Backlash. Una palabra interesante con la que me he topado en estos días. Traduce “reacción, contragolpe, contra ataque”. Según el Webster Dictionary, se define al backlash como una fuerte reacción adversa a un movimiento político o social. Es una respuesta violenta o negativa ante un avance constructivo o reivindicación lograda.
Dos autores han analizado muy bien el fenómeno, Susan Faludi en el campo feminista en los años 70 y David Finkelhor en el terreno de los abusos sexuales a niños y niñas en 1994. El término backlash tiene en inglés dos connotaciones: por una parte, significa la reacción contra algo que ha ganado importancia, popularidad o influencia; por la otra, se refiere también a la inculpación que se hace a las víctimas de un crimen, acusándolas de haber provocado a sus agresores o de tratar de ganar la atención de la opinión pública denunciándolo.
El patriarcado sigue hoy vigente, vivito y coleando en todo su entramado de creencias, porque las feroces reacciones que muestra ante cada avance feminista le permiten atornillarse, conviviendo al mismo tiempo con una suerte de aparente cambio hacia la igualdad, dejando inamovibles sus bases. Es el mismo musiú con diferente cachimbo, diría mi abuela.
Haciendo un poco de historia, cuando las feministas de la Primera Ola se alzaron, las guillotinaron y dejaron por fuera de los derechos políticos recién alcanzados por la Revolución Francesa; les prohibieron reunirse y ordenaron disolver los clubes femeninos. Luego de la victoria de las sufragistas de la Segunda Ola, costó años a las mujeres efectivamente votar (aún hay países donde esto no está permitido) y quedaron pendientes derechos civiles fundamentales: como las herencias, patria potestad de los hijos, igualdad salarial, administrar propios bienes, etc.
De la Tercera Ola, con la liberación femenina y el derecho al placer del cuerpo y a tomar sus propias decisiones de vida, se levantaron reacciones conservadoras con Reagan y Thatcher, ahora Trump, blandiendo banderas moralistas que intentan hacer regresar a las mujeres al mundo de lo privado, disfrazándolo con el mensaje de la “superwoman”, una forma moderna de explotación que hace desistir a muchas, quedándoles la culpa personal de no haber podido, de no haberse esforzado lo suficiente…
En palabras de Faludi “cada fase del movimiento feminista se ha enfrentado con su respectivo backlash; es la reacción de diversos actores sociales para contrarrestar el avance de las mujeres, sobre todo cuando ese avance amenaza la existencia de las instituciones sobre las cuales descansa la dominación masculina tradicional del mundo”.
Cuestionar y desacreditar a las mujeres que reclaman, descalificar a quien denuncia llamándola mojigata, transformar a las víctimas en victimarias, amenazar a las amenazadas, tergiversar información; discursos intolerantes cargados de odio hacia activistas de derechos humanos de las mujeres, manipulación social para desarticular movimientos, insultos y amenazas a organizaciones y personas por las redes sociales, son parte de las acciones con las que el machismo responde cuando olfatea cualquier atisbo de levantamiento feminista.
Pero no es sólo esa reacción abierta la que emerge. Esa es fácil de encarar. La más peligrosa, a riesgo de que me llamen paranoica, es la que surge disfrazada de modernidad y progreso, la que uno entiende como algo bueno que se ofrece cuando hay acuerdos, y al tiempo nos vemos de nuevo como en el punto de partida reclamando los mismos derechos que tomó un tiempo conseguir.
Algunos ejemplos: la vuelta atrás en las conquistas por los derechos sexuales y reproductivos a nivel mundial (otra vez a recordar a todos que el cuerpo es nuestra decisión y explicar por qué el aborto tiene que legalizarse o por qué la vida de una mujer tiene que estar por encima de los derechos de un feto), el discurso pro-natural y la vuelta al hogar (las mujeres a lactar exclusivamente, la maternidad es lo más importante, las teorías de apego en la crianza madre-hijo como prioridad), el “ok trabaja” (pero te pago menos), el “ok aquí hay puestos directivos para ti” (en empresas en decadencia, donde no está el verdadero poder), el “aquí está la ley contra la violencia de género que tanto habías pedido” (pero todo el entramado institucional se monta para hacerte desistir de que denuncies o hacerte sentir que es tu culpa si tu marido te pega), el “si tú no llegas es por qué no quieres/no puedes/tienes baja autoestima” (para que las mujeres sientan que el rollo es de ellas, no del techo de cristal de un sistema que las limita), el “qué bien el movimiento #MeToo… pero… ¿no están como exagerando? (para que te calles), el “ok tú cuerpo te pertenece” (y te alquilan el vientre o prolifera la industria de la prostitución).
¿Qué aconsejo yo para seguir surfeando la ola feminista que persigue verdaderos cambios en la tradicional estructura del poder? ¿Cómo desenmascarar las múltiples formas machistas de supervivencia? Primero, estar atentas para mirar bien lo que acontece, con enfoque sistémico, y no comprar migajas. Estar conscientes de que, ciertamente, hemos avanzado, pero falta muchísimo más. No dejarnos intimidar por críticas ilegítimas que buscan disuadir y paralizarnos para hacernos desistir. Capacitarnos rigurosamente en teorías de género y conocer la historia del movimiento para confiar en que lo que reclamamos es lo justo. Confianza en las propias convicciones. Integrarnos a redes de organizaciones y personas que tienen una trayectoria y caminos labrados con experiencia sobre lo que funciona y lo que no, para no estar continuamente inventando el agua tibia. Recuerda: lo personal es político.
Todo intento de transformación cultural genera resistencia, eso es obvio. A todo oficialismo le surge una posición naturalmente opositora, y el oficialismo se defiende para perpetuarse en el poder. Pero en el medio de ambas posiciones, hay un grupo oscilante que necesita ser conquistado con información, persuadido con emoción y alentado a unirse a la acción. Es la mejor manera de inclinar a nuestro favor esta balanza por la necesaria igualdad de género y minimizar así el backlash machista, desenmascarándolo cada vez que mute.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.
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Backlash. Una palabra interesante con la que me he topado en estos días. Traduce “reacción, contragolpe, contra ataque”. Según el Webster Dictionary, se define al backlash como una fuerte reacción adversa a un movimiento político o social. Es una respuesta violenta o negativa ante un avance constructivo o reivindicación lograda.
Dos autores han analizado muy bien el fenómeno, Susan Faludi en el campo feminista en los años 70 y David Finkelhor en el terreno de los abusos sexuales a niños y niñas en 1994. El término backlash tiene en inglés dos connotaciones: por una parte, significa la reacción contra algo que ha ganado importancia, popularidad o influencia; por la otra, se refiere también a la inculpación que se hace a las víctimas de un crimen, acusándolas de haber provocado a sus agresores o de tratar de ganar la atención de la opinión pública denunciándolo.
El patriarcado sigue hoy vigente, vivito y coleando en todo su entramado de creencias, porque las feroces reacciones que muestra ante cada avance feminista le permiten atornillarse, conviviendo al mismo tiempo con una suerte de aparente cambio hacia la igualdad, dejando inamovibles sus bases. Es el mismo musiú con diferente cachimbo, diría mi abuela.
Haciendo un poco de historia, cuando las feministas de la Primera Ola se alzaron, las guillotinaron y dejaron por fuera de los derechos políticos recién alcanzados por la Revolución Francesa; les prohibieron reunirse y ordenaron disolver los clubes femeninos. Luego de la victoria de las sufragistas de la Segunda Ola, costó años a las mujeres efectivamente votar (aún hay países donde esto no está permitido) y quedaron pendientes derechos civiles fundamentales: como las herencias, patria potestad de los hijos, igualdad salarial, administrar propios bienes, etc.
De la Tercera Ola, con la liberación femenina y el derecho al placer del cuerpo y a tomar sus propias decisiones de vida, se levantaron reacciones conservadoras con Reagan y Thatcher, ahora Trump, blandiendo banderas moralistas que intentan hacer regresar a las mujeres al mundo de lo privado, disfrazándolo con el mensaje de la “superwoman”, una forma moderna de explotación que hace desistir a muchas, quedándoles la culpa personal de no haber podido, de no haberse esforzado lo suficiente…
En palabras de Faludi “cada fase del movimiento feminista se ha enfrentado con su respectivo backlash; es la reacción de diversos actores sociales para contrarrestar el avance de las mujeres, sobre todo cuando ese avance amenaza la existencia de las instituciones sobre las cuales descansa la dominación masculina tradicional del mundo”.
Cuestionar y desacreditar a las mujeres que reclaman, descalificar a quien denuncia llamándola mojigata, transformar a las víctimas en victimarias, amenazar a las amenazadas, tergiversar información; discursos intolerantes cargados de odio hacia activistas de derechos humanos de las mujeres, manipulación social para desarticular movimientos, insultos y amenazas a organizaciones y personas por las redes sociales, son parte de las acciones con las que el machismo responde cuando olfatea cualquier atisbo de levantamiento feminista.
Pero no es sólo esa reacción abierta la que emerge. Esa es fácil de encarar. La más peligrosa, a riesgo de que me llamen paranoica, es la que surge disfrazada de modernidad y progreso, la que uno entiende como algo bueno que se ofrece cuando hay acuerdos, y al tiempo nos vemos de nuevo como en el punto de partida reclamando los mismos derechos que tomó un tiempo conseguir.
Algunos ejemplos: la vuelta atrás en las conquistas por los derechos sexuales y reproductivos a nivel mundial (otra vez a recordar a todos que el cuerpo es nuestra decisión y explicar por qué el aborto tiene que legalizarse o por qué la vida de una mujer tiene que estar por encima de los derechos de un feto), el discurso pro-natural y la vuelta al hogar (las mujeres a lactar exclusivamente, la maternidad es lo más importante, las teorías de apego en la crianza madre-hijo como prioridad), el “ok trabaja” (pero te pago menos), el “ok aquí hay puestos directivos para ti” (en empresas en decadencia, donde no está el verdadero poder), el “aquí está la ley contra la violencia de género que tanto habías pedido” (pero todo el entramado institucional se monta para hacerte desistir de que denuncies o hacerte sentir que es tu culpa si tu marido te pega), el “si tú no llegas es por qué no quieres/no puedes/tienes baja autoestima” (para que las mujeres sientan que el rollo es de ellas, no del techo de cristal de un sistema que las limita), el “qué bien el movimiento #MeToo… pero… ¿no están como exagerando? (para que te calles), el “ok tú cuerpo te pertenece” (y te alquilan el vientre o prolifera la industria de la prostitución).
¿Qué aconsejo yo para seguir surfeando la ola feminista que persigue verdaderos cambios en la tradicional estructura del poder? ¿Cómo desenmascarar las múltiples formas machistas de supervivencia? Primero, estar atentas para mirar bien lo que acontece, con enfoque sistémico, y no comprar migajas. Estar conscientes de que, ciertamente, hemos avanzado, pero falta muchísimo más. No dejarnos intimidar por críticas ilegítimas que buscan disuadir y paralizarnos para hacernos desistir. Capacitarnos rigurosamente en teorías de género y conocer la historia del movimiento para confiar en que lo que reclamamos es lo justo. Confianza en las propias convicciones. Integrarnos a redes de organizaciones y personas que tienen una trayectoria y caminos labrados con experiencia sobre lo que funciona y lo que no, para no estar continuamente inventando el agua tibia. Recuerda: lo personal es político.
Todo intento de transformación cultural genera resistencia, eso es obvio. A todo oficialismo le surge una posición naturalmente opositora, y el oficialismo se defiende para perpetuarse en el poder. Pero en el medio de ambas posiciones, hay un grupo oscilante que necesita ser conquistado con información, persuadido con emoción y alentado a unirse a la acción. Es la mejor manera de inclinar a nuestro favor esta balanza por la necesaria igualdad de género y minimizar así el backlash machista, desenmascarándolo cada vez que mute.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de la entera responsabilidad de sus autores.