gobernabilidad
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No es extraño que el análisis político yerre en el afán por interpretar realidades. Tampoco resulta extraño que tergiversen la esencia de la política. Particularmente cuando se trata de interpretar aquellas realidades que inciden la “gobernabilidad”. No sólo como proceso o praxis, sino como propósito político. Habida cuenta que ante la “gobernabilidad”, el ejercicio de la política compromete sus mayores créditos: la capacidad del gobernante y el proyecto de gobierno que disponga en aras de las exigencias establecidas.

De lograr dichas consideraciones, emerge la posibilidad de alcanzar algún nivel de gobernabilidad dirigido a conciliar dos valores. Estos son la ciudadanía y la identidad. Y es de la identidad que depende el sentido de pertenencia y de persistencia de valores políticos sobre los cuales se apoya la entereza de la sociedad para contribuir con el afianzamiento de la institucionalidad política y con el desarrollo de la economía.

Se ha reconocido como “gobernabilidad” al hecho de equilibrar las demandas sociales con la oferta política en el fragor de escenarios de abiertas y cerradas dificultades dada las exigencias que confronta una gestión de gobierno en un medio allanado por los avatares propios de una cotidianidad heterogénea.

Dichos análisis políticos, casi siempre, son asediados por influencias, premuras o contingencias. Es entonces, como finalmente incitan un inmediatismo feroz que tiende a desfigurar las inferencias. Así que no sólo se pone en duda la seriedad del análisis, también la coherencia correspondiente.

En esos casos, sus inferencias terminan incitando confusiones que desembocan en equivocadas decisiones. Más, cuando las circunstancias se prestan a servir como cómplices de enredos que se asumen como realidades. O que muchas veces, esas realidades son demarcadas por improvisaciones que dan al traste el análisis en su completa elaboración.

¿Razón de crisis?

Esta situación hace crisis cuando las improvisaciones, de habitual práctica gubernamental, terminan aliándose con confabulaciones políticas que tienden a atentar contra libertades.

A todas estas, la pretensión de viabilizar alguna propuesta, dirigida a encaminar la “gobernabilidad”, se reduce a escuetas ofertas. Todas de corte demagógico. Además, recubiertas de una pírrica legitimidad. Elaborada a costa de rachas propagandística con el fin de conseguir el mayor eco entre advenedizos, ilusos, furibundos y enganchados.

En el caso de un régimen político cuestionado por autoritario, éste no podría alcanzar algún nivel de legitimidad tal como podría presumirse. Todo, por la precariedad de la capacidad del gobernante. Sin embargo, ante la desesperación de un régimen incompasivo, que luego refleja un incesante ensañamiento contra la población entera, se incitan crudas complicaciones que terminan ocasionando serios conflictos. Estos conflictos son, casi siempre, provocados por el engaño. Sólo así la perversidad propia del estilo de hacer gobierno hace fácil la actuación de un régimen político enajenado por la ambición y codicia.

En el fondo de tan desconsolada verdad, se engendran razones que cuestan descifrarse desde la perspectiva sociológica o politológica. Sobre todo, cuando las interpretaciones que logran alcanzarse e irradiarse como información pública llegan al plano de vida (política) en el cual descansa una conciencia oprimida, aturdida o sometida.

Y esto, en el fragor del revuelo derivado por tanta información acomodada o adaptada a instancia de los intereses del poder a cargo del régimen político encumbrado, sólo hace que continúen emergiendo más problemas de los que se hayan acumulados. O acaso tan crítica situación es sujeto de un ¿problema de conciencia, interpretación o de vida política?

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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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