Las recientes elecciones regionales han confirmado lo que se venía sospechando desde hace varios años: no existe una oposición, solo existen oposiciones y ninguna es falsa, como dicen algunos, al contrario, todas son reales y legítimas.
En efecto, los datos que afirman lo anterior son públicos y notorios, pues la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) logró dos gobernaciones (Zulia y Cojedes), mientras que los nacientes conglomerados opositores que conforman la Fuerza Vecinal, la alianza del Lápiz, el Movimiento al Socialismo (MAS) y la Alianza Democrática ampliada alcanzó una (Nueva Esparta). Además, con respecto a las alcaldías, la MUD obtuvo 62 y las otras fuerzas opositoras lograron 61, de acuerdo con el tercer boletín del Consejo Nacional Electoral.
Por supuesto, podríamos ahondar sobre otros escenarios más favorables que pudo haber alcanzado el voto opositor a Maduro -especialistas estiman que la oposición pudo obtener entre 8 y 10 gobernaciones si unificaba sus candidaturas, donde Táchira, Miranda, Mérida y Lara serían ejemplos claros-, pero este no es el asunto que nos convoca ahora (ya se ha dicho suficiente y los analistas lo han explicado con peras y manzanas hasta el cansancio). En contraste, en este momento debemos empezar a interpelarnos sobre decisiones más desafiantes de cara al futuro a raíz de los eventos del 21 de noviembre.
Reitero, los números nos dicen que hay una fuerza opositora incuestionable que está organizándose fuera de la oposición convencional o, mejor dicho, articulándose seriamente al costado de los promotores del «avanzar sin transar», de la hora cero, del «Maduro vete ya», de la abstención sin más, del «Cucutazo» o la «Operación Gedeón». Y, por lo tanto, está reclamando que se (re)configure una nueva coalición opositora más amplia y plural, con mayor coordinación estratégica y, finalmente, aterrizar en una plataforma unitaria sin exclusiones que sincere la agenda común.
Para alcanzar esto último -y no quede en bella melodía- tenemos que formularnos unas preguntas complejas en lo que viene. Por ejemplo: ¿Será que podremos unirnos utilizando como plataforma el interinato o, más bien, debemos aglutinar esfuerzos aparte?, ¿Será conveniente construir una nueva dirección opositora o reconstruimos la MUD?, ¿Entorpece el interinato o es un frente que debe mantenerse?, ¿Realmente le incómoda a Maduro el interinato?, ¿Por cuánto tiempo más la comunidad internacional estará dispuesta a reconocer el interinato?, ¿Acordamos encaminarnos hacia la revalorización del voto o dejamos siempre abierta la propuesta de no votar?, ¿Cómo nos organizamos para que en las próximas elecciones no se diluyan los votos opositores?
Todas estas interrogantes -y tantas más- no deben eludirse, puesto que de aquí depende la materialización del cambio político. En consecuencia, y a partir del nuevo escenario que produjo las elecciones regionales, creo que la primera tarea es reconocer y respetar la existencia de otras alternativas opositoras que se manifestaron con suficiente claridad y sin complejos.
Incluso más, este resultado demostró que la mayoría política opositora solo se alcanzará a partir de enlazar estas nuevas fuerzas y NO a costa de ellas. Es decir, solo se le ganará a Maduro & Cía si somos capaces de enlazar a las nuevas oposiciones en una gran coalición opositora (donde cuenten todas aquellas fuerzas que tengan como norte la redemocratización del país) y evitemos seguir en esa porfía divisionista que solo tiene un especial perdedor: los venezolanos más vulnerables. Perdonen las perogrulladas, pero a veces las cosas por sabidas se callan y por calladas se olvidan.
En fin, volvamos a la política y construyamos una fuerza unitaria que no tenga temor de reconocer los errores y rectificar en lo sucesivo; que se levante sin vanidad, maximalismos o ambiciones disparatadas; y, por último, que explique que el camino es largo y no juzgue que eso es un pecado.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: El voto: su cuota de poder
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Las recientes elecciones regionales han confirmado lo que se venía sospechando desde hace varios años: no existe una oposición, solo existen oposiciones y ninguna es falsa, como dicen algunos, al contrario, todas son reales y legítimas.
En efecto, los datos que afirman lo anterior son públicos y notorios, pues la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) logró dos gobernaciones (Zulia y Cojedes), mientras que los nacientes conglomerados opositores que conforman la Fuerza Vecinal, la alianza del Lápiz, el Movimiento al Socialismo (MAS) y la Alianza Democrática ampliada alcanzó una (Nueva Esparta). Además, con respecto a las alcaldías, la MUD obtuvo 62 y las otras fuerzas opositoras lograron 61, de acuerdo con el tercer boletín del Consejo Nacional Electoral.
Por supuesto, podríamos ahondar sobre otros escenarios más favorables que pudo haber alcanzado el voto opositor a Maduro -especialistas estiman que la oposición pudo obtener entre 8 y 10 gobernaciones si unificaba sus candidaturas, donde Táchira, Miranda, Mérida y Lara serían ejemplos claros-, pero este no es el asunto que nos convoca ahora (ya se ha dicho suficiente y los analistas lo han explicado con peras y manzanas hasta el cansancio). En contraste, en este momento debemos empezar a interpelarnos sobre decisiones más desafiantes de cara al futuro a raíz de los eventos del 21 de noviembre.
Reitero, los números nos dicen que hay una fuerza opositora incuestionable que está organizándose fuera de la oposición convencional o, mejor dicho, articulándose seriamente al costado de los promotores del «avanzar sin transar», de la hora cero, del «Maduro vete ya», de la abstención sin más, del «Cucutazo» o la «Operación Gedeón». Y, por lo tanto, está reclamando que se (re)configure una nueva coalición opositora más amplia y plural, con mayor coordinación estratégica y, finalmente, aterrizar en una plataforma unitaria sin exclusiones que sincere la agenda común.
Para alcanzar esto último -y no quede en bella melodía- tenemos que formularnos unas preguntas complejas en lo que viene. Por ejemplo: ¿Será que podremos unirnos utilizando como plataforma el interinato o, más bien, debemos aglutinar esfuerzos aparte?, ¿Será conveniente construir una nueva dirección opositora o reconstruimos la MUD?, ¿Entorpece el interinato o es un frente que debe mantenerse?, ¿Realmente le incómoda a Maduro el interinato?, ¿Por cuánto tiempo más la comunidad internacional estará dispuesta a reconocer el interinato?, ¿Acordamos encaminarnos hacia la revalorización del voto o dejamos siempre abierta la propuesta de no votar?, ¿Cómo nos organizamos para que en las próximas elecciones no se diluyan los votos opositores?
Todas estas interrogantes -y tantas más- no deben eludirse, puesto que de aquí depende la materialización del cambio político. En consecuencia, y a partir del nuevo escenario que produjo las elecciones regionales, creo que la primera tarea es reconocer y respetar la existencia de otras alternativas opositoras que se manifestaron con suficiente claridad y sin complejos.
Incluso más, este resultado demostró que la mayoría política opositora solo se alcanzará a partir de enlazar estas nuevas fuerzas y NO a costa de ellas. Es decir, solo se le ganará a Maduro & Cía si somos capaces de enlazar a las nuevas oposiciones en una gran coalición opositora (donde cuenten todas aquellas fuerzas que tengan como norte la redemocratización del país) y evitemos seguir en esa porfía divisionista que solo tiene un especial perdedor: los venezolanos más vulnerables. Perdonen las perogrulladas, pero a veces las cosas por sabidas se callan y por calladas se olvidan.
En fin, volvamos a la política y construyamos una fuerza unitaria que no tenga temor de reconocer los errores y rectificar en lo sucesivo; que se levante sin vanidad, maximalismos o ambiciones disparatadas; y, por último, que explique que el camino es largo y no juzgue que eso es un pecado.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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