De la impunidad, mucho se ha dicho. También, mucho se ha escrito. Quizás por ello, mucho se ha especulado con la intención de desalentar la moralidad y la ética, o de desacreditar la justicia. Entre tanto, mucha sangre ha corrido por las calles del planeta. Es por eso que la impunidad adquirió el perfil de un mal universal. Tanto que el mal ejercicio de la política, aprendió a traficar con la impunidad.
La impunidad, casi siempre, consigue en el poder político su mayor y mejor cómplice. Es una complicidad que data desde que el hombre entendió que, buscando solapar sus excesos con la primera excusa que obtuviera, lograba zafarse de las acusaciones que sobre él podían recaer o pendían.
Cuando la impunidad encuentra en la corrupción su mejor aliciente, la situación adquiere visos de gravedad. Así, indistintamente de las transgresiones que pueda causarle a la justicia, por ejemplo, en el plano de los derechos humanos, la impunidad se convierte en razón que incentiva a muchos que sigan cometiendo los desaguisados, fechorías o contravenciones que permite la impunidad cometer.
No es extraño no advertir los entramados delictuales que se cometen desde el ejercicio del poder. Particularmente, toda vez que la impunidad es acogida como causa que abulta la complejidad que envuelve la administración pública. Tanto así, que la impunidad consigue en la complicada estructura pública el escondrijo más expedito para desubicar o desviar cualquier amenaza o acusación en su contra.
Frente a tal situación, el poeta trágico griego, Sófocles, había referido que “un Estado donde quedan impunes la insolencia y la libertad de hacer lo que se quiera, termina por hundirse en el abismo”. Y cuidado si eso no está viviéndolo Venezuela con la impunidad que, “a paso de vencedores”, hace que el país avance hacia su decadencia.
Y aun cuando hay propuestas que han indagado sobre algunas estrategias formuladas en la dirección de combatir la impunidad, el problema no es sencillo. No se resuelve, sin antes no tocar razones que comprometan la educación y la cultura de la sociedad. Mucho más, que medidas tomadas coercitivamente por la cúpula del gobierno.
La impunidad ha sido y es el mayor enemigo del desarrollo. En el contexto venezolano, la impunidad ha afectado las libertades y derechos de tal forma que se convirtió en el arma más letal utilizada para diezmar el significado de “República”. Sobre todo, al momento que ha pretendido emplearse para motivar la institucionalidad que requiere la ideología política sobre la cual descansa su funcionalidad.
De ahí la propuesta de este tema, que vale como razón de justicia para concienciar la actitud de seres humanos que defienden sus derechos y libertades. De ahí la razón para tratar la necesidad de comprender que la impunidad comienza donde termina la libertad.
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