Vivimos nuevas dinámicas derivadas del coronavirus. Algunos comienzan a hablar de un retorno del confinamiento con más economía circular, aquello de que los recursos de producción estén más cerca de los consumidores. Con transformaciones menos alienadas y más próximas a las necesidades particulares de cada economía o territorio. Se habla de un retorno más sostenible, en el que se redefinan nuestras relaciones con el medio natural, con el planeta, con todo nuestro entorno.

Yo quisiera que fuera también un retorno menos traumático para generalizar, de manera más vinculante, la sensibilización sobre nuevos roles ligados al género, nuevas iniciativas privadas y estatales para activar patrones culturales que disminuyan la distancia entre hombres y mujeres. Básicamente porque estamos en tiempos difíciles y cuando se habla de tiempos difíciles para todos, suelen ser especialmente difíciles para las mujeres, sobre todo a las que viven en países en vías de desarrollo.

Muchas mujeres y hombres han tenido la suerte de continuar su actividad laboral desde el hogar gracias a la conexión digital y este cambio de “setting”, como comentamos en un artículo de esta columna, trae consigo la inmensa oportunidad de mejorar la conciliación familiar y laboral, involucrando más a los hombres en las tareas domésticas. Pero, salgamos por un momento del espacio doméstico para repensar la distribución tradicional de roles en el ámbito social, político y laboral.

¿También cambia el espacio del poder de lo público? 

Por un momento pareciera que toda esta situación está reconfigurando los espacios de poder en términos de género porque las mujeres manejan bastante bien los conflictos vinculados a servicios, cuidados, enfermería social. Pero creo que este hecho no refleja un cambio en los patrones de administración del poder en función del género porque repite de alguna manera los estereotipos asignados históricamente a las mujeres. 

No por casualidad se le dio tanta difusión a la nota de una periodista de la Revista Forbes, relacionando éxito en el control de la pandemia en algunos países, con el hecho de que están encabezados por jefas de Estado, como si ser mujer en estas circunstancias fuese un plus. (Tengo por norma que informaciones que refuerzan creencias previas son mejor aceptadas, digeridas y retransmitidas que las que las cuestionan). 

Pero observando con detenimiento y con una mirada más amplia, parecieran estarse redefiniendo los patrones de competitividad en los que la presencia y el contexto sexualizado marcan la relación laboral. Ya esto ha sido estudiado anteriormente con el avance del trabajo remoto. La Organización Internacional del Trabajo incorpora desde hace años múltiples elementos de evaluación y valoración de los sectores más digitalizados y reconoce los retos de administración y regulación para estas nuevas relaciones laborales, aportando la necesaria mirada de género para entenderlo mejor.

Las mujeres en el sector TIC

Un importante compromiso derivado de la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas es utilizar las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) para fomentar el empoderamiento de las mujeres. Sin embargo, según reciente informe de la World Wide Web Foundation, las mujeres tienen 50% menos probabilidades de estar conectadas a Internet que los hombres en el mismo grupo de edad y con niveles similar de educación e ingreso familiar. En corporaciones como Facebook y Google, las mujeres constituyen alrededor de un tercio de la nómina de la empresa, pero sólo el 16% de los trabajos técnicos en Facebook y el 18% en Google se llevan a cabo por mujeres ingenieras. En Twitter, este número es sólo el 10%. Estas cifras son la norma a través de la industria. En Europa, sólo el 7% de los puestos de trabajo en ingeniería son realizados por mujeres, reporta el sitio techchange.org.

A pesar de la evidente brecha explicada por múltiples factores que no expondré aquí, el año pasado se reportaban algunos avances en el Informe anual de la OIT “Un paso decisivo hacia la igualdad de género: en pos de un mejor futuro del trabajo para todos”. En palabras de su directora de Condiciones de Trabajo e Igualdad, Manuela Tomei: “Un escenario laboral donde las mujeres ya no estén rezagadas con respecto a los hombres puede ser una realidad, pero es necesario dar un gran salto, no solo tímidos pasos graduales”. La nueva normalidad que el COVID-19 nos pone a jugar, puede ser ese gran impulso al cierre de esta brecha digital y de todas las demás que, hasta ahora, han dejado por fuera a las mujeres del espacio de toma de decisiones, gracias a la recomposición del tablero global que traerá esta gran crisis.

La esperanza, un camino

No quiero restar importancia al hecho de que muchas familias, muchos padres y madres, hijos e hijas, mucha gente está quedándose sin trabajo remunerado. Así de sencillo y así de triste. No cabe la comparación entre “muertes por coronavirus” vs “recesión económica y pérdida de empleo” porque la vida es un bien inconmensurable, pero lo cierto es que la diatriba entre actividad económica y política pública sanitaria comienza a “arder” en el discurso político, no es solo un asunto de los norteamericanos y su apreciación más liberal de la vida en sociedad. 

Pero hacer de este episodio histórico una ventana de oportunidad supone que, desde el feminismo sepamos concebir modelos sencillos de interacción y relación con patrones culturales que mejoren la distribución de la carga doméstica en el hogar y en los espacios más privados de la vida en comunidad (espacios de servicios, de atención, de cuidados) con los patrones culturales que determinan el funcionamiento de las corporaciones, los gobiernos, los espacios judiciales, legislativos y en general, el poder de lo público. 

Si el feminismo es la principal revolución del siglo XXI, este coronavirus pareciera retarnos positivamente sobre la manera en la que las sociedades humanas abordan sus retos de organización e interacción para poder sobrevivir. 

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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