Los acontecimientos se han venido precipitando en Venezuela durante las últimas semanas y todavía no se ve la claridad de lo que pudiera ocurrir que ayude a despejar las incógnitas de la difícil situación que padece la población a diario. Sin embargo, cuando se escudriña hasta el fondo sobre el asunto, las luces comienzan a aparecer. Y es allí donde evidenciamos que, prácticamente, todos los caminos conducen a Nicolás Maduro.
Nicolás Maduro tuvo todas las oportunidades de mantener el poder al menos durante dos periodos presidenciales, pero dos factores le condicionaron su asunción al poder máximo del país. Por una parte, el híper liderazgo de su antecesor Hugo Chávez soportado en carisma personal y un esquema de políticas públicas con enfoque social profundizado y por la otra, el desgaste natural de más de trece años en el poder de la llamada revolución bolivariana y el desbarajuste de las finanzas públicas que estallaron a la primera bajada crítica de los precios petroleros.
Con relación al primer factor, Maduro debió evolucionar hacia un liderazgo más “colectivizado” donde hubiese consolidado la figura del partido Psuv y la filosofía política sobre la cual pudiera sembrar apoyos partidarios más sólidos que los generados a partir del clientelismo.
Esta recomendación, por cierto, se la hizo llegar Lula Da Silva, ex presidente de Brasil, en unas declaraciones públicas dadas como sugerencia para poder afianzar la revolución bolivariana luego de la muerte de su fundador en 2013. Sencillamente, no lo hizo. Todo lo contrario, minimizó o devaluó cualquier vestigio interno de disidencia en el denominado gran polo patriótico y se convirtió en el único referente del liderazgo chavista sin cortapisas.
Con ello, se volvió el único centro de atención y de críticas de la opinión pública venezolana y continental sobre los problemas del país que seguían agudizándose. Es decir, toda la concentración del deterioro se dirigió hacia él haciéndolo perder mes a mes buena parte del capital político acumulado por la marca política “revolución bolivariana”. El segundo factor asociado al desgaste natural de más de trece años en el poder menos aún supo surfearlo.
Maduro no comprendió la necesidad de revitalizar para oxigenar el sistema político surgido a partir de 1999. Se dedicó a rotar rostros en su gabinete sin incorporar nuevos. Fundamentalmente reseteaba o reciclaba figuras asociadas a grupos de poder internos que mantenían el control. Pero lo más grave, fue su apego acrítico a las fórmulas económicas de su antecesor sin que intentara cambiarlas o modificarlas de acuerdo a los nuevos requerimientos de la economía del país y del contexto internacional.
Optó por cerrarse para privilegiar los grandes negociados con las importaciones públicas y captar el diferencial entre precios regulados y de mercado negro que en lenguaje común significaba “el bachaqueo”. Es decir, “riqueza para pocos y pobreza para muchos”. Y así ha venido arrastrando a Venezuela a un deterioro sin parangón en nuestra historia. Las consecuencias de su conducta política lo llevan a un solo destino: su sacrificio.
Maduro perdió el margen de maniobra financiero (aún con los apoyos geopolíticos y diplomáticos que recibe de Rusia, China, Irán, Cuba, entre otros) no está en capacidad de garantizar la sostenibilidad del erario público y el funcionamiento normal del Estado. No puede mantener una infraestructura de servicios mínima para que los venezolanos puedan tener las condiciones adecuadas de vida.
La desinstitucionalización del Estado venezolano es trepidante y con ello, la agudización del progresivo deterioro de las garantías de convivencia ciudadana. A la par, ha desatado la mayor coalición internacional de países en búsqueda de una orquestación que permita una solución clara al conflicto político interno del país.
Está asediado por todos los frentes tanto internos como externos y en paralelo, el descontento generalizado de la población avanza a un ritmo extremo. La migración impacta todas las rutas de América Latina y Europa coadyuvando a cercar su imagen y su margen de acción pública. Todos estos elementos ahora han permeado el mundo militar y político que hasta hace poco, controlaba casi totalmente.
En este escenario, ya se vislumbra una rearticulación de los factores de poder internos del país que están pidiendo a gritos el sacrificio de Maduro para que surja un gran acuerdo nacional con presencia de todas las fuerzas políticas, económicas y ciudadanas que impulsen el inicio de la reconstrucción nacional a partir de unas elecciones que se realicen con nuevos actores institucionales y con el monitoreo cercano de toda la comunidad internacional.
* * *
Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores
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Nicolás Maduro tuvo todas las oportunidades de mantener el poder al menos durante dos periodos presidenciales, pero dos factores le condicionaron su asunción al poder máximo del país. Por una parte, el híper liderazgo de su antecesor Hugo Chávez soportado en carisma personal y un esquema de políticas públicas con enfoque social profundizado y por la otra, el desgaste natural de más de trece años en el poder de la llamada revolución bolivariana y el desbarajuste de las finanzas públicas que estallaron a la primera bajada crítica de los precios petroleros.
Con relación al primer factor, Maduro debió evolucionar hacia un liderazgo más “colectivizado” donde hubiese consolidado la figura del partido Psuv y la filosofía política sobre la cual pudiera sembrar apoyos partidarios más sólidos que los generados a partir del clientelismo.
Esta recomendación, por cierto, se la hizo llegar Lula Da Silva, ex presidente de Brasil, en unas declaraciones públicas dadas como sugerencia para poder afianzar la revolución bolivariana luego de la muerte de su fundador en 2013. Sencillamente, no lo hizo. Todo lo contrario, minimizó o devaluó cualquier vestigio interno de disidencia en el denominado gran polo patriótico y se convirtió en el único referente del liderazgo chavista sin cortapisas.
Con ello, se volvió el único centro de atención y de críticas de la opinión pública venezolana y continental sobre los problemas del país que seguían agudizándose. Es decir, toda la concentración del deterioro se dirigió hacia él haciéndolo perder mes a mes buena parte del capital político acumulado por la marca política “revolución bolivariana”. El segundo factor asociado al desgaste natural de más de trece años en el poder menos aún supo surfearlo.
Maduro no comprendió la necesidad de revitalizar para oxigenar el sistema político surgido a partir de 1999. Se dedicó a rotar rostros en su gabinete sin incorporar nuevos. Fundamentalmente reseteaba o reciclaba figuras asociadas a grupos de poder internos que mantenían el control. Pero lo más grave, fue su apego acrítico a las fórmulas económicas de su antecesor sin que intentara cambiarlas o modificarlas de acuerdo a los nuevos requerimientos de la economía del país y del contexto internacional.
Optó por cerrarse para privilegiar los grandes negociados con las importaciones públicas y captar el diferencial entre precios regulados y de mercado negro que en lenguaje común significaba “el bachaqueo”. Es decir, “riqueza para pocos y pobreza para muchos”. Y así ha venido arrastrando a Venezuela a un deterioro sin parangón en nuestra historia. Las consecuencias de su conducta política lo llevan a un solo destino: su sacrificio.
Maduro perdió el margen de maniobra financiero (aún con los apoyos geopolíticos y diplomáticos que recibe de Rusia, China, Irán, Cuba, entre otros) no está en capacidad de garantizar la sostenibilidad del erario público y el funcionamiento normal del Estado. No puede mantener una infraestructura de servicios mínima para que los venezolanos puedan tener las condiciones adecuadas de vida.
La desinstitucionalización del Estado venezolano es trepidante y con ello, la agudización del progresivo deterioro de las garantías de convivencia ciudadana. A la par, ha desatado la mayor coalición internacional de países en búsqueda de una orquestación que permita una solución clara al conflicto político interno del país.
Está asediado por todos los frentes tanto internos como externos y en paralelo, el descontento generalizado de la población avanza a un ritmo extremo. La migración impacta todas las rutas de América Latina y Europa coadyuvando a cercar su imagen y su margen de acción pública. Todos estos elementos ahora han permeado el mundo militar y político que hasta hace poco, controlaba casi totalmente.
En este escenario, ya se vislumbra una rearticulación de los factores de poder internos del país que están pidiendo a gritos el sacrificio de Maduro para que surja un gran acuerdo nacional con presencia de todas las fuerzas políticas, económicas y ciudadanas que impulsen el inicio de la reconstrucción nacional a partir de unas elecciones que se realicen con nuevos actores institucionales y con el monitoreo cercano de toda la comunidad internacional.
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