OPINIÓN · 1 FEBRERO, 2022 05:25

La debilidad del cobarde

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Antonio José Monagas

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QUÉ CHÉVERE
QUÉ INDIGNANTE
QUÉ CHIMBO

Cuando el miedo posee al hombre, no podría actuar con la libertad necesaria para realizar sus sueños. Tal como asintió Horacio, poeta lírico y satírico en lengua latina, “quien vive temeroso, nunca será libre”. Y en política, tan conmovedora sentencia, es terriblemente cierta.

Manejar el temor, con la facultad que asiste a quien sabe lidiar con las circunstancias, no es propio de quienes se asustan ante las primeras realidades que tienden a contradecir sus idearios. Seguramente, porque ni siquiera saben controlar los arrebatos, disparates y absurdos que exponen cuando se ven intimidados por las realidades.

Lo anteriormente referido, es traído a colación ante lo que ha significado la frustrada puesta en marcha del precepto constitucional que dispone el Referéndum Revocatorio. Este mecanismo político (RR), tiene la potestad para revocar el mandato de todos los cargos y magistraturas de elección popular.

Además, que su comprensión y su práctica contiene la fuerza necesaria para estremecer a cualquier régimen político. Más, si actúa en el terreno de la usurpación y la opresión, como en efecto ocurre con el Poder Público nacional. Sobre todo, después de haberse vivido el ejercicio de soberanía popular que dejó ver el fondo del proceso electoral acontecido en el estado Barinas en su segundo momento, el 9 de enero 2022.

No hay duda que su causa se encuentra relacionada con el problema político ocurrido el 19 de diciembre 2021. Más, cuando resulta injustificable lo ordenado por el régimen en develada complicidad con el Consejo Nacional Electoral para ordenar que el RR se supedite a una dinámica política que colisiona con lo establecido constitucionalmente a ese respecto.

El actual CNE puso en evidencia -nuevamente- el carácter subordinado que presenta ante las directrices trazadas por el Ejecutivo Nacional. La actuación del CNE ha dejado ver que sigue jugando a la tramoya del “dilema del prisionero”. Peor aún, toda vez que ha asumido el comportamiento de cual despiadado verdugo, a quien se le reconoce por la cara de miedo que siempre muestra. Particularmente, cuando las coyunturas ponen en preaviso al régimen sobre la debilidad institucional que lo embarga.

No obstante, detrás de tan desvergonzadas ejecutorias, se esconden dos razones que activaron, nuevamente, el temor que hace languidecer al régimen. Es el temor a ser revocado del mandato. O sea, a verse abdicado o cesado del poder en virtud de la “incompetencia”, en el exacto sentido de la palabra. De la palabra cuya acepción implica: ineptitud, torpeza, desidia e incapacidad para asumir la línea constitucional sobre la cual el país debería ser conducido y organizado.

Aunque en su delirio por seguir aferrado al poder, ha logrado su perverso objetivo: haber dividido a Venezuela en parcelas y sectores con derecho a ser usufructuados en provecho político y económico de altos y medios funcionarios civiles, militares y policiales. En consecuencia, ha alcanzado ingentes resultados dada la eficacia y alineación alcanzadas mediante la corrupción empleada transgrediendo la Constitución, en su totalidad.

Razones que explican el problema

A continuación, las dos razones que excitaron el miedo del régimen a verse revocado del poder, lo cual lo obliga a considerar el protagonismo del pueblo para ejercer su soberanía, tal cual lo determinan los artículos constitucionales 70 y 72:

  1. La cobardía, entendida como la forma de inhibirse de actuar valientemente de cara a las realidades. Y para lo cual, busca ampararse en normas dispuestas a modo propio para su defensa. Aunque cometiendo abiertos abusos en perjuicio del país político.
  2. La envidia, comprendida como el tormento mayor del cual bien sabe disponer un tirano para ordenar lo que su miedo le dicta. Sin atender los efectos que sus medidas contraigan o arrojen.

En consecuencia, el régimen terminó escondiéndose detrás de la mampara fortificada que le construyó el Poder Electoral, con bien orquestadas trapisondas. Asimismo, la que erigió el Poder Judicial mediante el dictado de fallos que limitarían el ejercicio de la soberanía popular.

De acuerdo al mecanismo constitucional que permite autorizar la “solicitud de la convocatoria del referendo”, el precepto constitucional 72 exige “(…) un número no menor del veinte por ciento de los electores inscritos (…)”. Esto, a decir de las realidades electorales venezolanas, implica recoger aproximadamente 4 millones de firmas en un día. Pero lo que termina por trabar la intención y necesidad de revocar el mandato presidencial, fundamentalmente, es que deberá representar el 20% de cada estado. Y es lo que inhabilitó o condicionó la inviabilidad de la realización de dicha convocatoria.

Al RR lo complicaron no sólo desde la perspectiva de la metodología a seguir, toda vez que electoralmente sería de intrincada realización. El régimen dispuso contravenir el artículo 72 de la Constitución, al interpretar con clara vileza, el sentido del término “circunscripción”. Pues si el RR considera el propósito de revocar el mandato presidencial, la “circunscripción”, como vocablo que activa la dinámica electoral, es la circunscripción nacional. No la que suma cada región o estado. He ahí una grave tranca acomodada a instancia de lo ordenado por el Poder Electoral en diáfana confabulación con el Poder Judicial.

También, al RR lo enmarañó el tiempo del proceso electoral. No sólo al autorizarse en un día de labores, como el miércoles. Sino porque resultaría casi imposible convocar un universo de electores que, ante la razón que motiva y propugna el aludido RR, estaría alcanzando una cantidad superior a la que acudió a las elecciones de diciembre de 2021.

Toda esta situación de delicado y sensible carácter, expresa la cobardía que sufre el mismo régimen ante su propio temor. Temor éste que revela cada vez que advierte el desgobierno que ha provocado con su socialismo desnaturalizado y su revolución de trabuco. Temor éste que siente frente a sus propios demonios.

No puede negarse que el régimen escucha los ruidos que ocasiona el malestar del país. El desgaste de su estructura. Y el aire de libertad que ruge en su rasante vuelo. Aunque no hay mejor sordo que el no quiere oír. Pero ya Venezuela ha comenzado a ver, con la claridad de la visión del águila arpía, a un régimen que siente el miedo que causa sentirse atrapado entre sus propias ruinas. Es lo que se denomina y se conoce como: la debilidad del cobarde.

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

Del mismo autor: Magisterio venezolano: Cuna de libertades

 

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Manejar el temor, con la facultad que asiste a quien sabe lidiar con las circunstancias, no es propio de quienes se asustan ante las primeras realidades que tienden a contradecir sus idearios. Seguramente, porque ni siquiera saben controlar los arrebatos, disparates y absurdos que exponen cuando se ven intimidados por las realidades.

Lo anteriormente referido, es traído a colación ante lo que ha significado la frustrada puesta en marcha del precepto constitucional que dispone el Referéndum Revocatorio. Este mecanismo político (RR), tiene la potestad para revocar el mandato de todos los cargos y magistraturas de elección popular.

Además, que su comprensión y su práctica contiene la fuerza necesaria para estremecer a cualquier régimen político. Más, si actúa en el terreno de la usurpación y la opresión, como en efecto ocurre con el Poder Público nacional. Sobre todo, después de haberse vivido el ejercicio de soberanía popular que dejó ver el fondo del proceso electoral acontecido en el estado Barinas en su segundo momento, el 9 de enero 2022.

No hay duda que su causa se encuentra relacionada con el problema político ocurrido el 19 de diciembre 2021. Más, cuando resulta injustificable lo ordenado por el régimen en develada complicidad con el Consejo Nacional Electoral para ordenar que el RR se supedite a una dinámica política que colisiona con lo establecido constitucionalmente a ese respecto.

El actual CNE puso en evidencia -nuevamente- el carácter subordinado que presenta ante las directrices trazadas por el Ejecutivo Nacional. La actuación del CNE ha dejado ver que sigue jugando a la tramoya del “dilema del prisionero”. Peor aún, toda vez que ha asumido el comportamiento de cual despiadado verdugo, a quien se le reconoce por la cara de miedo que siempre muestra. Particularmente, cuando las coyunturas ponen en preaviso al régimen sobre la debilidad institucional que lo embarga.

No obstante, detrás de tan desvergonzadas ejecutorias, se esconden dos razones que activaron, nuevamente, el temor que hace languidecer al régimen. Es el temor a ser revocado del mandato. O sea, a verse abdicado o cesado del poder en virtud de la “incompetencia”, en el exacto sentido de la palabra. De la palabra cuya acepción implica: ineptitud, torpeza, desidia e incapacidad para asumir la línea constitucional sobre la cual el país debería ser conducido y organizado.

Aunque en su delirio por seguir aferrado al poder, ha logrado su perverso objetivo: haber dividido a Venezuela en parcelas y sectores con derecho a ser usufructuados en provecho político y económico de altos y medios funcionarios civiles, militares y policiales. En consecuencia, ha alcanzado ingentes resultados dada la eficacia y alineación alcanzadas mediante la corrupción empleada transgrediendo la Constitución, en su totalidad.

Razones que explican el problema

A continuación, las dos razones que excitaron el miedo del régimen a verse revocado del poder, lo cual lo obliga a considerar el protagonismo del pueblo para ejercer su soberanía, tal cual lo determinan los artículos constitucionales 70 y 72:

  1. La cobardía, entendida como la forma de inhibirse de actuar valientemente de cara a las realidades. Y para lo cual, busca ampararse en normas dispuestas a modo propio para su defensa. Aunque cometiendo abiertos abusos en perjuicio del país político.
  2. La envidia, comprendida como el tormento mayor del cual bien sabe disponer un tirano para ordenar lo que su miedo le dicta. Sin atender los efectos que sus medidas contraigan o arrojen.

En consecuencia, el régimen terminó escondiéndose detrás de la mampara fortificada que le construyó el Poder Electoral, con bien orquestadas trapisondas. Asimismo, la que erigió el Poder Judicial mediante el dictado de fallos que limitarían el ejercicio de la soberanía popular.

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Al RR lo complicaron no sólo desde la perspectiva de la metodología a seguir, toda vez que electoralmente sería de intrincada realización. El régimen dispuso contravenir el artículo 72 de la Constitución, al interpretar con clara vileza, el sentido del término “circunscripción”. Pues si el RR considera el propósito de revocar el mandato presidencial, la “circunscripción”, como vocablo que activa la dinámica electoral, es la circunscripción nacional. No la que suma cada región o estado. He ahí una grave tranca acomodada a instancia de lo ordenado por el Poder Electoral en diáfana confabulación con el Poder Judicial.

También, al RR lo enmarañó el tiempo del proceso electoral. No sólo al autorizarse en un día de labores, como el miércoles. Sino porque resultaría casi imposible convocar un universo de electores que, ante la razón que motiva y propugna el aludido RR, estaría alcanzando una cantidad superior a la que acudió a las elecciones de diciembre de 2021.

Toda esta situación de delicado y sensible carácter, expresa la cobardía que sufre el mismo régimen ante su propio temor. Temor éste que revela cada vez que advierte el desgobierno que ha provocado con su socialismo desnaturalizado y su revolución de trabuco. Temor éste que siente frente a sus propios demonios.

No puede negarse que el régimen escucha los ruidos que ocasiona el malestar del país. El desgaste de su estructura. Y el aire de libertad que ruge en su rasante vuelo. Aunque no hay mejor sordo que el no quiere oír. Pero ya Venezuela ha comenzado a ver, con la claridad de la visión del águila arpía, a un régimen que siente el miedo que causa sentirse atrapado entre sus propias ruinas. Es lo que se denomina y se conoce como: la debilidad del cobarde.

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