“Me da mil bolívares de bistec”, dice una mujer de unos 50 años, que espera la atienda su carnicero preferido, porque el muchacho le da una ñapa. Lo que paga, apenas le alcanza para una pieza de carne.
“Me da dos chorizos”, dice otra.
“¿A cuanto está el kilo de pata ´e pollo?”, pregunta otro que se escandaliza cuando ve el precio. Bs. 1.200 el kilo, de una parte de este animal que antes era considerada desecho.
Decenas de historias se están escribiendo sobre el hambre que se está generando en Venezuela, ya sea por la escasez de los productos básicos con precio controlado, pero a la vez por el alto costo de los alimentos que están disponibles.
Desde mi retorno al país, hace un mes, intenté tener una aproximación lo más imparcial posible sobre este asunto para entender qué estaba pasando con el tema de la alimentación, y experimentar en carne propia los reclamos que he oído de muchas personas.
He pasado por varias percepciones desde entonces. Al principio tuve algunas que, entiendo, hieren la sensibilidad de muchos. Las comparto con ustedes:
- No es tanto la falta de comida, como los altos precios que se pagan por lo que hay.
- Los precios de los alimentos se han sincerado.
- Comer habitualmente pan y pasta en un país que no produce trigo es absurdo, pero es real.
- Se pueden sustituir los carbohidratos simples del pan, arroz, arepa y pasta por tubérculos como yuca, batata, papa.
- Se puede aumentar la ingesta de vegetales y verduras.
- Técnicamente no hay hambruna en el país. Ya que para declararla se requiere de varios elementos, de acuerdo con la FAO, único organismo que la puede declarar, se requiere que ocurra lo siguiente: Una carencia extrema de alimentos para un número elevado de personas; una tasa tasa de malnutrición aguda exceda el 30% de la población y que cada día, la tasa bruta de mortalidad sobrepase dos personas cada 10.000.
Una vez decidida a experimentar al respecto, incluso en mi hogar, pedí a varias personas testimonios sobre lo que han llamado la dieta de Maduro o cómo muchos han adelgazado por la falta de alimentos. Mi visión empezó a cambiar drásticamente.
Les comparto varios testimonios de personas de la clase media.
“He rebajado 10 kilos en dos meses. Un día mi hija menor y yo comimos pan con cambur y una mermelada que nos habían regalado, completamos con arepa y mermelada…”, Ivonne.
“El viernes me vi forzada a comprar pantalones nuevos. Pasé de talla 12 a 8. Mi afición por los dulcitos está restringida. Como muy pocas grasas y junto a mi pareja estamos intentando vivir de la agricultura por lo que comemos muchos vegetales y hortalizas que cultivamos. En mi zona con otros vecinos practicamos el trueque cambiamos auyamas por frijoles, berenjenas por ají, y así sobrevivimos”, Lis.
“Cambiamos chuleta o bistec por hígado de pollo y sardinas… Cero refresco, a cambio compramos Té natural detallado, que colamos dos veces con bastante agua para rendirlo… Endulzamos casi nada… Primero sustituímos por papelón, y ahora estamos probando la stevia, porque el papelón ha aumentado mucho de precio… Hemos aprendido a hacer arepas de plátano y yuca.”, Lucia.
“Yo pesaba 81 y ahora 68. Desde enero comenzó el viacrucis de buscar comida. Yo no hago colas tipo bicentenario ni de centro 99, me cabrean hasta la médula los hdp bachaqueros que luego de hacer una cola de 3 horas te llegan tres gordas hediondas con una lista de que van 50 más delante tuyo. Total, no hago cola ni yo ni mi esposa, comemos lo que se consiga al precio que sea, si es que lo podemos cancelar. ¿Resultado? Conseguimos pocas proteínas, con el agravante que ayudamos a nuestro nietos porque sus padres les cuesta mucho mas debido a que tienen un bebe que tiene 5 meses y la Nan cuesta 14 mil y la necesita semanal. Su padre ha rebajado 26 kg de 156 que pesaba”, Siglic.
“Hemos tenido días que nos acostamos con hambre para dejar lo poco que tenemos para el almuerzo del día siquiente”, Soraya.
En mi experimentación durante dos semanas decidí comer lo que tuviera a mano. Una noche me vi con un pedazo de pan y unas aceitunas. Para comprar el pan tuve que hacer algo de cola y las aceitunas tenían como un año en la nevera. Sin ironías, esa cena fue todo un lujo.
Se acabó el café, el cual me tomé sin azúcar con varias coladas. Se acabó la leche que había comprado a precio de oro. No los pude reponer porque no tenía a mano cómo hacerlo.
Se acabaron el pollo, la lechuga, las papas y los tomates.
Algunas veces comí en la calle. Pero desistí al no rendirme los churupos. Me impresionó ver varias ventas de empanadas en el centro de Caracas. El encargado de una de ellas me me dijo que compran todo “bachaqueado”. (Esto abre otra arista al problema).
Intenté varias veces comprar en el supermercado cerca de mi oficina y fue imposible por la cola.

Al final, no rebajé sino como 500 gramos y creo que esto ocurrió porque no ingerí chucherías.
Luego, un sábado, hice compras en la calle y en algunos locales comerciales, en el centro de la ciudad. Fui con el presupuesto abierto, apoyada en tarjetas de crédito, efectivo y ticket alimentación. En la carnicería vi a personas pedir solo mil bolívares de bistec, otros compraban dos chorizos, unos salían escandalizados por el precio de las paticas de pollo.
Las verduras, hortalizas, frutas y otros vegetales están disponibles pero el kilo más barato que encontré fue de pepino, a Bs. 500, mientras que el pimentón estaba en Bs. 2.000 el kilo. No contentos con esto, la panela de papelón que sirve para endulzar ya ronda los 3 mil bolívares, igual la miel y el sobre de estevia natural llega a Bs. 500. El kilo de queso duro los 3.000 y la mortadela de tapara 7 mil bolívares. En general, un kilo de pescado, pollo o carne (no regulado) supera los 5 mil bolívares, granos y lentejas se ubican por el mismo precio. El queso más barato cuesta unos 2.800 el kilo. Berenjenas, papas, cebolla no bajan de Bs. 1.000 el kilo. En total gastamos más de 100 mil bolívares, tan solo en alimentos para tres personas. Una cuarta parte de lo que adquiría hace un año con Bs. 10 mil. Además, con el estimado de que la provisión dure dos semanas.
A estas alturas del experimento algo me quedaba claro. Los precios de los alimentos, si bien no todos alcanzan estándares internacionales, han subido mucho más que los ingresos. Este es un punto de matices. Por ejemplo, en otros países, una pareja puede hacer compras de comida en un supermercado para una semana o dos (depende de los gustos) con el equivalente a un día de salario mínimo. Aproximadamente 70 dólares. En Venezuela, con un día de salario mínimo, que no pasa de dos dólares (depende de la tasa de cambio que se aplique, que al escribir esta nota está entre Bs.645 el Dicom y algo más de mil el paralelo) apenas puedes comprar el equivalente a un desayuno o un almuerzo para una persona. Y una compra tan solo de alimentos para una familia de tres personas no baja del equivalente de 200 dólares mensuales. Esto sin incluir los costos de servicios esenciales como educación, vestido transporte y atención médica. Mucho menos, costos de entretenimiento o de actividades de ocio.
Aunado a esto, es prácticamente imposible conseguir arroz, harina de maíz, pasta, aceite para cocinar, leche en polvo y azúcar a precios regulados. Lo que se paga por estos productos en el mercado paralelo supera con creces el precio oficial.
No usamos ya azúcar refinada en casa, lo cual irónicamente es un hábito positivo.
Decidí hacer un menú para estirar lo más posible lo comprado -espero que dure al menos dos semanas pero ya estoy viendo que no será así-, evito comer en la calle y en mi casa la orden es no desperdiciar absolutamente nada. Puedo, por lo que vi, considerarme una privilegiada.
Más allá
En los sectores populares la situación es realmente dramática. Niños que van a la escuela sin comer, otros que ya no van. Un reciente estudio de la Alcaldía del municipio Sucre mostró los niveles de hambre en las escuelas municipales. Testimonios de lo que ocurre en el estado Sucre -donde fue el Cumanazo- dan fe de cuadros severos de desnutrición en los niños pobres.
Frente a mi oficina las colas para comprar productos regulados en un supermercado pueden empezar a las 2 de la madrugada y son las tres de la tarde y aún hay personas, todas muy humildes, en espera de comprar algo. Muchas se van sin nada.
Esto agrega otro elemento a la situación venezolana, que se convierte ya en un problema sistémico.
¿Qué puede ocurrir con la salud de quienes pasan hasta ocho horas en una cola, con los que tienen angustia porque no encuentran los alimentos para sus niños?
La violencia física y emocional a la que se ven sometidos es algo que no solo les humilla, sino que obviamente en cualquier momento va incidir en su salud.
Volviendo al punto netamente de comida, recogí de muchas personas de clase media y popular que están comiendo menos de tres veces al día. Ocurre que el plato fuerte se lo dedican a una sola comida, como por ejemplo, el almuerzo.
“Estamos comiendo bajo en grasas (no se consigue aceite) al horno, sancochado o a la plancha. Raciones moderadas (por lo costoso hay que rendir lo que se consigue) menos harinas refinadas de maíz y de trigo y azúcar (pasta, pan, arroz blanco, harina de trigo,etc), màs fibras (yuca, ñame, vegetales, frutas), menos chucherías (muy caras y cada vez se convierten en más antojos y exquisiteces), las cenas son ligeras y con menos carbohidratos (reservados para el desayuno y el almuerzo, o uno o el otro). Hoy estoy llevando varios cinturones de mi hijo y míos al talabartero, para que les abran nuevos huequitos y no se nos caigan los pantalones”, me escriben por Facebook, y al leerlo, me sentí muy identificada
Hay otros a los que les da vergüenza hablar sobre el tema. Una persona me confía que siente que sus padres no quieren comprar algunos alimentos porque les da sentimiento de culpa ver que otros ya no pueden.
Si a todo lo anterior le sumamos que los venezolanos en general hemos tenido malos hábitos de alimentación y que incluso muchos con diagnósticos de obesidad en realidad están mal nutridos, podemos suponer que los efectos de esta crisis no solo se reflejarán en el aspecto físico. Obligar de manera forzosa a una población a variar sus hábitos de alimentación puede despertar más frustración.
Otro elemento clave es si aún con las dos comidas, los venezolanos realmente estamos consumiendo los nutrientes y micronutrientes requeridos. Esto es algo difícil de probar.
Según los estándares internacionales, una dieta debe proveer al menos 2.100 calorías, pero no se trata solo del valor energético, sino del valor nutricional de lo que se ingiere.
Es obvio que muchas sociedades en guerra o en situaciones límites se han visto obligadas a cambiar hábitos, pero se supone que Venezuela no está en esos extremos. Además, como es evidente, los productos sustitutos empiezan a encarecerse también. Ha pasado con la yuca, el papelón y los plátanos.
Por si fuera poco, no todos tienen espacio ni tiempo para sembrar. En un país como el nuestro, no tenemos capacidades ni habilidades para que en cada casa haya un huerto urbano o el tradicional conuco, algo típico de la Venezuela rural.
Puedo concluir para este experimento lo siguiente:
- Hay alimentos, especialmente proteína animal, pero los precios son impagables para muchos, o solo pueden comprar por raciones mínimas
- El cambio de hábitos de alimentación no puede ni debe hacerse de manera forzada.
- No hay hambruna en el país, siguiendo los parámetros de la FAO. Aunque debo decir que no soy experta, solo uso como referencia esas estipulaciones.
- Sin embargo, hay hambre en Venezuela. Y la escasez de alimentos o su imposibilidad de comprarlos por parte de la mayoría de la población puede ser un estadio previo a una hambruna, o a la generación de cuadros de malnutrición severos.
- El hambre, como bien lo indican muchos, es más allá de un estómago vacío. “Una mente con hambre no puede concentrarse, un cuerpo con hambre no toma la iniciativa, un niño hambriento pierde todo el deseo de jugar y estudiar”.
Una reflexión
La crisis de los alimentos tiene consecuencias permanentes. Un niño desnutrido no sale de ese cuadro sin un régimen de recuperación adecuado. La violencia física y psicológica que significa para una persona hacer horas de cola para adquirir lo esencial, y sin garantía siquiera de lograrlo, es brutal. El hambre nos está afectando a todos, incluso a los que pueden pagar los altos precios de los alimentos Lo vemos en cada esquina. Alrededor nuestro hay alguien que está pasando hambre, aunque muchas veces guarde silencio.
* Juego de palabras tomado del informe ¿Qué es el hambre?