Muertos olvidados por la opinión pública

El día después, los días después, suele ser más interesante que el mismo día del suceso. Así ha sido en Venezuela después de un segundo 23 de enero que pasará a la historia cualquiera sea el desenlace de los eventos en pleno desarrollo.  Desde ese día el país comenzó una experiencia prácticamente inédita en el mundo:  tener dos Presidentes de la República en funciones simultáneas.

A partir de la masiva concentración en la que el Presidente de la Asamblea Nacional asumió el  interinato de la Presidencia de la República, la gente reaccionó desde la alegría por la realización del deseo hasta la reserva por la incredulidad y el escepticismo.

Las celebraciones inmediatas se dieron, sobre todo, en gente de los sectores medios que largamente habían esperado volver a tener un Presidente que los representara.  Otros, de ese mismo sector social, más comedidos, caminaban hacia sus casas con caras de ¿y ahora? Quizás pensando en que faltaba por ver.

En el Palacio de Miraflores o en Fuerte Tiuna estaba el otro Presidente pensando en qué hacer.  Cuando esa noche dio la cara al país no parecía asustado, ni derrocado, por el contrario, confiado, como diciendo “ahora es que hay”.

Y el país, Venezuela, que ha transitado por décadas dividido en  dos sectores por la polarización, ahora tiene dos cabezas de Estado, cada una mirando para el lado contrario o una para afuera y otra para adentro.  Un brote de esquizofrenia política.

Al día siguiente del 23, se notó la necesidad en algunos sectores de la población, de retomar la cotidianidad.  En zonas de clase media en Caracas, donde la noche anterior hubo batalla campal entre protestantes y la Guardia Nacional, la gente real amaneció como “aquí no ha pasado nada”, haciendo cola en las panaderías, en los bancos,  caminando hacia el metro, tratando de llegar a sus trabajos.   Mientras, la gente virtual, la de las redes,  estaba en otra realidad, la deseada.

Pero hubo una parte del país, algunas zonas del interior y de Caracas que tienen por común ser populares o de pobres, en donde continuaron librándose batallas campales por razones que aún  resultan confusas.

Según unos –y así parece haber sido al principio-  se trata de protesta de los sectores pobres contra el gobierno porque no le resuelve la falta de comida, de gas para cocinar los pocos alimentos que tengan, de agua, de luz, de transporte, de medicinas, de atención médica,  de  cualquier recurso o servicio que cubra necesidades básicas.  Esos sectores sienten que el gobierno “de y para los pobres” los abandonó, los traicionó.  Se lo reclaman con violencia y  el gobierno, en respuesta,  los reprime.

Otras versiones dicen que los recientes brutales enfrentamientos en los sectores populares son entre fuerzas policiales junto a “colectivos” adeptos al gobierno, contra los malandros de la zona.  Se dice que fuerzas policiales y paramilitares están aprovechando para hacer una “limpieza social” con  las consecuencias de toda razzia: todos los pobladores de esas zonas pagan juntos aún sin ser pecadores.

En cuanto a los saqueos en zonas populares –que junto a las pérdidas materiales han arrojado pérdidas de vida- se oye que algunos son focalizados por ser “pase de factura” de clientes que se han sentido especulados, abusados, ofendidos por los dueños de esos locales y materializan su pensado o mentado: “te espero en la bajadita”.

El asunto es que los habitantes de muchas zonas populares revueltas no volvieron a dormir tranquilos, ni a bajar por las escalinatas, ni los niños a las escuelas, ni los adultos al trabajo. La vida se les hizo más chiquitica.  Y, a las penurias en que viven diariamente, se les agregó la de la represión indiscriminada, con saña. Casi siempre nocturna, las horas en las que aparecen los monstruos.

Muertos sin identidad

Uno de los dolorosos resultados de esas acciones represivas son los muertos y de los cuales solo se resaltan cifras:  la cantidad por región y la edad.  Pocas veces los portales de internet o periódicos en la Web dicen sus nombres y apellidos, pareciera que no tienen identidad.

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Ninguno de esos muertos ha tenido la notoriedad de algunos de las víctimas de la represión fuera de los barrios.  Los muertos de estas protestas ni siquiera podrán ser recordados porque sus nombres poco se han divulgado, casi no se conocen.  Los de ahora parecen ser muertos-número, como los de la etiqueta que les colocan en la morgue siempre llena de pobres.

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Leoncio Barrios, psicólogo y analista social. Escribidor de crónicas, memorias, mini ensayos, historias de sufrimiento e infantiles. Cinéfilo y bailarín aficionado. Reside en Caracas.