Estos últimos días se han caracterizado por estar llenos de acontecimientos en Venezuela. Las presiones desde la polarización y la severa crisis económica que atravesamos han resultado en un reavivamiento de la violencia en el frente político-social. No existe duda de que estamos en una especie de momento-cumbre en el que el destino del país está en juego y, de acuerdo al enfoque que se maneje desde el liderazgo, las consecuencias pueden impactar las expectativas de la gente a corto, mediano y largo plazo.
Venezuela es el centro de atención continental y más allá. Hay un desgaste importante de la gestión presidencial hacia donde apuntan las mayores responsabilidades que la sociedad venezolana está calificando en estas circunstancias. Este fenómeno en particular debe ser visto con mucha profundidad para facilitar y viabilizar cualquier proceso político que pretenda intentar solucionar la actual coyuntura.
El liderazgo político venezolano tiene una enorme responsabilidad en este momento-cumbre. No intentar actuar apegados a la “voluntad general”, tal como lo señalaba Rousseau, es una conducta suicida con implicaciones para toda la sociedad. El restablecimiento de la confianza debe ser el norte de actuación en esta hora crucial. Hay muchos “managers de tribuna” que están poniendo el caldo “morao”, empujando hacia una dirección netamente guerrerista. Los actores de la prudencia deben actuar inmediatamente aún en las condiciones más duras de ataques de la opinión pública vía redes sociales. La historia, no en el lejano plazo sino en lo inmediato, les va a premiar esa conducta racional contraria a una caimanera sin dirección ejecutiva.
Los intentos por incentivar la violencia política en términos masivos en el país han sido múltiples, especialmente en las últimas semanas. La dialéctica se ha activado. Frente al inmovilismo dogmático, la fuerza social está empujando rápidamente a los actores políticos a entablar un proceso de negociación con transparencia y resultados inmediatos. La presión popular ha ido en aumento sostenidamente. Las señales las apreciamos todos los días y en todo el país. Todo a nuestro alrededor nos muestra el amplio deseo de cambio que tiene la gente en Venezuela. El foco continental está concentrado en lo que ocurra acá. Cualquier escalada de violencia política impactaría no solo a los venezolanos sino a los países vecinos en una medida superior inclusive a la que generó la Centroamérica de los ochenta.
Aun en medio de los insultos y las negativas a dialogar que presenciamos a diario, la fuerza de la dialéctica está activada y cercana al punto de ebullición. El liderazgo dogmático va a ser superado una vez más. Quienes sigan en posiciones cerradas se verán devorados por la exigencia de cambios. “El mundo se mueve”, dijo alguna vez Galileo Galilei; parafraseándolo, podemos decir que hoy en día: “Venezuela se está moviendo”.
El aferramiento al poder y las señales claras que apuntan hacia el intento de masificación de la violencia política no pueden copar la agenda pública en unas circunstancias como las actuales. La opinión pública venezolana ha marcado distancia severa con los sectores minoritarios promotores de violencia. La sociedad entera los ha condenado. Lo más probable es que quienes sigan en ese rol quedarán al desnudo ante una sociedad exhausta.
La consecuencia inmediata de este fenómeno de la acentuación del dogmatismo en la acción política y el abordaje de la situación económica, es la deslegitimación constante, abrupta y sobrevenida del liderazgo actual del país. Las encuestas lo vienen reflejando hace algunos meses. No hay ya conexión popular ni respaldo masivo al liderazgo presidencial. Todo lo contrario. La gente cada día se alinea en torno a concentrar las responsabilidades de la situación-país en Nicolás Maduro a quien asocian con la parálisis económica que impacta el día a día de los venezolanos. A estas alturas, unas elecciones regionales no resolverán el problema. Hay que seguir el ejemplo británico y del resto de los países democráticos que adelantan elecciones presidenciales para facilitar procesos de transición política. Dejar en manos de la soberanía popular el destino hacia donde se deben dirigir los pasos de la Venezuela actual y del futuro.
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Estos últimos días se han caracterizado por estar llenos de acontecimientos en Venezuela. Las presiones desde la polarización y la severa crisis económica que atravesamos han resultado en un reavivamiento de la violencia en el frente político-social. No existe duda de que estamos en una especie de momento-cumbre en el que el destino del país está en juego y, de acuerdo al enfoque que se maneje desde el liderazgo, las consecuencias pueden impactar las expectativas de la gente a corto, mediano y largo plazo.
Venezuela es el centro de atención continental y más allá. Hay un desgaste importante de la gestión presidencial hacia donde apuntan las mayores responsabilidades que la sociedad venezolana está calificando en estas circunstancias. Este fenómeno en particular debe ser visto con mucha profundidad para facilitar y viabilizar cualquier proceso político que pretenda intentar solucionar la actual coyuntura.
El liderazgo político venezolano tiene una enorme responsabilidad en este momento-cumbre. No intentar actuar apegados a la “voluntad general”, tal como lo señalaba Rousseau, es una conducta suicida con implicaciones para toda la sociedad. El restablecimiento de la confianza debe ser el norte de actuación en esta hora crucial. Hay muchos “managers de tribuna” que están poniendo el caldo “morao”, empujando hacia una dirección netamente guerrerista. Los actores de la prudencia deben actuar inmediatamente aún en las condiciones más duras de ataques de la opinión pública vía redes sociales. La historia, no en el lejano plazo sino en lo inmediato, les va a premiar esa conducta racional contraria a una caimanera sin dirección ejecutiva.
Los intentos por incentivar la violencia política en términos masivos en el país han sido múltiples, especialmente en las últimas semanas. La dialéctica se ha activado. Frente al inmovilismo dogmático, la fuerza social está empujando rápidamente a los actores políticos a entablar un proceso de negociación con transparencia y resultados inmediatos. La presión popular ha ido en aumento sostenidamente. Las señales las apreciamos todos los días y en todo el país. Todo a nuestro alrededor nos muestra el amplio deseo de cambio que tiene la gente en Venezuela. El foco continental está concentrado en lo que ocurra acá. Cualquier escalada de violencia política impactaría no solo a los venezolanos sino a los países vecinos en una medida superior inclusive a la que generó la Centroamérica de los ochenta.
Aun en medio de los insultos y las negativas a dialogar que presenciamos a diario, la fuerza de la dialéctica está activada y cercana al punto de ebullición. El liderazgo dogmático va a ser superado una vez más. Quienes sigan en posiciones cerradas se verán devorados por la exigencia de cambios. “El mundo se mueve”, dijo alguna vez Galileo Galilei; parafraseándolo, podemos decir que hoy en día: “Venezuela se está moviendo”.
El aferramiento al poder y las señales claras que apuntan hacia el intento de masificación de la violencia política no pueden copar la agenda pública en unas circunstancias como las actuales. La opinión pública venezolana ha marcado distancia severa con los sectores minoritarios promotores de violencia. La sociedad entera los ha condenado. Lo más probable es que quienes sigan en ese rol quedarán al desnudo ante una sociedad exhausta.
La consecuencia inmediata de este fenómeno de la acentuación del dogmatismo en la acción política y el abordaje de la situación económica, es la deslegitimación constante, abrupta y sobrevenida del liderazgo actual del país. Las encuestas lo vienen reflejando hace algunos meses. No hay ya conexión popular ni respaldo masivo al liderazgo presidencial. Todo lo contrario. La gente cada día se alinea en torno a concentrar las responsabilidades de la situación-país en Nicolás Maduro a quien asocian con la parálisis económica que impacta el día a día de los venezolanos. A estas alturas, unas elecciones regionales no resolverán el problema. Hay que seguir el ejemplo británico y del resto de los países democráticos que adelantan elecciones presidenciales para facilitar procesos de transición política. Dejar en manos de la soberanía popular el destino hacia donde se deben dirigir los pasos de la Venezuela actual y del futuro.