Diferentes países están llevando adelante distintas iniciativas y estrategias para reducir la brecha de género en la atracción, formación y promoción de investigadoras en las ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés), pero aún estamos en deuda.

Actualmente, estamos perdiendo un talento impresionante por limitar las oportunidades de las niñas o por no poner los incentivos correctos en su formación. En efecto, no es casualidad que la tasa mundial promedio de mujeres investigadoras alcance un 29%, o que a lo largo de la historia solamente el 3% de los Premios Nobel en ciencias han sido concedidos a mujeres. Incluso más, en cuanto a la participación del género femenino en los trabajos vinculados a la inteligencia artificial solo se registra un 22% de ellas en estas actividades.

Y estas cifras no son producto del azar. Varios estudios han demostrado cómo los estereotipos sociales, educativos, religiosos y familiares han restringido el interés de las niñas por las ciencias. Por ejemplo, se ha medido que los padres esperan más que sus hijos se desempeñen en las ingenierías, tecnologías o matemáticas en relación con sus hijas; las interacciones de los docentes con las niñas para alentarlas en las clases de matemáticas son menos frecuentes que las que utilizan con los niños; finalmente, a las niñas les regalamos una cocina, un secador, un juego de tazas o un set de maquillaje, mientras que a los niños les regalamos un set de legos, una pista de trenes, un robot o un microscopio.

Casi sin darnos cuenta vamos produciendo diferencias en la primera infancia que luego son insalvables en la adolescencia. En otras palabras, los comportamientos de los adultos van enviando mensajes que producen diferencias intelectuales y capacidades cognitivas distintas en la infancia temprana, siendo que nacemos con potencialidades equivalentes. Además, los cerebros humanos no se clasifican por género, no existe tal distinción o categorización (ya la ciencia lo ha demostrado).

Así pues, tumbar esas barreras que impiden la participación de las niñas y adolescentes en la investigación científica es fundamental para resolver los desafíos de hoy y mañana. De hecho, si queremos enfrentar de mejor modo los grandes problemas de este siglo, no podemos excluir a la mitad de la población mundial. Las mujeres también están llenas de talento y creatividad y, por supuesto, tienen capacidades para expandir la ciencia, el conocimiento y la innovación en diferentes terrenos.

Añadir el enfoque de género representaría efectos positivos en la calidad e impacto de las investigaciones, puesto que muchos estudios científicos o ensayos para confeccionar productos se hacen utilizando las características de los hombres y terminan resultando deficientes porque no eran efectivos en las mujeres (aunque esto gradualmente está cambiando, pero no podemos dejar de mencionar los casos en la producción de medicamentos o el mayor riesgo de lesiones en los accidentes de tránsito en mujeres dado que solo usan maniquíes masculinos y ni siquiera consideran maniquíes de mujeres embarazadas).

A principios del siglo pasado, la poetisa Gabriela Mistral escribió: «Instruir a la mujer es hacerla digna y levantarla […]. Y habrá así menos sombra en esa mitad de la humanidad. Y más dignidad en el hogar […]. Hágasele amar la ciencia más que a las joyas y las sedas. Que consagre a ella los mejores años de su vida. Que los libros científicos se coloquen en sus manos como se coloca el Manual de Piedad […].» Estas palabras -un poco más de 100 años después- no han perdido vigencia.

Es un reto mayúsculo de este tiempo poder incentivar que las niñas les atraigan las STEM. Pero quizás podríamos empezar por romper el estereotipo de que los niños son los únicos que pueden ser disfrazados de astronautas y las niñas únicamente de princesas o, tal vez, evitar regalarles cucharas y platos antes que un libro con experimentos científicos didácticos. Por ahí, quizás, haya un camino.

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