OPINIÓN · 3 FEBRERO, 2021 04:35

La insolidaridad duele

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Susana Reina | @feminismoinc

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“No es verdad, todas somos diversas y unas la están pasando peor que otras”

Con motivo de la campaña emprendida la semana pasada por varias organizaciones feministas pidiendo justicia por la venezolana abusada sexualmente en Argentina, pido apoyo a uno de los grupos de WhatsApp para que se hagan eco del mensaje y lo difundan. 

Enseguida una participante con teléfono español, a quien no tengo registrada como contacto, responde: “Iba a retwitearlo, pero no entiendo el por qué se insiste tanto en que es venezolana: ¿el resto de las mujeres no tenemos tanto derecho a que se nos trate con dignidad y respeto?”.  Le respondo “es que este caso ocurrió contra una venezolana quien fue violada por su empleador”… Y cerró la conversación indicando que no quería debatir porque “muchas mujeres de distintas nacionalidades son violadas constantemente, me da igual que sea venezolana”. 

Me quedó un amargo sabor en el pecho. El sinsabor de leer esa mezquina declaración cargada de xenofobia y de ignorancia por no entender que una mujer migrante que es violada fuera de su país tiene todas las de perder, pero además, la constatación de que muchas mujeres no cierran filas a favor cuando más se les necesita.

Sororidad

Sisterhood”, esa fue la palabra empleada por Kate Millet autora de Política sexual en los años 70 buscando un símil con el término «fraternidad» entre hombres. “Sorotité” es hermandad, solidaridad entre mujeres, una condición que propicia un acercamiento empático a la realidad de las otras, sin tomar en cuenta si es amiga o no. Es un valor que nos lleva a aliarnos para ayudarnos entre todas las mujeres víctimas de las prácticas patriarcales, que compartimos los mismos elementos de opresión social con distintas intensidades o niveles de daño.

Eso sí es empoderamiento. Unirnos políticamente para denunciar a quienes abusan o violentan nuestros derechos y sentar precedentes para que aberraciones similares no vuelvan a ocurrir. Sin peros ni condiciones. No funciona eso de te apoyo si eres de las mías, o las de mi país, o las de mi color. O peor aún, terminar no apoyando en absoluto, disfrazado con la sentencia de que “todas somos iguales y merecemos el mismo apoyo”. No es verdad, todas somos diversas y unas la están pasando peor que otras.

Justamente, quienes estamos en posición más privilegiada, bien sea de clase, raza, ubicación geográfica, nivel de influencia social en medios, somos las llamadas a protestar más duro y más alto para reclamar justicia cuando una hermana es víctima de las desigualdades y discriminada por su condición de hembra humana.

Hoy por ti mañana por mí

Muchas venezolanas a título personal y desde organizaciones feministas en los últimos años nos hemos solidarizado con argentinas, bolivianas, ecuatorianas, peruanas, colombianas, mexicanas, panameñas, portorriqueñas, norteamericanas, españolas, francesas, inglesas, chilenas, brasileras y de cualquier otro país del mundo cuando se cometen contra ellas violaciones a sus básicos derechos. Hemos usado nuestras plataformas y redes para que ninguna forma de abuso quede en la sombra, ocurra donde ocurra. 

Creo que es el momento de recibir las muestras de sororidad convertidas en apoyo noble y desinteresado para tantas venezolanas en la diáspora, quienes, en este momento duro de nuestra historia, están más expuestas y vulnerables que nunca. 

Nos necesitamos todas, en todo momento. Que no nos cieguen nuestras fobias y prejuicios porque, antes que nada, queremos derribar la lógica patriarcal de la competencia, el egoísmo y los territorios, para construir un mundo diferente basado en el respeto, la confianza y el reconocimiento mutuo.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Eso sí es empoderamiento. Unirnos políticamente para denunciar a quienes abusan o violentan nuestros derechos y sentar precedentes para que aberraciones similares no vuelvan a ocurrir. Sin peros ni condiciones. No funciona eso de te apoyo si eres de las mías, o las de mi país, o las de mi color. O peor aún, terminar no apoyando en absoluto, disfrazado con la sentencia de que “todas somos iguales y merecemos el mismo apoyo”. No es verdad, todas somos diversas y unas la están pasando peor que otras.

Justamente, quienes estamos en posición más privilegiada, bien sea de clase, raza, ubicación geográfica, nivel de influencia social en medios, somos las llamadas a protestar más duro y más alto para reclamar justicia cuando una hermana es víctima de las desigualdades y discriminada por su condición de hembra humana.

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Creo que es el momento de recibir las muestras de sororidad convertidas en apoyo noble y desinteresado para tantas venezolanas en la diáspora, quienes, en este momento duro de nuestra historia, están más expuestas y vulnerables que nunca. 

Nos necesitamos todas, en todo momento. Que no nos cieguen nuestras fobias y prejuicios porque, antes que nada, queremos derribar la lógica patriarcal de la competencia, el egoísmo y los territorios, para construir un mundo diferente basado en el respeto, la confianza y el reconocimiento mutuo.

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