Hace ya algún tiempo que un ex Presidente de la República declaró: “Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia, cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad.” (Rafael Caldera, 04 de febrero 1992, Congreso Nacional).
Dicen muchos que por ahí se abrió el boquete de la sinrazón que, desgraciadamente, nos convirtió en un país al margen de la ley. Dicho de otra manera, aquella declaración fue el comienzo de una gran cadena de actitudes que destruyeron el respeto a las reglas democráticas. Y, aparentemente, empezamos a buscar como paranoicos a justicieros que mejor tuvieran un teléfono directo con la virtud sacrosanta antes que el respeto a la ley.
No dudo que eran tiempos de perplejidad. Precisamente eran los tiempos para cerrar filas defendiendo las bases de la institucionalidad y el sistema democrático en su conjunto. Pero, desgraciadamente, se colaron los cantos seductores de la irresponsabilidad. Así empezó a operar el manual de comportamiento de los populistas que les presento hoy:
- Se presentan con una superioridad moral inigualable, dado que ellos —y solo ellos— actúan con valores humanos sobrenaturales y sentimientos supremos de justicia.
- En favor del sagrado bien superior, invitan a todos a omitir cualquier regla, forma o procedimiento democrático. Es decir, solo basta que identifiquen un potencial bien superior para que las disposiciones legales valgan concha de topocho.
- Intentan demoler todo aquello que se acerque a las palabras garantías, normas o deberes, porque les incomoda y los consideran “elementos leguleyos y accesorios”.
- Al primer micrófono disponible, revelan un discurso de mártir en el cual nos dicen que serían capaces de sacrificar su vida por cumplir los ansiados sueños del pueblo que, por cierto, únicamente pueden descifrar ellos.
- Actúan con tantas ínfulas mesiánicas que fácilmente podrían servir de médium de Luis XV para decir junto a él: “Después de mí, el diluvio”. O, como dijo nuestro mesías tropical: “Ya yo no soy Chávez, yo soy un pueblo” (Hugo Chávez, 2012). En simple, para los populistas, el futuro del país dependería de su humor.
- Se les nota un excesivo desprecio a la opinión diferente, son intolerantes a la crítica y ni hablar de la urticaria que les produce la frase “libertad de expresión”.
- Sus propuestas están dirigidas incesantemente a buscar aplausos, sin detenerse a reflexionar si se están atropellando principios, valores y/o libertades fundamentales.
- Promueven soluciones mágicas y simples a problemas rugosos y complejos.
- Prometen el cielo en la tierra sin contrastar lo posible, lo preferible, lo deseable o lo razonable.
- Sus primeras iniciativas se enfocan en cambiar caprichosamente las reglas odiosas, en nombre de la justicia, la paz, la libertad y tantas otras noblezas.
- Finalmente, los populistas se muestran como los mejores intérpretes de los deseos del pueblo y nadie más que ellos podrán hacerlos realidad.
Francamente, quizás ya es muy tarde para no morder el anzuelo de estos ilusionistas perversos. Sin embargo, espero que sirva para que lo compartan con sus hijos, nietos y todos los adolescentes que no tuvieron la oportunidad de ver las brisas populistas, pero que, lamentablemente, sí están sufriendo sus tempestades.
En resumen, recuérdeles que deben cambiar de canal, cuando vean a un fulano pintando finales preciosos usando medios horrorosos, porque esos, definitivamente, son los mensajeros que solo traen la producción de miseria y niegan las libertades a la máxima brevedad posible.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Aún quedan reservas democráticas