Alumbré a mis dos hijos con pitosín y peridural. Pitosín porque no desencadené trabajo de parto natural y hubo que inducirlo para evitar una cesárea (años después leí un artículo que asociaba este fenómeno con estrés durante el embarazo) y peridural, porque teniendo en ambos casos más de las semanas reglamentarias, sufrí lo que llaman “parto seco” sin romper fuente; el dolor se hacía insoportable. 12 horas de trabajo de parto en ambos casos, fue más de lo que mi cuerpo podía soportar. Recuerdo que al momento de autorizar que me inyectaran en la columna vertebral, la sensación fue de gloria máxima. Y aun cuando no desapareció del todo el dolor de las contracciones, -o sea, igual sentí a los niños salir por mi canal vaginal- el alivio fue enorme.
Cuento esto porque recientemente leí una discusión entre quienes defienden el uso de analgésicos durante el parto y quienes defienden la “vuelta a lo natural”. No puedo dejar de unir estas polémicas al tema de la lactancia exclusiva o a los periodos prolongados de reposo postnatal, o la recomendación de no tomar anticonceptivos por sus efectos secundarios o parir en la casa con doulas para evitar la violencia obstétrica… todas recomendaciones formuladas bajo el supuesto de “naturalidad”, que a lo mejor deriva de aplicar las técnicas y reglas que llegan de la madre naturaleza.
Se trata de un argumento, en el mejor de los casos, falaz. Muchas veces malintencionado. Natural es que muera un niño si no es vacunado y algunos padres, incluso en países avanzados, defienden el derecho a no ofrecer este tipo de asistencia preventiva por razones religiosas. El argumento de la naturalidad nos podría enfrentar a miles de situaciones y procedimientos en las que la ciencia médica altera las dinámicas de sanación que hace apenas cien años estaban vigentes.
En el caso del parto, esto nos devuelve a la época de las bisabuelas, cuando nuestro único rol patriarcal era parir y cuidar casa y muchachos, todos los que Dios quisiera enviarnos. Mientras más hijos, más bendecidas. Fueron épocas donde la mortalidad materna a nivel mundial era alarmante, porque, como bien saben los médicos, contar con métodos de elección para asistir a las madres en un momento tan delicado como traer a un ser al mundo, ha salvado muchas vidas.
De hecho, nuestras amigas de Equivalencia en Acción, presentaron recientemente su informe “Mujeres al Límite Venezuela 2019” indicando con justificada alarma que la mortalidad materna en el país se ha incrementado en 66%, producto de la falta de anestesiólogos, nutrición inadecuada, hospitales no acondicionados sin servicios básicos, escasez de medicamentos y anticonceptivos, prácticas inseguras de aborto, entre otros factores. Pero es que en Venezuela estamos cien años atrás con respecto a los países más avanzados en materia de derechos sexuales y reproductivos y es la muestra de que prescindir de lo que la medicina tiene para ofrecernos, pone en riesgo la vida misma.
Beatriz Gimeno, feminista y política española nos dice: “La anestesia para el parto se conocía hacía mucho pero la prohibieron desde la Iglesias al poder civil. Hasta bien entrado el siglo XX la iglesia consideró un pecado mortal la ambición de parir sin dolor… Durante siglos las curanderas lucharon porque las mujeres sufrieran menos en los partos con láudano y yerbas que eran anestésicos. Las quemaron por ello… El derecho a parir sin dolor costó siglos de lucha a las mujeres. A mediados del XX en la república aún estaba mal visto tener ese deseo”. Vemos claramente el imperativo moral que está detrás del derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos.
En general, las mujeres debemos estar profundamente agradecidas a la ciencia y sus avances, así como al empeño que muchas feministas pusieron en esta lucha, porque gracias a ello, hoy tenemos opciones que nos permiten preservar nuestra salud, desde elegir si nos embarazamos o no, gracias a los métodos de anticoncepción y abortos seguros, hasta el derecho a parir sin dolor, en un hospital con profesionales de la medicina con experticia suficiente para tomar las mejores decisiones en los momentos críticos, incluyendo mecanismos para paliar el dolor.
Cierto es que se precisa más y mejores investigaciones para generar anticonceptivos de mejor nivel que minimicen efectos no deseados, mejores fórmulas lácteas para sustituir lactancia eterna a quienes deciden no amamantar, mejores profesionales de la medicina y la enfermería en hospitales bien dotados para facilitar el proceso, que no incurran en malos tratos a las parturientas. Pero no dar el mensaje de que lo mejor es evitar todo el sistema sanitario por el bien del bebé disfrazando la histórica opresión de las mujeres con argumentos naturalistas.
No hay nada valioso en parir con dolor, ni aguantar sufrimiento, ni encadenar la vida propia a la de otro ser, ni el silencio, ni la resignación, con el cuento de que nacimos para ser madres y que eso nos hace más humanas. Las mujeres y madres modernas necesitamos tiempo libre, vida plena, garantías para preservar nuestra salud física y mental y por encima de todas las cosas, libertad para hacer con nuestras vidas lo que nos dé la gana. Para ello haremos uso de todo lo que las nuevas tecnologías tengan a bien ofrecernos.
Foto: http://www.proyectomamas.tv/
* * *
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores
Numerosas razones convergen sobre la brecha que hay entre la política y la educación. El abordaje de este temas desde la perspectiva académico–universitaria adquiere un mejor sentido para concienciar no sólo acerca de la importancia que implica, sino sobre el efecto que generan en el ejercicio profesional. Incluso, en medio de la actitud que, en […]
Un tempestuoso día de marzo de 1827, a los 56 años, falleció el compositor alemán Ludwig van Beethoven. Estaba en cama desde diciembre, fue atacado por ictericia, sus miembros y abdomen se hincharon, cada respiración era una lucha. Luego de fallecer, sus amigos se dedicaron a la tarea de clasificar las pertenencias personales, descubriendo un documento […]
La democracia es el régimen de gobierno que más garantiza el ejercicio pleno de los derechos humanos. Aunque, evidentemente, la historia se ha encargado de mostrarnos sus fallas, carencias y desviaciones, que en no pocas oportunidades han causado cansancio por parte de poblaciones enteras. Todo esto no significa que no sea perfectible y en el […]
El poder de las mujeres crece cada vez más en todo el mundo, aún en países donde a ellas se les prohíbe mostrar la cara. La presión de las mujeres identificadas como feministas ha logrado, con el apoyo de algunos hombres, aprobar leyes a su favor, alcanzar puestos destacados en el gobierno, aumentar el número […]
Alumbré a mis dos hijos con pitosín y peridural. Pitosín porque no desencadené trabajo de parto natural y hubo que inducirlo para evitar una cesárea (años después leí un artículo que asociaba este fenómeno con estrés durante el embarazo) y peridural, porque teniendo en ambos casos más de las semanas reglamentarias, sufrí lo que llaman “parto seco” sin romper fuente; el dolor se hacía insoportable. 12 horas de trabajo de parto en ambos casos, fue más de lo que mi cuerpo podía soportar. Recuerdo que al momento de autorizar que me inyectaran en la columna vertebral, la sensación fue de gloria máxima. Y aun cuando no desapareció del todo el dolor de las contracciones, -o sea, igual sentí a los niños salir por mi canal vaginal- el alivio fue enorme.
Cuento esto porque recientemente leí una discusión entre quienes defienden el uso de analgésicos durante el parto y quienes defienden la “vuelta a lo natural”. No puedo dejar de unir estas polémicas al tema de la lactancia exclusiva o a los periodos prolongados de reposo postnatal, o la recomendación de no tomar anticonceptivos por sus efectos secundarios o parir en la casa con doulas para evitar la violencia obstétrica… todas recomendaciones formuladas bajo el supuesto de “naturalidad”, que a lo mejor deriva de aplicar las técnicas y reglas que llegan de la madre naturaleza.
Se trata de un argumento, en el mejor de los casos, falaz. Muchas veces malintencionado. Natural es que muera un niño si no es vacunado y algunos padres, incluso en países avanzados, defienden el derecho a no ofrecer este tipo de asistencia preventiva por razones religiosas. El argumento de la naturalidad nos podría enfrentar a miles de situaciones y procedimientos en las que la ciencia médica altera las dinámicas de sanación que hace apenas cien años estaban vigentes.
En el caso del parto, esto nos devuelve a la época de las bisabuelas, cuando nuestro único rol patriarcal era parir y cuidar casa y muchachos, todos los que Dios quisiera enviarnos. Mientras más hijos, más bendecidas. Fueron épocas donde la mortalidad materna a nivel mundial era alarmante, porque, como bien saben los médicos, contar con métodos de elección para asistir a las madres en un momento tan delicado como traer a un ser al mundo, ha salvado muchas vidas.
De hecho, nuestras amigas de Equivalencia en Acción, presentaron recientemente su informe “Mujeres al Límite Venezuela 2019” indicando con justificada alarma que la mortalidad materna en el país se ha incrementado en 66%, producto de la falta de anestesiólogos, nutrición inadecuada, hospitales no acondicionados sin servicios básicos, escasez de medicamentos y anticonceptivos, prácticas inseguras de aborto, entre otros factores. Pero es que en Venezuela estamos cien años atrás con respecto a los países más avanzados en materia de derechos sexuales y reproductivos y es la muestra de que prescindir de lo que la medicina tiene para ofrecernos, pone en riesgo la vida misma.
Beatriz Gimeno, feminista y política española nos dice: “La anestesia para el parto se conocía hacía mucho pero la prohibieron desde la Iglesias al poder civil. Hasta bien entrado el siglo XX la iglesia consideró un pecado mortal la ambición de parir sin dolor… Durante siglos las curanderas lucharon porque las mujeres sufrieran menos en los partos con láudano y yerbas que eran anestésicos. Las quemaron por ello… El derecho a parir sin dolor costó siglos de lucha a las mujeres. A mediados del XX en la república aún estaba mal visto tener ese deseo”. Vemos claramente el imperativo moral que está detrás del derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos.
En general, las mujeres debemos estar profundamente agradecidas a la ciencia y sus avances, así como al empeño que muchas feministas pusieron en esta lucha, porque gracias a ello, hoy tenemos opciones que nos permiten preservar nuestra salud, desde elegir si nos embarazamos o no, gracias a los métodos de anticoncepción y abortos seguros, hasta el derecho a parir sin dolor, en un hospital con profesionales de la medicina con experticia suficiente para tomar las mejores decisiones en los momentos críticos, incluyendo mecanismos para paliar el dolor.
Cierto es que se precisa más y mejores investigaciones para generar anticonceptivos de mejor nivel que minimicen efectos no deseados, mejores fórmulas lácteas para sustituir lactancia eterna a quienes deciden no amamantar, mejores profesionales de la medicina y la enfermería en hospitales bien dotados para facilitar el proceso, que no incurran en malos tratos a las parturientas. Pero no dar el mensaje de que lo mejor es evitar todo el sistema sanitario por el bien del bebé disfrazando la histórica opresión de las mujeres con argumentos naturalistas.
No hay nada valioso en parir con dolor, ni aguantar sufrimiento, ni encadenar la vida propia a la de otro ser, ni el silencio, ni la resignación, con el cuento de que nacimos para ser madres y que eso nos hace más humanas. Las mujeres y madres modernas necesitamos tiempo libre, vida plena, garantías para preservar nuestra salud física y mental y por encima de todas las cosas, libertad para hacer con nuestras vidas lo que nos dé la gana. Para ello haremos uso de todo lo que las nuevas tecnologías tengan a bien ofrecernos.
Foto: http://www.proyectomamas.tv/
* * *
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores