las atrocidades políticas cometidas como dictador, la IV República, logra estabilidad política con una reconocida alternancia en el poder de adecos y copeyanos, como los partidos socialdemócratas con mayor tracción política en el país.
Sin entrar en honduras, Venezuela se dividía en ricos y pobres, así como una apurada clase media que padecía en tiempos de sequía económica y veía luz en tiempos de abundancia.
Los ricos, élites antiguas, amos del valle, y nuevos capitales, rodeaban las “macollas” del poder político, para mamar de la teta petrolera del Estado a través de negocios directos o de subsidios empresariales que nutrían sus grupos económicos.
En la otra esquina, los pobres de entonces, empleados públicos, operarios de las grandes empresas, así como pequeños agricultores e individuos que ejercían oficios mal pagados, nunca vieron la bonanza que se repartían entre ricos y políticos, políticos y ricos, que con la “misma gorra” y máscaras diferentes controlaban el país. Pequeños comerciantes y empleados de buen nivel nutrían una clase media que vivía riqueza y pobreza cuando los poderosos abrían y cerraban los chorros del dinero.
Sin duda, existían políticas sociales que brindaban a las clases menos favorecidas mayor acceso a bienes y servicios, así como buenos servicios públicos, esmerada educación, vivienda y salud, con mayores oportunidades de inclusión. Más el ascenso en la pirámide social, era menester de unos pocos.
El “está barato dame 2” allende los 70s y tempranos 80s, deleitó a una escasa clase aspiracional, durante el quinquenio que siguió a la nacionalización del petróleo y vio cómo los colosales ingresos que tuvo el país se desbordan a un pueblo más llano. La gente vivía un espejismo temporal lleno de absurdo derroche a todo nivel social, sin previsión alguna de cara a la época de “vacas flacas”, que inexorablemente llegaría tras una fiesta sin límites.
Algo muy similar pasó en la década chavista comprendida entre 2005 y 2015, cuando el aumento de los precios del petróleo, con una producción todavía en cifras aceptables, desbordó las arcas del Estado, permeando el dinero, ante todo, a los nuevos grupos económicos —y a algunos viejos, también—, a muchos políticos que sin cuartel ni cuartelillo amasaban fortunas a costas del erario público, así como a través de las múltiples misiones que regalaban comida, educación, salud, vivienda y servicios públicos a los pobres.
Nuevamente la misma premisa de la cuarta, a botar la plata sin pensar en el ahorro ni en el futuro, ahora eran mestizos zambos y mulatos venidos a más, por el ungido de la revolución, los que se beneficiaban de la piñata del dinero. No sin la rabia de los tradicionales grupos de poder social, que se veían desplazados por “gente fea, malhablada e ignorante” que no era digna de alcurnia alguna.
Porque los venezolanos somos así, vivimos un ancestral ciclo, creo heredado de nuestros ancestros mediterráneos, españoles, italianos y portugueses. En virtud de este ciclo vivimos un tiempo para “la joda”, nos echamos los tragos sin medida, nos encanta una rumba, compramos, compramos, y nos endeudamos para seguir comprando. También, “nos morimos por un culito”, hombres y mujeres, porque para seducir y hacer el amor, estamos “mandados a hacer”. Después, trabajamos, porque somos trabajadores, y mucho.
Tras la rumba, goce, derroche, deudas y trabajo, nos damos cuenta de que estamos “pelando”, y en ese momento nos atrapa el desconcierto, la angustia y la desesperación. Justamente, esa desesperación nos lleva al misticismo y comenzamos a pedirle a la Virgencita que nos saque del hueco. Le pedimos a la Virgen, porque en el fondo somos “cagones” y nos da miedo enfrentarnos a la ira de papá Dios. Siempre la imagen de una “gran madre alcahueta”, es mejor que el de un padre enfurecido. Tras longos ruegos y rezos, a veces durante años, encontramos alivio a las premuras económicas, por recuperaciones de los ingresos petroleros, y entonces nos damos nuevamente a la rumba, el goce, el derroche y el trabajo.
Este ciclo, digno de estudios sociológicos, y propios de la “condición caribe”, sin distingo de clases nos caracteriza como gentilicio. Ricos y pobres hemos vivido y reeditado este ciclo a lo largo de nuestra historia. De ello existe evidencia en los archivos de indias que documentan el periodo colonial, así como relatos históricos que suscriben lo dicho durante la etapa de independencia, así como en cada periodo republicano y dictatorial que hemos vivido a lo largo de la historia pretérita y contemporánea.
Así hemos vivido y muy probablemente, así seguiremos. Ni el ahorro, ni el futuro son nuestras prioridades.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Impulsiva y de forma un tanto vana, cedí a la fácil tentación de decir que, al inicio de la hiperinflación, entre 2016 y 2017, y que marcó el hito de la crisis más grave que ha vivido Venezuela desde la Guerra de Independencia y la ulterior Guerra Federal.
Lo anterior, lo respaldaba con sendas gráficas que mostraban el comportamiento del PIB, tasa de cambio, inflación y déficit fiscal en épocas recientes.
Ya de regreso de la charla, y pensando sobre la referida pregunta, desde las telarañas de mi mente, retumbaban las palabras de mi madre, diciéndome en los 70, tras la nacionalización del petróleo: —Hijo, no pidan tantas cosas al niño Jesús, que este ha sido un año muy malo y tenemos que “apretarnos el cinturón”.
Mi madre, en esa época, comerciante a la sazón, era una profeta del desastre que afirmaba año tras año en fechas decembrinas, que la situación en el país era “muy fregada”, que la economía estaba muy mala y que el año por venir no sería mejor.
No sé si los si los Henkel García, Luis Vicente León y Asdrúbal Oliveros de aquel tiempo, hubiesen suscrito las predicciones de mamá, pero ante la reverberación en mi mente de aquel recuerdo de infancia, me di a la tarea de investigar sobre el comportamiento de la economía venezolana desde los 60 y hasta nuestros días.
Ciertamente entre el año 1960 y hasta 1983 se observa un PIB creciente que asciende de 8 a 80 millardos de dólares, con un crecimiento continuado promedio de 4% interanual. 1983 coincide con la triste fecha de la devaluación y control de cambio que decidiera el gobierno de Herrera Campins, y que no ha visto cese ni reparo, sino más bien un agravamiento sostenido hasta nuestros días.
Ese nefasto año, sin encontrar como causales una caída de los precios o producción petrolera, sino un grave déficit fiscal y una indigesta deuda externa, Herrera y el BCV, dirigido por el históricamente celebre “Búfalo” (Leopoldo Díaz Bruzual), dan al traste con un dólar tasado en 4,30 desde 1941, y comienza el inicio a la era de la devaluación del bolívar que aun hoy vivimos.
Desde entonces y hasta nuestros días, comienza a experimentar el PIB venezolano una suerte de picos y valles que, si bien pueden encontrar espejo en el comportamiento de la industria petrolera, lejos está de acercarse a una correlación directa con esta. Estas fluctuaciones del PIB tampoco se relacionan directamente con fenómenos políticos sobrevenidos, como el “chiripero” de Caldera y la revolución bonita de Chávez, preñada de buenas intenciones sociales y económicas, pero con una ineptitud sin precedentes para la ejecución y administración de los dineros del Estado, sin contar con la enorme corrupción administrativa.
Si en la revisión histórica de nuestra macroeconomía, nos adentramos en variables un poco más profundas como la variación del PIB per cápita, entonces nos encontraremos con un comportamiento de alzas y bajas, que derivan en una curva de electrocardiograma, digna de cualquier paciente arrítmico en terapia intensiva a punto de morir. Enormes picos, vertiginosas caídas y muy escasos espacios de calma, es lo observado en nuestra economía desde los inicios de la IV República. Sin duda, estos se ven agravados en los últimos 5 años.
Para no aburrirlos más con variables macroeconómicas, que suelen generar bostezos en la mayoría de la gente —no sin razón—, les cuento un poco a manera anecdótica y narrativa como hemos vivido, nosotros, la “gente de a pie”, tal comportamiento bipolar del hacer económico nacional.
Tras la caída de Pérez Jiménez, a quien se reconoce su habilidad administrativa como jefe de Estado, tanto como las atrocidades políticas cometidas como dictador, la IV República, logra estabilidad política con una reconocida alternancia en el poder de adecos y copeyanos, como los partidos socialdemócratas con mayor tracción política en el país.
Sin entrar en honduras, Venezuela se dividía en ricos y pobres, así como una apurada clase media que padecía en tiempos de sequía económica y veía luz en tiempos de abundancia.
Los ricos, élites antiguas, amos del valle, y nuevos capitales, rodeaban las “macollas” del poder político, para mamar de la teta petrolera del Estado a través de negocios directos o de subsidios empresariales que nutrían sus grupos económicos.
En la otra esquina, los pobres de entonces, empleados públicos, operarios de las grandes empresas, así como pequeños agricultores e individuos que ejercían oficios mal pagados, nunca vieron la bonanza que se repartían entre ricos y políticos, políticos y ricos, que con la “misma gorra” y máscaras diferentes controlaban el país. Pequeños comerciantes y empleados de buen nivel nutrían una clase media que vivía riqueza y pobreza cuando los poderosos abrían y cerraban los chorros del dinero.
Sin duda, existían políticas sociales que brindaban a las clases menos favorecidas mayor acceso a bienes y servicios, así como buenos servicios públicos, esmerada educación, vivienda y salud, con mayores oportunidades de inclusión. Más el ascenso en la pirámide social, era menester de unos pocos.
El “está barato dame 2” allende los 70s y tempranos 80s, deleitó a una escasa clase aspiracional, durante el quinquenio que siguió a la nacionalización del petróleo y vio cómo los colosales ingresos que tuvo el país se desbordan a un pueblo más llano. La gente vivía un espejismo temporal lleno de absurdo derroche a todo nivel social, sin previsión alguna de cara a la época de “vacas flacas”, que inexorablemente llegaría tras una fiesta sin límites.
Algo muy similar pasó en la década chavista comprendida entre 2005 y 2015, cuando el aumento de los precios del petróleo, con una producción todavía en cifras aceptables, desbordó las arcas del Estado, permeando el dinero, ante todo, a los nuevos grupos económicos —y a algunos viejos, también—, a muchos políticos que sin cuartel ni cuartelillo amasaban fortunas a costas del erario público, así como a través de las múltiples misiones que regalaban comida, educación, salud, vivienda y servicios públicos a los pobres.
Nuevamente la misma premisa de la cuarta, a botar la plata sin pensar en el ahorro ni en el futuro, ahora eran mestizos zambos y mulatos venidos a más, por el ungido de la revolución, los que se beneficiaban de la piñata del dinero. No sin la rabia de los tradicionales grupos de poder social, que se veían desplazados por “gente fea, malhablada e ignorante” que no era digna de alcurnia alguna.
Porque los venezolanos somos así, vivimos un ancestral ciclo, creo heredado de nuestros ancestros mediterráneos, españoles, italianos y portugueses. En virtud de este ciclo vivimos un tiempo para “la joda”, nos echamos los tragos sin medida, nos encanta una rumba, compramos, compramos, y nos endeudamos para seguir comprando. También, “nos morimos por un culito”, hombres y mujeres, porque para seducir y hacer el amor, estamos “mandados a hacer”. Después, trabajamos, porque somos trabajadores, y mucho.
Tras la rumba, goce, derroche, deudas y trabajo, nos damos cuenta de que estamos “pelando”, y en ese momento nos atrapa el desconcierto, la angustia y la desesperación. Justamente, esa desesperación nos lleva al misticismo y comenzamos a pedirle a la Virgencita que nos saque del hueco. Le pedimos a la Virgen, porque en el fondo somos “cagones” y nos da miedo enfrentarnos a la ira de papá Dios. Siempre la imagen de una “gran madre alcahueta”, es mejor que el de un padre enfurecido. Tras longos ruegos y rezos, a veces durante años, encontramos alivio a las premuras económicas, por recuperaciones de los ingresos petroleros, y entonces nos damos nuevamente a la rumba, el goce, el derroche y el trabajo.
Este ciclo, digno de estudios sociológicos, y propios de la “condición caribe”, sin distingo de clases nos caracteriza como gentilicio. Ricos y pobres hemos vivido y reeditado este ciclo a lo largo de nuestra historia. De ello existe evidencia en los archivos de indias que documentan el periodo colonial, así como relatos históricos que suscriben lo dicho durante la etapa de independencia, así como en cada periodo republicano y dictatorial que hemos vivido a lo largo de la historia pretérita y contemporánea.
Así hemos vivido y muy probablemente, así seguiremos. Ni el ahorro, ni el futuro son nuestras prioridades.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: IGTF, un retroceso económico