OPINIÓN · 22 FEBRERO, 2022 05:34

El síndrome del perdedor (porfiado)

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Antonio José Monagas

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“Ser una rémora” adquiere sentido y expresión cuando algún obstáculo complica el desarrollo normal de un proceso en particular. Es más común en el ejercicio de la política, que en otro contexto.

Siempre el individuo en su afán de alcanzar un objetivo, choca con algún estorbo que dificulta el logro su propósito. De ahí el adagio que reza, “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Aunque en política el tropiezo es reiterado. Incluso, hasta la saciedad. Cada vez hay más motivos y se tienen más argumentos para repetir el tropezón.

En política es casi propio que su desenvolvimiento se tope con alguna dificultad advertida.

Alguna rémora atasca el curso del proceso político. En lo particular, cabe aludir la actitud retrógrada y testaruda de un régimen, cuya ideología contempla aquella táctica propia del juego manipulado.

Se trata del axioma lúdico según el cual, “el juego se desarrolla a instancia del poder que sus jugadores se arroguen en aras de lograr el triunfo necesario”. Y en política, esta estratagema adquiere el valor por quienes dominan la situación que consagra el manejo del poder. O sea, la manipulación de la fuerza.

Un ejemplo de lo antes expuesto es en la escena de un juego, cuya pelota es propiedad de alguno de los jugadores. Si la actitud del jugador se presta a maniobrar con malicia o egoísmo el desarrollo del juego, advertirá que, de comenzar a perder su equipo, retirará la pelota del campo. Sobre todo, si ha perdido el juego.

Y eso, no es otra forma de demostrar el sentido equivocado del equilibrio del jugador que ha perdido. O que esté perdiendo. No entiende que, en el juego, debe preceder y presidir el concepto de democracia. Y demás valores morales y políticos que le sean inmediatos. Es lo que debe signar toda confrontación que se precie de reglas equilibradas. Pero no es fácil.

Es lo que con frecuencia ocurre en ambientes cundidos de subdesarrollo o de incultura política. Particularmente, cuando se organiza un proceso electoral o donde se pone en relevancia la fuerza política dominante. Es ahí donde el problema se repite. Y adquiere razón el adagio de tropezar repetidamente “con la misma piedra”. Y todavía, no aprende.

Y como dice el popular refrán: “vuelve la burra al trigo”.

El actor político tropieza de nuevo con el mismo mogote. Todo sucede al no discernir o comprender la situación que debe atravesar. Por eso, conforme a la razón y en atención al riesgo en ciernes, vuelve a equivocarse. Eso hace ver, que no ha aprendido a superar las contingencias. Entonces el problema reincide. Y hasta con mayor ímpetu.

Sin duda alguna, no puede esconderse que la torpeza es testaruda. Es ahí cuando la situación en cuestión consume recursos. Exalta violencia. Agota disposiciones. Infunde confusiones. Es el escenario perfecto para incitar más problemas.

Es característica propia de regímenes testarudos para los cuales es prioritario reivindicar la obtusa visión a la que, por conveniencia, se apega sin medir consecuencia alguna. Sus intereses están por encima de las necesidades que verdaderamente hacen cimbrar las realidades.

Es el ejercicio de la política troglodita, una expresión desfasada de las exigencias que clama el siglo XXI. Es esa política, que aplica o sobreviene cada vez que se viven coyunturas infames. O que comete graves yerros. Pero concebidos, presumidamente como pautas para decidir medidas absurdas y torcidas.

La testarudez del actor político (tozudo) en juego, se arroga la creencia de que está anotándose el triunfo de la ocasión. Crasa ignorancia. Es la manifestación de todo un tinglado de ridículas presunciones. Y que, en política, se conoce como aquella incoherencia de la cual se vale un perdedor para revertir (a la fuerza, con violencia o valiéndose del poder corrupto) la derrota vivida. Es el síndrome del perdedor “porfiado”. (Cualquier parecido con la realidad política venezolana, es mera ¿casualidad?).

***

Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.

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Alguna rémora atasca el curso del proceso político. En lo particular, cabe aludir la actitud retrógrada y testaruda de un régimen, cuya ideología contempla aquella táctica propia del juego manipulado.

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Un ejemplo de lo antes expuesto es en la escena de un juego, cuya pelota es propiedad de alguno de los jugadores. Si la actitud del jugador se presta a maniobrar con malicia o egoísmo el desarrollo del juego, advertirá que, de comenzar a perder su equipo, retirará la pelota del campo. Sobre todo, si ha perdido el juego.

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Y como dice el popular refrán: “vuelve la burra al trigo”.

El actor político tropieza de nuevo con el mismo mogote. Todo sucede al no discernir o comprender la situación que debe atravesar. Por eso, conforme a la razón y en atención al riesgo en ciernes, vuelve a equivocarse. Eso hace ver, que no ha aprendido a superar las contingencias. Entonces el problema reincide. Y hasta con mayor ímpetu.

Sin duda alguna, no puede esconderse que la torpeza es testaruda. Es ahí cuando la situación en cuestión consume recursos. Exalta violencia. Agota disposiciones. Infunde confusiones. Es el escenario perfecto para incitar más problemas.

Es característica propia de regímenes testarudos para los cuales es prioritario reivindicar la obtusa visión a la que, por conveniencia, se apega sin medir consecuencia alguna. Sus intereses están por encima de las necesidades que verdaderamente hacen cimbrar las realidades.

Es el ejercicio de la política troglodita, una expresión desfasada de las exigencias que clama el siglo XXI. Es esa política, que aplica o sobreviene cada vez que se viven coyunturas infames. O que comete graves yerros. Pero concebidos, presumidamente como pautas para decidir medidas absurdas y torcidas.

La testarudez del actor político (tozudo) en juego, se arroga la creencia de que está anotándose el triunfo de la ocasión. Crasa ignorancia. Es la manifestación de todo un tinglado de ridículas presunciones. Y que, en política, se conoce como aquella incoherencia de la cual se vale un perdedor para revertir (a la fuerza, con violencia o valiéndose del poder corrupto) la derrota vivida. Es el síndrome del perdedor “porfiado”. (Cualquier parecido con la realidad política venezolana, es mera ¿casualidad?).

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