El Fiscal General anunció que están procesando 74 casos de acoso escolar, a nivel nacional, que han tenido como consecuencia adolescentes lesionados. Este debe ser una muestra del fenómeno; seguramente son muchos más los casos existentes.
El acoso escolar no es nuevo, lo vivimos y sufrimos desde hace muchos años, así lo comentan nuestras familias, amigos y educadores, solo que en esos tiempos no lo reconocíamos como un problema, a pesar de los efectos emocionales que generaba y el que convirtió a muchos adultos en seres temerosos, inseguros, intolerantes, defensivos, con dificultades para relacionarse.
El que sea una realidad de vieja data no le quita importancia, al contrario, requiere que revisemos esa forma tradicional de divertirnos a costa de los demás y no con los demás. También solemos decir, para justificar el acoso, que es la forma coloquial de echar broma, tal y como pasa con el famoso y muy difundido `chalequeo´.
El hecho es que desde la educación inicial debemos estar atentos, identificando si los niños y niñas utilizan en los juegos las agresiones para divertirse y generar malestar y dolor a otros.
El acoso implica una relación de poder. Se utiliza para obtener popularidad y control ante el grupo de compañeros mostrando quién es el más fuerte, el más popular.
Las víctimas se convierten en el blanco de burlas, segregación y exclusión por su condición. Cualquier pretexto es suficiente para agredir: ser lento para comprender algo, o por el contrario, ser el mejor estudiante del salón, tener dificultades para relacionarse grupalmente, por solo citar algunos ejemplos.
El acoso escolar habla de la muy poca tolerancia a la diversidad y de la agresión como una forma de vincularnos. El silencio y la soledad suelen ser los acompañantes de quienes les toca sufrir durante semanas, meses o años las agresiones crueles y crecientes.
Podemos caer en la trampa de pensar que al bautizar este fenómeno como bullying o acoso escolar lo ponemos en una categoría que escapa de la violencia familiar, escolar, social y hasta podemos justificarlo como una forma común de relación, menos grave o desconectada de otras formas de violencia. Por eso es común escuchar: “en mi escuela, violencia como tal no hay, lo que sí se da es acoso escolar”. Y no nos damos cuenta que violencia es violencia en cualquiera de sus formas y manifestaciones.
El acoso escolar se hace presente y cada vez más la gente identifica los efectos negativos del mismo. Sin embargo contrasta la velocidad con la que se expande respecto a la parálisis del binomio familias-educación para hacerle frente. Más allá de la inculpación mutua, ni siquiera logramos ponernos de acuerdo en qué debemos hacer cada uno y, sobre todo, conjuntamente (familias-educadores-autoridades educativas) para abordarlo.
No podemos esperar a que una tragedia toque las puertas de nuestra comunidad educativa para actuar. El sufrimiento silencioso y cotidiano de estudiantes es una tragedia.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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