El éxodo venezolano es una realidad ingrata que nos ha tocado vivir a muchos y a muchas. Ser migrante es una experiencia maravillosa, de enriquecimiento y apertura. Sin embargo, y bajo las circunstancias actuales en Venezuela, la migración es forzada, muchos y muchas venezolanas migran huyendo de la inflación, la inseguridad, el desabastecimiento, la escasez, la falta de acceso a derechos básicos en una situación precaria, sin estabilidad económica, ni sustento monetario.
Muchos y muchas deciden no volver a Venezuela hasta que las circunstancias mejoren. A nivel mundial, la migración se compone de alrededor de 50% de mujeres y en el caso de la venezolana también se calcula que en al menos países fronterizos la mitad son mujeres.
Sin embargo, migrar no es lo mismo para todos y todas. Como mujeres afrontamos las desigualdades propias una sociedad machista, como lo es la falta de acceso a salarios justos e iguales, la discriminación por el hecho de ser mujer, la violencia de género y acoso callejero, los estereotipos y roles sociales que nos acompañan por ser mujer, así como la falta de acceso a derechos sexuales y reproductivos, el control de nuestros cuerpos, la justicia machista, entre otras.
Todo esto se incrementa exponencialmente cuando a la mujer le toca ser migrante, ya que se mezclan otros factores como lo es el estatus migratorio, ser extranjera, la posibilidad de sufrir de actos de xenofobia y la situación de vulnerabilidad. Es importante especificar este contexto bajo una perspectiva de feminismo interseccional. No es lo mismo la experiencia de dos mujeres: una blanca y heretosexual, y otra negra y lesbiana. No es sólo un tema de género, es un tema de clase social y de raza que también influye cuando analizamos la discriminación y la violencia por razones de género.
Por ejemplo, según cifras de la Organización Internacional de Trabajo 8 de cada 10 mujeres migrantes trabajan en labores doméstica., trabajos informales, sin contrato ni respeto a las leyes de trabajo. Esto viene profundamente relacionado con los estereotipos de género asociados a la mujer, como aquella que tiene el “rol” de desempeñar las labores domésticas y de cuidado. Dependiendo de la situación de vulnerabilidad con la que se migre, las mujeres llegan a un nuevo país y aceptan condiciones desiguales e injustas de trabajo.
Además de estos factores generales de la migración de las mujeres, en el caso de la migración de venezolanas, se ha observado un incremento de la violencia de género. Por ejemplo el ACNUR estimó que un 2% de las mujeres venezolanas en el exterior son sobrevivientes de violencia sexual. Además de la violencia sexual, también se incrementan los feminicidios y asesinatos. Es importante destacar que no existen cifras oficiales sobre asesinatos de venezolanas en el extranjero y las referencias sobre las circunstancias de muerte son de medios de comunicación locales o venezolanos.
El riesgo de ser una migrante
En México, este año han asesinado al menos a cuatro venezolanas, como fue el caso de Wendy Vaneska de Lima desaparecida y luego encontrada con rasgos de violación sexual y tortura, además de quemaduras de ácido; el de Génesis Uliannys asesinada en un hotel, y los asesinatos de Graciela Cifuentes y su hija Gatziella Sol. En Colombia, Nacielyz Violeta Hernandez fue asesinada por arma de fuego, también Jennifer Ramirez hallada en su apartamento con signos de estrangulamiento. En Inglaterra, Laura Navarette fue asesinada por su esposo. En USA, la venezolana Yulimer Zaide, fue asesinada por su esposo en Orlando. Le añadimos la muerte de Rosamar López en Panamá. Además del asesinato de Lorena Mariana Cardozo encontrada muerta y desnuda en una carretera en Ecuador. El caso de Wendy Bandera quien fue acuchillada por su esposo cuando iba a solicitar el divorcio en Florida, USA.
Ya son al menos 12 mujeres asesinadas en 2018; 18 si contamos las que han sido reportadas desde 2017. Nombro a estas mujeres porque no podemos seguir invisibilizando que la crisis venezolana tiene rostro de mujer, y que la migración de las venezolanas ha sido forzada y ha incrementado los riesgos de sufrir violencia de género al encontrarse en una situación de vulnerabilidad, de desprotección.
Otro de los riesgos que afronta una venezolana migrante es la posibilidad que ser víctimas de trata y tráfico. Haciendo un análisis desde el feminismo interseccional, es importante destacar que son dos los factores que incrementan el riesgo de trata y tráfico, uno importante es ser mujer y el otro es la situación de vulnerabilidad, dentro del cual se puede encontrar la situación de pobreza y el estatus migratorio irregular. Aunque no todas las víctimas de trata y tráfico son mujeres, si componen una cifra importante del 51%, 28% son niñas y niños, 21% son hombres. Por ejemplo, según reportes de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer (Apramp) y la Policía Nacional en España, las mujeres venezolanas víctimas de trata de personas aumentaron un 50% entre 2016 y 2017.
También en México se han encontrado venezolanas víctimas de trata. Beatriz Borges, directora del Centro de Justicia y Paz, ha informado que “en dos años aumentó 300% el número de casos de víctimas de esclavitud moderna, específicamente, la trata de personas. Hasta 2018 tenemos un registro de 198.800 víctimas”. Ciertamente, es una situación dramática y preocupante que afecta de forma desproporcionada a las mujeres.
El papel de los países receptores
Visibilizar la situación de las venezolanas migrantes nos permite entender que el fenómeno tiene consecuencias para las mujeres migrantes que se encuentran en situación de vulnerabilidad, por situación de pobreza o por condición migratoria irregular. Ser mujer y ser migrante implica no solo el sistema clásico de opresión, sino varios sistemas de dominación y discriminación al ser extranjera, al considerar tu clase social y condición migratoria.
Es importante que existan esfuerzos colectivos desde los países receptores de migrantes venezolanos para sensibilizar sobre el apoyo que se le debe brindar a las personas migrantes, en especial a las mujeres. Lograr esfuerzos con diferentes actores sociales políticos y económicos para la integración cultural y laboral de los y las migrantes. También de forma muy importante, orientar y prestar asistencia a cada migrante, tomar acciones para prevenir la trata y tráfico y generar un entorno favorable que garantice sus derechos como personas migrantes con una perspectiva de género.
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