Cuando no se puede retroceder, sólo queda mirar por el retrovisor lo que se dejó atrás. Sobre todo, al comprender que nada es lo que parece. Además, aceptando que las realidades ironizan al tiempo, dado lo rápido que suele mover el almanaque.
En medio de tan redonda dificultad, cabe el aforismo que reza cuando el individuo termina quedándose varado a mitad de camino. Sin pan, ni torta. Es como si todo se redujera a extrañar lo sucedido. No tanto por lo vetusto de los hechos acaecidos, sino porque ahora forman parte de una historia, que hace a quien la cuenta su protagonista. Su actor principal.
Ay, la vida. Que ni siquiera se entiende en su más completa expresión. Más, si se mira de lado. O por el costado del ojo. Quizás, pudiera comenzar a comprenderse si la lectura de los hechos se hace de frente. Sin el resquemor que causa la duda. O que motiva la tristeza.
La historia es el mejor transporte, a través del cual el hombre puede moverse para comprender lo que la vida envuelve u oculta en sus entrañas. Aunque a decir del periodista y poeta español Manuel Alcántara, “lo curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra”. Quizás, el interés de la historia radica en cómo esconder, silenciar o encubrir lo que no conviene por cualquier razón, que imponga la autoridad sobre el patíbulo.
Es ahí cuando el tiempo se torna cómplice de la historia. Es ahí, entonces, según manifestaba Thomas Carlyle, filósofo, historiador y ex rector de la Universidad de Edimburgo (Escocia), “cada historiador cuenta su propia historia”. O dicho desde otra perspectiva, cada ser humano o sociedad, la adecua en función de sus conveniencias.
Sin embargo, en medio de tantas confabulaciones que se vienen repetidas veces, el tiempo va resignándose a dejarse contemplar desde las más disímiles y distantes posturas. Es cuando se repliega. Y ocurre que las realidades comienzan a apretarlo, hasta que hace sus recorridos tan aprisa, que es justo la sensación que brinda. O sea, su resultado hace que el individuo advierta lo que a su esencia está perjudicando.
Es lo que define el denominado “efecto de reversión”. O sea, la percepción de la aceleración del tiempo, cuya secuela pareciera tan espasmódica como engañosa. Y no hay duda que resulta traumatizante, frente a todos los acontecimientos que hostigan la humanidad.
Acá salta la tentación de contrariar las sentencias del tiempo. A sabiendas que la pelea será infructífera. Pues nada más incontrolable e inexorable que el tiempo. Ya que, aunque pueda dominarse, siempre su poder se impone sobre todo lo que hasta ahora resulta conocido.
El tiempo no es más que un contínuum o continuidad que, como dimensión, ordena y regula los acontecimientos de la vida. Su poder lo hace despiadado. Tertuliano de Cartago, excelso teólogo de la cristiandad del siglo III, refirió que “el tiempo todo lo descubre”. Aún cuando hay tiempos que se prestan para que muchas cosas se mantengan encubiertas.
Sin embargo, algo para lo que el tiempo es infalible, es para someter al ser humano a vivir bajo sus normas. Aunque puede verter algún consuelo ante las desgracias que vive el hombre. O también la euforia al vivirse las alegrías que por igual brinda. Son las consabidas “oportunidades”. Así se comporta el tiempo. Sin condolerse de nada, ni por nada.
Aún así, hay quienes, sin atender o entender las contrariedades de tan restrictiva dimensión, aseguran que los tiempos pasados fueron mejores. Pero también hay quienes se preguntan (acaso) ¿fueron mejores los viejos tiempos?
***
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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En medio de tan redonda dificultad, cabe el aforismo que reza cuando el individuo termina quedándose varado a mitad de camino. Sin pan, ni torta. Es como si todo se redujera a extrañar lo sucedido. No tanto por lo vetusto de los hechos acaecidos, sino porque ahora forman parte de una historia, que hace a quien la cuenta su protagonista. Su actor principal.
Ay, la vida. Que ni siquiera se entiende en su más completa expresión. Más, si se mira de lado. O por el costado del ojo. Quizás, pudiera comenzar a comprenderse si la lectura de los hechos se hace de frente. Sin el resquemor que causa la duda. O que motiva la tristeza.
La historia es el mejor transporte, a través del cual el hombre puede moverse para comprender lo que la vida envuelve u oculta en sus entrañas. Aunque a decir del periodista y poeta español Manuel Alcántara, “lo curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra”. Quizás, el interés de la historia radica en cómo esconder, silenciar o encubrir lo que no conviene por cualquier razón, que imponga la autoridad sobre el patíbulo.
Es ahí cuando el tiempo se torna cómplice de la historia. Es ahí, entonces, según manifestaba Thomas Carlyle, filósofo, historiador y ex rector de la Universidad de Edimburgo (Escocia), “cada historiador cuenta su propia historia”. O dicho desde otra perspectiva, cada ser humano o sociedad, la adecua en función de sus conveniencias.
Sin embargo, en medio de tantas confabulaciones que se vienen repetidas veces, el tiempo va resignándose a dejarse contemplar desde las más disímiles y distantes posturas. Es cuando se repliega. Y ocurre que las realidades comienzan a apretarlo, hasta que hace sus recorridos tan aprisa, que es justo la sensación que brinda. O sea, su resultado hace que el individuo advierta lo que a su esencia está perjudicando.
Es lo que define el denominado “efecto de reversión”. O sea, la percepción de la aceleración del tiempo, cuya secuela pareciera tan espasmódica como engañosa. Y no hay duda que resulta traumatizante, frente a todos los acontecimientos que hostigan la humanidad.
Acá salta la tentación de contrariar las sentencias del tiempo. A sabiendas que la pelea será infructífera. Pues nada más incontrolable e inexorable que el tiempo. Ya que, aunque pueda dominarse, siempre su poder se impone sobre todo lo que hasta ahora resulta conocido.
El tiempo no es más que un contínuum o continuidad que, como dimensión, ordena y regula los acontecimientos de la vida. Su poder lo hace despiadado. Tertuliano de Cartago, excelso teólogo de la cristiandad del siglo III, refirió que “el tiempo todo lo descubre”. Aún cuando hay tiempos que se prestan para que muchas cosas se mantengan encubiertas.
Sin embargo, algo para lo que el tiempo es infalible, es para someter al ser humano a vivir bajo sus normas. Aunque puede verter algún consuelo ante las desgracias que vive el hombre. O también la euforia al vivirse las alegrías que por igual brinda. Son las consabidas “oportunidades”. Así se comporta el tiempo. Sin condolerse de nada, ni por nada.
Aún así, hay quienes, sin atender o entender las contrariedades de tan restrictiva dimensión, aseguran que los tiempos pasados fueron mejores. Pero también hay quienes se preguntan (acaso) ¿fueron mejores los viejos tiempos?
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