Cuando el ejercicio de la política pretende darse soslayando la pluralidad sobre la cual se moviliza el hombre, cae en el error de desfigurarse la política. O deformarse. Es el problema que se le plantea a ideologías políticas que buscan establecerse apostándole a una única y sola visión. Sea esta retrospectiva o prospectiva. Al final de cuenta, esta situación se convierte en abono de dificultades que con el tiempo, además de multiplicar el ámbito de conflictos, divide por cero, y cuantas veces sea posible, el número de oportunidades de crecimiento y desarrollo que bien pueda provocar la aparición de condiciones que favorezcan al hombre en los propios espacios de la pluralidad humana.
Tan embarazosa situación, tiende a oscurecer cualquier gestión de gobierno que haya destinado su capacidad organizacional a concebir posturas políticas que reconozcan el grueso de problemas demandados como necesidades a ser abordadas a través de los mecanismos que interpretan el sentido de la institucionalidad democrática, tal como lo expone la teoría política. O sea, considerando el mayor número de variables directas e indirectas que intervienen en cada momento de la construcción de gobernabilidad y de diseño de gobernanza.
Pero las realidades propenden a empeorar toda vez que la mezquindad, mediocridad y el resentimiento de gobernantes endiosados y presuntuosos, al creer que su insensatez funciona como el valor político que le endilga el mérito requerido para ocupar un sitial privilegiado en el ejercicio de la política, provoca en ellos un comportamiento tan extraviado que son incapaces de reconocer.
Es ahí cuando las contradicciones ocupan lugar preponderante en cualquier agenda o programa de acción gubernamental. El caso Venezuela, es el ejemplo más patético del problema que dispone un ejercicio de la política totalmente desvirtuada de su esencia.
Ahora, según la actitud asumida por la cúpula del régimen autoritario venezolano, todos son sospechosos de todo cuanto pueda ocurrir. Precisamente, apegado a tan impasible desesperación causante de un profundo miedo, el ejercicio de la política en Venezuela ha venido castrando razones asomadas por funcionarios comprometidos con el régimen. O al menos, era lo que hasta hace poco, parecía. En consecuencia, no valió ni siquiera la visita a Caracas de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, para dar cuenta del incremento de la represión adelantada por órdenes del tramado régimen.
El problema de un ejercicio político que esquiva cualquier implicación que exalte el espacio (político) en el que se desarrollan las relaciones del ciudadano con su entorno, se exacerba en medio de las condiciones que insiste el régimen venezolano en favorecer. Cualquier actor político-institucional o político-fáctico que se atreva a lanzar alguna consideración, por menor que sea, sobre la conducta del régimen, es acusado como sospechoso. Y quien así se haya manifestado, recae sobre él, cualquier inculpación posible.
Ya no sólo son violados derechos humanos en civiles. Ahora, hay militares imputados que han sido detenidos, secuestrados y desaparecidos por la furibunda acción de una cruda represión cometida por envalentonados grupos de una presunta seguridad política. Y este tipo de medida, pone al descubierto graves problemas que están afectando al régimen en toda su médula.
Ante esto, es posible hacer varias lecturas desprendidas del hecho de inferir un comportamiento trancado en los altos niveles de mando del régimen. Primeramente, cabe la deducción de una seria desmembración que sobrelleva la Fuerza Armada Nacional (apodada Bolivariana). Con la dimisión del ex director del SEBIN y la fuga del Comisario Simonovis, el régimen se halla desajustado. Y por tanto, fuertemente atemorizado.
A decir de cualquier análisis político, por breve que sea, puede terminar concluyendo que el régimen está derrumbándose. Aunque peor aún, hay quienes, como en toda crisis, se aprovechan del desespero para agarrar cuanto puedan. O como popularmente se dice: “aunque sea fallo”. O sea, “en aguas turbias, todo el mundo busca obtener la mejor pesca” O que igualmente señala otro aforismo: “en río revuelto, ganancia de pescadores”.
Indudablemente que algo sucede bajo las aguas que pasan por debajo del puente llamado “Venezuela”. Y aunque la magia no funciona para enderezar tales entuertos, habrá entonces que esperar a que factores de la política y de la sociedad venezolana, adelanten sus fuerzas para procurar con la determinación conveniente, la corrección posible y de mayor incidencia sobre tan crudos problemas que tienen al país en jaque. O habrá que preguntarse: ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo?
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