Dos líderes mundiales han dado esta semana un penoso espectáculo. Pena da ver a Kim Jong-un diciendo que tiene un botón nuclear en su escritorio. Más pena aún da la respuesta de Donald Trump: mi botón es más grande y poderoso que el tuyo. Es como si fueran dos niñitos comparando sus penes.
Cuando uno observa al líder coreano pegando brinquitos de felicidad cada vez que dispara un misil (el último fue a dar cerca de Japón, provocando la natural alarma) es como ver a un niño grande entusiasmado tras hacer alguna travesura. Y cuando uno ve los tuits del señor de la Casablanca, o sus respuestas desequilibradas, lo menos que puede preguntarse es ¿en manos que quién estamos? ¿Tienen estas personas la edad mental que corresponde con sus edades cronológicas?
Basta con que uno de los países con armamento nuclear pulse uno de esos botones para que el planeta entero vuele en pedazos. ¿Lo saben los aludidos? ¿Lo entienden? ¿Lo asumen plenamente? ¿Están conscientes de su tremenda responsabilidad? Lo dudo. Esto me lleva a preguntarme: ¿cómo llegan al poder estas personas? ¿Tienen credenciales, tienen vocación, tienen conocimiento, discernimiento, tienen sentido común, en qué clase de valores fueron formados?
Justamente mientras escribía este artículo, se ha destapado en Estados Unidos una polémica sobre el caso de Trump a raíz de la publicación del libro “Fire and Fury” (“Furia y fuego”), cuyo autor, Michael Wolff, asegura que los funcionarios de la Casa Blanca cuestionan las dotes del mandatario para gobernar.

Según Wolff, “el cien por cien” de los asesores del presidente “le ven como un niño” y le llaman “idiota”, y su exestratega jefe, Steve Bannon, cree que el mandatario ha “perdido” la cabeza. “Este hombre no lee, no escucha. Es como un ‘pinball’, virando a todas partes”, dijo Wolff este viernes en una entrevista a la cadena NBC News.
Inmediatamente Trump mostró su indignación por los rumores que ha despertado la publicación del libro –ya convertido en best seller- y el pasado viernes se definió como “un genio muy estable. Realmente, a lo largo de mi vida, mis dos grandes activos han sido la estabilidad mental y ser, como, realmente listo”, aseguró Trump en la red social Twitter.
Preguntado después en una rueda de prensa en por qué sintió necesidad de comentar sobre su salud mental e inteligencia, Trump hilvanó una retahíla de elogios a sí mismo diciendo que fue a las mejores universidades, se convirtió en un empresario muy exitoso, fue una estrella de la televisión y ganó la Presidencia en el primer intento.
La cosa ha ido más lejos, pues hace un mes, un grupo de legisladores -la mayoría demócratas- convocaron a una profesora de psiquiatría en la Universidad de Yale, Bandy X. Lee, para que les hablara sobre lo que el comportamiento de Trump revela sobre su estado mental. “Va a perder el control, y estamos viendo las señales”, dijo Lee a los legisladores, según relató en una entrevista el pasado miércoles.
El libro de Wolff, un veterano periodista que entrevistó a 200 personas para escribir su reportaje, incluso al propio Trump aunque este lo niegue, pone por enésima vez en el tapete el tema de la necesidad de conocer el estado de salud mental de quienes aspiran a gobernar.
La posibilidad de aplicar un test o examen mental a los aspirantes a gobernar un país aplicaría solo en el caso de las democracias, no en el de las dictaduras como la del Corea del norte donde se llega al poder por herencia, como en una monarquía. En el caso de Estados Unidos, Trump ya es presidente electo y la posibilidad de destituirlo, aunque está prevista en las leyes, es muy remota.
No puedo dejar de pensar en Venezuela, donde por cierto he visto a irresponsables apoyar al líder coreano en sus amenazas que ponen en peligro no solo a sus vecinos sino a todo el planeta. Y pienso en el país porque este 2018 es año electoral y ya que vamos a elegir presidente, sería importante revisar cuáles los requisitos para serlo.
La Constitución establece algunos como ser venezolano, mayor de 30 años, no estar inhabilitado política ni administrativamente. Estos requisitos parecen justos pero a la vez son insuficientes. Lo ideal sería un test o evaluación integral de carácter médico que incluyera un apartado muy importante sobre la salud mental de los aspirantes a gobernantes. Si para sacar una licencia de porte de armas es preciso aprobar un examen psiquiátrico, ¿cuánto más necesario será cuando el presidente de un país tiene bajo su mando todas las armas de la nación en su condición de Comandante de las Fuerzas Armadas?
Fotomontaje: Gina Domingos.
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no tiene ninguna idea lo que dice este columnista…