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Leoncio Barrios | @Leonciobarrios
Las expectativas hablan de futuro. Algunas entusiasman, otras preocupan. Pero, aún el primer tipo de expectativas, las que siembran esperanzas, pueden ser preocupantes. Las expectativas positivas, si se confirman, alegran pero si no se cumplen, frustran. Pueden generar rabia y, por supuesto, inyectar desaliento, desconfianza en quien las generó.
Generar expectativas es riesgoso en la política, la economía, la salud, los planes de vida. El problema es que nunca, como en estos tiempos de pandemia, el futuro ha sido tan incierto. Casi nada se puede asegurar. La incertidumbre reina en el mundo.
Cuando finalice noviembre del 2020, algo más de 60 millones de personas se habrán infectado en el mundo por el coronavirus desde que comenzó la pandemia y cerca de 1 millón y medio habrá muerto por esa causa. Es mucha gente. Lo alentador es que, proporcionalmente, la cantidad de muertes es menor que en los primeros meses de la pandemia, pero lo malo es que la gente sigue infectando, enfermándose, sufriendo, asustándose. Alguna, muriendo.
Si alguien resulta positivo a la prueba del coronavirus, no sabe qué sigue. Puede ser que no mayor cosa, inclusive, nada. Pero puede ser que se enferme, que sea medio-medio o grave. Inclusive, que muera por esa causa. Y si supera la infección, algunas personas pueden quedar con secuelas de diverso tipo. No se sabe qué viene después de que el coronavirus ha entrado en el cuerpo.
El asunto es que la infección de coronavirus asusta, es un problema para quien se infecte, la familia, la gente que le rodea y para la salud pública. Mientras haya nuevas infecciones habrá peligro de más infecciones por ese virus. La pandemia seguirá en desarrollo.
China y Europa, epicentros mundiales de la pandemia en sus inicios, en cuanto lograron bajar las cifras de infecciones diarias, decidieron flexibilizar las medidas de prevención que son, básicamente, conductuales. Meses después de la flexibilización del confinamiento en esos países, cuestiones político-culturales han hecho que en China la epidemia se haya casi controlado mientras que en Europa, lo que se ha llamado la segunda ola, hace desmanes con cifras tan altas o más que al comienzo de la pandemia.
En América, teniendo dos de los países con más altos índices de contagio en el mundo, EEUU y Brasil, y disímiles respuestas sanitarias y políticas de prevención según cada país, a 9 meses de la pandemia no han salido de lo que se llama la primera ola y de ser, como continente, el epicentro mundial.
Ante la insuficiencia de las restricciones conductuales para frenar la expansión del virus y el grave golpe a las economías nacionales y mundial, las esperanzas están puestas en la llegada de la vacuna cual Mesías.
Todo el mundo clama, ruega por el anuncio de la vacuna contra Covid-19. Las empresas farmacéuticas invierten recursos de todo tipo, sobre todo dinero, en la investigación. Inversores, científicos, políticos, la gente toda apuesta a que el logro sea pronto y eficiente. Es cuestión de vida o muerte, no solo de humanos sino de empresas, de fuentes de trabajo, de economías.
Los frecuentes anuncios de que la vacuna está a punto de caramelo y en cuestión de semanas estará disponible, han servido para que laboratorios ganen prestigio, los políticos se valgan de esos anuncios para fortalecer su liderazgo y la gente se esperance. Ahora sí, estamos listos. Se cree.
Lamentablemente, aún no hay nada seguro con respecto a la vacuna contra Covid-19. Sin duda, se ha avanzado, estamos más cerca de que algún día llegue. Hasta ahora, lo que hay es el manido aviso de que en pocas semanas o meses estará lista. Lo necesario es que se diga: se ha lanzando la vacuna al mercado después de probada su eficiencia y negociado para que esté al alcance de quien la necesite. Mientras tanto, la vacuna sigue siendo una esperanza, una ilusión, algo inexistente, que existirá pero no sabemos cuándo.
Mientras la vacuna no llegue y esté al alcance de quien la necesite, el control de la pandemia está en el comportamiento de la gente, del tuyo, del mío, de quienes nos rodean.
Ojalá la vacuna llegue pronto. Lo que no conviene es que las empresas y gobiernos creen falsas expectativas y aumenten la frustración en una época en que hemos tenido tantas frustraciones. El escepticismo, a veces, sirve para protegernos.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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