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Leoncio Barrios | @Leonciobarrios
El confinamiento o cuarentena que por meses millones de personas han tenido que vivir en todo el mundo ha sido una prueba de fuego. Un desafío a la disciplina social, al soporte familiar, económico y anímico de cada quien, pero también al gobierno de cada país.
Durante este tiempo de pandemia, los gobiernos han debido ofrecer suficientes servicios sanitarios de calidad y suministrar información veraz, frecuente sobre la epidemia. Basar los procedimientos en las recomendaciones y criterios de los organismos internacionales que atienden la pandemia.
Para exigir a la gente la disciplina y paciencia que requiere una larga cuarentena, el gobierno tiene que garantizar, de entrada, el suministro de servicios básicos (luz, agua, aseo urbano, alimentos, medicamentos) que permitan a la población atender a la exigencia de #QuédateEnCasa. Además, generar un clima político y social que contribuya a la tranquilidad de la gente.
Esas serían las condiciones ideales para un confinamiento. Es lo que se da en un país solvente con las necesidades de sus ciudadanos. Donde sea factible que la gente pueda quedarse en casa solo con sus preocupaciones personales y distrayéndose, una necesidad imperiosa en estos tiempos. Eso no ocurre en gran parte del mundo.
Durante los primeros meses críticos e iniciales de la pandemia –marzo y abril– el foco de casos estuvo en China y varios países de Europa donde la calidad de vida, el acceso a servicios de salud y robustas economías le han permitido vadear la dificultad. Estar confinado en países ricos es pasarla sin mayor penuria, aunque encierro sea encierro. Recuperar esas economías es cuestión de tiempo. Tienen mucho dinero hasta para atender a los distintos sectores de la población.
A partir de mayo, el mayor número de contagios por coronavirus ocurrió al otro lado del océano, en el continente americano. Estados Unidos, que tanto le gusta ser el primero en todo, lo ha logrado una vez más. Lamentablemente, gana la competencia de ser el país con más muertos y contagiados de coronavirus en el mundo. Se impuso la libertad de mercado sobre salvar vidas. Menos mal que ese país tiene la infraestructura sanitaria, la capacidad técnica y económica para resistir y recuperarse. Aunque el centenar de miles de muertos seguirán.
Quizás el mayor problema durante esta pandemia del COVID-19 está por verse. Es la crisis de salud y económica que está causando o dejando ver la pandemia en los países pobres. En cualquiera de América Latina, incluidos los de robusta economía como México y Brasil. Millones de personas lo está pasando mal y lo pasarán peor.
La población más vulnerable no solo enfrenta la pérdida de su salud, su vida durante la pandemia. Al no tener comida, agua, electricidad, medicinas, dinero y tener mucha angustia no pueden quedarse en casa. Ante la inminencia del hambre y la advertencia de un posible contagio, optan por evitar el sufrimiento mayor e inmediato. Cuarentena con hambre no dura.
Latinoamérica no tiene la infraestructura sanitaria ni la capacidad de respuesta que los países europeos, los EEUU y algunos asiáticos tienen para hacer frente a una epidemia como la del COVID-19. Puede ser catastrófico lo que pase en la región. El número de contagios y muertes en Brasil, Perú, Ecuador, Chile, México lo está diciendo.
Mientras las preocupaciones de una parte del mundo con respecto a la pandemia se centran en recuperar las economías y reducir los riesgos de una segunda oleada del coronavirus, la otra parte, muy grande, sucumbe en cómo enfrentar al virus, salvar las vidas que puedan.
Ante la crisis de servicios e infraestructura sanitaria que podría colapsar rápidamente, si es que ya no lo ha hecho en algunos países, a los gobiernos de los países pobres les queda hacer todo lo posible por evitar contagios. La prevención. De allí la necesidad de estrictas medidas de seguridad. Aunque a algunos gobernantes y parte de la ciudadanía, les cueste entender.
El problema está en que ¿cómo se puede cumplir con las recomendaciones de quedarse en casa o guardar la distancia prudencial, cuando muchos tienen que salir a buscar agua, dinero, comida? Y, a veces, no tiene electricidad en casa.
Las imágenes que vemos en los noticieros y redes sociales de gente en la calles de ciudades de Venezuela, Perú, Ecuador, Brasil, sin guardar la necesaria distancia no es por irresponsabilidad o ignorancia; es por la desesperación que produce el hambre.
Corresponde a los organismos internacionales y a los gobiernos resolver las demandas de ese inmenso sector de población ante esta crisis. Prevenir también el riesgo de la corrupción de los funcionarios de todo nivel. Ya hay denuncias en Brasil, Perú, Ecuador, Colombia. Solo las que se sabe. Si no nos agarra el chingo, es el sin nariz.
Podríamos concluir desmoralizados ante esta situación, pero no. Nos queda la tabla salvadora de la responsabilidad individual, de la comunidad organizada. El cuídate, cuídanos. Si cada quien hace lo que tiene que hacer, incluidos los gobiernos, saldremos adelante.
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
Del mismo autor: Efectos emocionales de la pandemia en Venezuela
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Durante este tiempo de pandemia, los gobiernos han debido ofrecer suficientes servicios sanitarios de calidad y suministrar información veraz, frecuente sobre la epidemia. Basar los procedimientos en las recomendaciones y criterios de los organismos internacionales que atienden la pandemia.
Para exigir a la gente la disciplina y paciencia que requiere una larga cuarentena, el gobierno tiene que garantizar, de entrada, el suministro de servicios básicos (luz, agua, aseo urbano, alimentos, medicamentos) que permitan a la población atender a la exigencia de #QuédateEnCasa. Además, generar un clima político y social que contribuya a la tranquilidad de la gente.
Esas serían las condiciones ideales para un confinamiento. Es lo que se da en un país solvente con las necesidades de sus ciudadanos. Donde sea factible que la gente pueda quedarse en casa solo con sus preocupaciones personales y distrayéndose, una necesidad imperiosa en estos tiempos. Eso no ocurre en gran parte del mundo.
Durante los primeros meses críticos e iniciales de la pandemia –marzo y abril– el foco de casos estuvo en China y varios países de Europa donde la calidad de vida, el acceso a servicios de salud y robustas economías le han permitido vadear la dificultad. Estar confinado en países ricos es pasarla sin mayor penuria, aunque encierro sea encierro. Recuperar esas economías es cuestión de tiempo. Tienen mucho dinero hasta para atender a los distintos sectores de la población.
A partir de mayo, el mayor número de contagios por coronavirus ocurrió al otro lado del océano, en el continente americano. Estados Unidos, que tanto le gusta ser el primero en todo, lo ha logrado una vez más. Lamentablemente, gana la competencia de ser el país con más muertos y contagiados de coronavirus en el mundo. Se impuso la libertad de mercado sobre salvar vidas. Menos mal que ese país tiene la infraestructura sanitaria, la capacidad técnica y económica para resistir y recuperarse. Aunque el centenar de miles de muertos seguirán.
Quizás el mayor problema durante esta pandemia del COVID-19 está por verse. Es la crisis de salud y económica que está causando o dejando ver la pandemia en los países pobres. En cualquiera de América Latina, incluidos los de robusta economía como México y Brasil. Millones de personas lo está pasando mal y lo pasarán peor.
La población más vulnerable no solo enfrenta la pérdida de su salud, su vida durante la pandemia. Al no tener comida, agua, electricidad, medicinas, dinero y tener mucha angustia no pueden quedarse en casa. Ante la inminencia del hambre y la advertencia de un posible contagio, optan por evitar el sufrimiento mayor e inmediato. Cuarentena con hambre no dura.
Latinoamérica no tiene la infraestructura sanitaria ni la capacidad de respuesta que los países europeos, los EEUU y algunos asiáticos tienen para hacer frente a una epidemia como la del COVID-19. Puede ser catastrófico lo que pase en la región. El número de contagios y muertes en Brasil, Perú, Ecuador, Chile, México lo está diciendo.
Mientras las preocupaciones de una parte del mundo con respecto a la pandemia se centran en recuperar las economías y reducir los riesgos de una segunda oleada del coronavirus, la otra parte, muy grande, sucumbe en cómo enfrentar al virus, salvar las vidas que puedan.
Ante la crisis de servicios e infraestructura sanitaria que podría colapsar rápidamente, si es que ya no lo ha hecho en algunos países, a los gobiernos de los países pobres les queda hacer todo lo posible por evitar contagios. La prevención. De allí la necesidad de estrictas medidas de seguridad. Aunque a algunos gobernantes y parte de la ciudadanía, les cueste entender.
El problema está en que ¿cómo se puede cumplir con las recomendaciones de quedarse en casa o guardar la distancia prudencial, cuando muchos tienen que salir a buscar agua, dinero, comida? Y, a veces, no tiene electricidad en casa.
Las imágenes que vemos en los noticieros y redes sociales de gente en la calles de ciudades de Venezuela, Perú, Ecuador, Brasil, sin guardar la necesaria distancia no es por irresponsabilidad o ignorancia; es por la desesperación que produce el hambre.
Corresponde a los organismos internacionales y a los gobiernos resolver las demandas de ese inmenso sector de población ante esta crisis. Prevenir también el riesgo de la corrupción de los funcionarios de todo nivel. Ya hay denuncias en Brasil, Perú, Ecuador, Colombia. Solo las que se sabe. Si no nos agarra el chingo, es el sin nariz.
Podríamos concluir desmoralizados ante esta situación, pero no. Nos queda la tabla salvadora de la responsabilidad individual, de la comunidad organizada. El cuídate, cuídanos. Si cada quien hace lo que tiene que hacer, incluidos los gobiernos, saldremos adelante.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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