Por:
Oscar Doval | @oscardoval_
Como buen hombre de letras y médico de profesión —aunque retirado—, tengo la mala costumbre de anotar y documentar todo en una libreta. Así que esta vez, en la ya común y corriente circunstancia de estar enfermo de coronavirus, haré lo propio. Me dedicaré durante este reposo, y ahora reclusión forzada, a contarles el día a día, lo que siento, pienso y hago.
Precedente
Comencé con fiebre más bien baja, no mayor de 38°C y 38,5°C, congestión nasal y dolor de garganta, y un poquito de dolor de cabeza, solo un poco. Como si fuera una gripe común, pues. Igualmente, me quedé en casa, en mi habitación, donde me encarcelo, luego siendo preso de mi mujer contra mi voluntad durante 5 días, por si se trataba de COVID. Las pruebas rápidas, esas de casete, salieron sistemáticamente negativas, día tras día.
Inicialmente, nada de tos, ni dificultad respiratoria, ni dolores musculares ni malestar general, ni diarrea, ni pérdida del olfato, ni del gusto, nada de nada. Una simple gripe. Con la saturación de oxigeno entre 95 y 98 todo el tiempo. Le decía a mi mujer que me dejara de joder la vida, que esto era una gripe común, ningún COVID.
Además -socarronamente- le decía, que desde que ella había tenido el coronavirus —muy leve, por cierto — estaba hipocondriaca y viendo COVID-19,20,21 y 22, en todo moco que se le “atravesaba” por ahí.
Ante su insistencia, pertinaz, recalcitrante, terebrante; me hice el PCR y “zas”, ¡positivo!, ¡SÍ, POSITIVO!. ¡tenía razón mi mujer!, ¡tenía razón!. Ahora, cómo iba a aguantarle los múltiples y floridos “te lo dije” , usando toda variante, construcción y deconstrucción verbal. Eso me pasa a mi, también, por terco y obstinado, y no hacerme la prueba del PCR desde el primer día.
Al día siguiente del “positivo”, como si de una somatización masiva se tratara, comencé a sentirme con un malestar “cabilla”. Dolores musculares y articulares, tos, fiebre cada vez más elevada, disnea (pecho trancado), no olfato. Coño, esto debe ser psicológico, decía yo. Pues no, la saturación de oxígeno bajando poco a poco, y al final del día, en la noche, ya la tenía en 87, 86, 85; y con ello, cada vez más tos y disnea.
Mi mujer llamó a mi compadre, el Dr. Agustín Acuña, el taco más taco en el tema COVID, y tan solo, después de verme la cara, me dijo:
— Compae, yo lo conozco. Acá no hay “ni un no, ni un si”. Usted se viene para la clínica conmigo y de cabeza va hospitalizado.
Traté de decir algo, pero con su dedo índice en los labios, y una expresión amenazante, me mandó a callar. Me ayudó a incorporarme, a acomodarme la franela y el mono que tenía puesto, me acercó las cholas y nada más, hospitalizado en menos de 1 hora.
Mi mujer, quien me acompañó hasta la clínica, se quedó llorando cuando me metieron al área COVID, porque de allí en adelante sabía que no podría entrar, e iba a estar unos días sin verme. Además, es un poco dramática, aquí entre ustedes y yo.
Día 1
Oxigeno, pinchos, pinchos y más pinchos. Radiografía, tomografía, pitos de monitores, olor a cloro, olor a gerdex, olor a hospital. Enfermeras con escafandras, residentes con escafandra, especialistas con escafandra, mi compadre con escafandra. Todos con escafandra.
Solo mis colegas COVID y yo, estamos sin escafandra. Eso sí, con oxígeno, tos y más tos, algunos quejidos, algunas groserías y algunos ¡ay!.
Esta vaina es dantesca, me recuerda a un centro de reclusión para la peste de los siglos XVII y XVIII, con túnica larga, y máscara de esas, con pico como de pájaro, pero claro posmodernista y hasta con un toque de la NASA.
Día 2
Esta mañana, mi compadre, con escafandra y un colega suyo -creo que de nombre José u Octavio o algo así- también con escafandra, ocuparon cada uno de los flancos de mi cama, como si de una cayapa se tratara, y mi compadre, circunspecto, habló:
— Compae, allá fuera está la comae y los muchachos. Todos le mandaron besos y abrazos y una comidita, que después le hago llegar
— Le tengo malas noticias. Está haciendo embolismo pulmonar. Ya lo mandamos a anti-coagular. Eso nos complica el cuadro respiratorio. No está pudiendo saturar adecuadamente. Si sigue así tengo que mandarlo a terapia intensiva e intubarlo. Está a full con todo lo que necesita: oxigeno por montones, remdesivir, esteroides, bien hidratado. Los riñones y demás órganos están funcionando bien, pero los pulmones “jodíos”
— Ya la comae y la family lo sabe y están de acuerdo. Vamos a darle chance hasta mañana.
— Yo creo que con todos los medicamento, “su optimismo perverso” (en ese momento, soltó unas carcajadas), sus estampitas y todo el perolero de San Francisco, y además, Carolina, mandándole a hacer misas, por todas las redes e iglesias cibernéticas; usted mañana amanece fino.
Entre tos y tos, le dije:
—Compa, no mortifique a su comadre, mire que esa es una mata de nervios.
—Quédese quieto compae, ella está tranquila. Ahora lo importante es usted.
Día 3
Deben ser como las 6 de la mañana. Ya me pincharon como 3 veces en la madrugada. De verdad pasé una noche de mierda, sin dormir mucho por la tos, pero hoy me siento mejor que ayer. Imagino que los medicamentos comienzan a hacerme efecto. Por ahí veo acercarse al compadre:
—Compae los pulmones no responden y además se están empezando a resentir otros órganos. Los riñones empiezan a quejarse, la creatinina le está subiendo rudo. Vamos a intubar y resolvemos eso de una vez.
—Coño compa, pero yo me siento mejor (dije con voz de cagao y tosiendo)
—Compae, el médico acá soy yo. Entréguese.
—Compa, pa´lante haga lo que tenga que hacer (le dije telegráficamente, entre tos y tos). Dile a mi gente que todo va a estar bien (dándome un pescozón suave, asintió con un movimiento afirmativo de cabeza).
Escribo estas última letras, porque ya veo una camilla acercándose para buscarme y en terapia intensiva no dejan meter libretas, ni nada.
Vacío…
Día 15
—¡Mi cielo amado!. ¡Déjame terminar este artículo por ti!. Total, como tu siempre decías, ambos somos seres de letras, pero la diferencia es que tú las escribías y yo no las callaba. Siempre con la ironía y el sarcasmo en tu esencia y en tu decir.
Día 16
—Ayer no pude seguir escribiendo porque me fui en llanto, a moco tendido —literalmente—, sobre la libreta y no quise mojar lo último que conservo de ti.
—Ya hace 5 días que te cremamos, no pude verte nunca más. No te vi muerto. El día de tu muerte, Agustín llorando como un niño, nos dijo que luchaste como el campeón que siempre fuiste.
—Ya todos sabíamos que ibas a morir días antes. Agustín nos había preparado, Ya ni los pulmones, ni los riñones, ni el hígado, ni el intestino. No podías más.
—No puedo perdonarme el no haberte agarrado la mano y besado en tus momentos más difíciles. El no acompañarte en tu agonía y tu muerte.
—Sólo me calma un poco, tanto dolor, el que hayas muerto en un sitio digno. No como la mayoría de la gente que muere en hospitales desabastecidos y depauperados, o peor, en sus casas, sin atención médica.
—Sólo me calma un poco, el que tengo la certeza que nos veremos mas allá de este mundo. Que siempre estarás dentro de mi. Que estás en cada uno de nuestros hijos. En sus facciones, en sus gestos, en su humor, que era el tuyo.
No voy a seguir con la narrativa, porque voy a comenzar a llorar por la ficción de mi propia muerte. La cual, como la de todos los venezolanos, es una amenaza más cierta que incierta.
Lo que me indigna de verdad, es que con esta daga colgando sobre cada una de nuestras testas, seamos presas de un debate político. Un gobierno a todas luces incapaz y una oposición radical asesina, no pueden llegar a acuerdos para inundar a la patria de vacunas de la OMS-COVAX, de Fedecámaras, de las ONGs, canales privados, o de quien sea, para salvar la vida de nuestra gente. Especialmente, aquellos que no tienen la posibilidad de recibir atención médica por falta de recursos.
Con este artículo quiero honrar al heroico personal de salud, en primera línea de atención, así como todos los colegas que día a día están expuestos a enormes cargas virales, para seguir su vocación. ¡La mayoría no ha sido vacunado todavía, por cierto!. Particularmente, debo hacer mención a mi compadre y hermano, Agustín Acuña (que no es ficción y es un megataco en COVID) y a mis sobrinos Juancho Doval y Alessandro D´Abrizzio, que son pichones de médico, atendiendo pacientes COVID, en la carpa del Hospital Universitario, desde el primer día de la pandemia.
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