economia feminista
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La economía, como cualquier ciencia, es una construcción social. Y bajo el esquema patriarcal, toda construcción social actúa para el privilegio masculino. La vida económica está profundamente influenciada por historias, estructuras sociales, normas, prácticas culturales, interacciones interpersonales y la ideología predominante, porque al fin y al cabo se trata de una ciencia social.

En la economía tal y como la conocemos, la masculinidad se asocia con objetividad, consistencia lógica, logros individuales, matemáticas, abstracción y falta de emoción. Quizá por ello observamos un exceso de economistas hombres, en firmas consultoras, en los gabinetes de gobierno y en los paneles de discusión.

Básicamente la economía dominante ha sido desarrollada mayoritariamente por  varones heterosexuales, clase media y media-alta y esto ha llevado a la supresión de las experiencias de vida de toda la diversidad, especialmente de las mujeres y familias no tradicionales.

Creencias que excluyen

Michèle Pujol, nigeriana canadiense, importante académica económica feminista, nos habla de cinco supuestos históricos específicos sobre la mujer, desde la cual se ha construido el andamiaje económico tradicional: 1. Todas las mujeres se casan y todas las mujeres tendrán niños. 2. Todas las mujeres dependen económicamente de un familiar varón. 3. Todas las mujeres son (y deben ser) amas de casa debido a sus capacidades reproductivas. 4. Las mujeres son improductivas en la fuerza de trabajo industrial. 5. Las mujeres son agentes económicos irracionales, impropios y no se puede confiar en ellas para tomar las decisiones económicas correctas.

Estas creencias han consolidado históricamente estructuras y prácticas que, aunque se han modernizado ligeramente en los últimos 50 años, explican muy bien por qué aún tan pocas mujeres son dueñas de grandes empresas, por qué no están en las juntas directivas en paridad con sus colegas hombres, por qué no son vistas con más frecuencia como representantes gremiales, por qué no aparecen en las listas de las más ricas del mundo o por qué existe la brecha salarial.

Las mujeres nunca han tenido genéricamente el poder y aquellas que lo han alcanzado lo han hecho por excepción. Urge una nueva visión de la economía, que parta de supuestos más modernos, sobre todo en los países en desarrollo.

¿Qué es la economía feminista?

Nació en los 90 gracias al impulso de economistas como Marilyn Watig, Betsy Warrior, Mercedes Dalessandro y Amartya Sen, con un objetivo bastante más radical que simplemente hacer notar la situación de mujeres y varones en el ámbito socioeconómico, o proponer para ellas políticas que corrijan los impactos de género del funcionamiento económico. Va más allá: busca señalar la forma en que los modelos y métodos de la economía están basados en preferencias masculinas.

Su principal meta es desarmar las construcciones sociales de género que asocian a las mujeres únicamente con la sensibilidad, la intuición, la conexión con la naturaleza, el servicio por los demás, el hogar y la sumisión. Estas asociaciones no son inocentes porque como toda construcción social de género, es profundamente desigual e inequitativa y tiene consecuencias en la vida de las mujeres. No por casualidad, ellas se encuentran en una situación de mayor vulnerabilidad por factores como una menor inserción laboral, en condiciones de mayor precariedad y una sobrerrepresentación en el mercado informal y con perspectivas de superación especialmente difíciles. Todas las estadísticas de los países de la región dan cuenta de estas inequidades.

El centro de la sociedad: los procesos que sostienen la vida 

La actual pandemia ha puesto sobre el tapete la importancia de los cuidados para la sobrevivencia humana. Paradójicamente, no son remunerados y son llevados a cabo por mujeres en su inmensa mayoría. Suelen encontrarse invisibilizados y como consecuencia, suelen considerarse secundarios, aunque realmente supongan la base de la organización del sistema social.

Por ello, necesitamos otro modelo económico que nos permita superar el sistema sexo-género y que de manera urgente supere las divisiones masculino-femenino, público-privado, productivo-reproductivo y razón-emoción. Una economía que no feminice roles, que no dé por supuesto que las tareas de la crianza o el cuidado del hogar y las personas sean específicos de las mujeres, mientras que las profesiones productivas y mejor valoradas socialmente se vinculen al género masculino.

Ojalá la economía feminista formase parte del pensum de estudio de las facultades de economía de nuestras universidades para formar profesionales con mayor sensibilidad por formas colaborativas desprovistas de género y así tener sociedades más sostenibles e inclusivas en el más corto plazo posible.

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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