Este año tan acontecido no hubo marchas multitudinarias de los grupos GLBTIQA o del orgullo gay, como ya es usual en las ciudades que se consideren de avanzada. Propio de estos tiempos, los eventos fueron virtuales o simbólicos, como colocar banderas de arcoíris en balcones.  Aquí estamos y aquí seguimos, dejaban saber.  Una revolución a recordar y, como todas, repensar.

De las siglas de los siglos, amén

Las siglas GLBTIQA dicen que en gustos y placeres hay de todo bajo la viña del señor. Veamos. Gays, hombres que les gustan los hombres; lesbianas, mujeres que les gustan las mujeres; bisexuales, hombres y mujeres atraídos por mujeres y hombres. Incluye tres T: travestis, quienes les gusta vestir atuendos del sexo contrario; transgénero, que se asumen del otro sexo y se comportan como tales y transexuales quienes con tratamiento y cirugía cambian el sexo con el que nacieron.

La lista incluye a los intersexuales, con caracteres biológicos de ambos sexos; los queers, hombres que expresan el sexo contrario con un estilo extravagante. Recién se incluyó la categoría A, de asexuados. No queda claro esto último porque si no les interesa el sexo, no les interesa y punto. A no ser que se sientan presionados socialmente a que les interese y exijan su derecho a no tirar.

Pero no es un asunto solo de siglas o cifras. Es que los paradigmas sociales han cambiado y siguen. Ya no solo el dato estadístico define la normalidad. La nueva normalidad tiene que ver con el funcionamiento social, con el reconocimiento de los otros, con derechos, con leyes. La inclusión, en igualdad de condiciones de los grupos o colectivos que han sido históricamente excluidos como las mujeres, negros, discapacitados y de quienes integran la diversidad sexual.

Las luchas de estos grupos llevan siglos, pero han tomado fuerza en los últimos cincuenta años y aún falta mucho para todos. Los gays agarraron fuerza cuando en una madrugada de junio del 69, la policía allanó el Stonewall, un bar frecuentado por hombres homosexuales, y quienes, muy valientemente, se resistieron. Ese fue el detonante de luchas, protestas y derechos que ha tenido ese sector social.

Ciudadanos bajo toda sospecha

En el 69, como todos los años y siglos que le antecedieron, no solo la policía sino la comunidad, la familia, los amigos y amigas, casi siempre, sabían quiénes deseaban sexo con gente de su mismo sexo. Inclusive, cada quien tenía o andaba con su lista de sospechosos.

El dedo acusador de la sociedad conservadora hacia las personas que tienen intereses o comportamientos sexuales distintos a los de la mayoría, no ha bajado del todo. A pesar de los avances sociales en algunos sitios. A pesar de estar en el 2020, no es lo mismo ser homosexual en África que en Europa, en los Estados Unidos que en El Salvador.

Hay sitios donde el orgullo homosexual puede expresarse sin problema, en otros, puede traer violencia verbal, física, hasta la muerte con amparo –¿complicidad?– institucional/social. Todo depende del país, el lugar del país, de la organización y fuerza del movimiento GLBTIQ local. De la persona, de la familia de la que se es miembro.

Por la acusación, insultos, amenazas, exclusiones, vergüenza inculcada y otros sentimientos y experiencias negativas, muchas personas con interés sexual hacia a otras de su mismo sexo, han tenido que protegerse. Se han ocultado en el closet o armario, disfrazado de lo que no son. Inclusive en el 2020. La cosa no es fácil. El rechazo da miedo por más valiente que alguien sea.

Las personas con intereses sexuales diferentes a los de la mayoría han sido invisibles por siglos. El grito y presencia de millones las ha hecho visibles. Esa fue su primera reivindicación: existimos, somos. Aquí estamos. Véame y respétenme, han dicho.

Los prejuicios

El coronavirus impidió que en el 2020 muchos de los colectivos del mundo GLBTIQ salieran a festejar sus logros, reafirmar su colorida presencia. Sin embargo, en esa semana se dieron detalles reales y virtuales.

En Madrid, algunos marcharon. No solo era retar al virus sino a la sociedad. En un país entre los primeros en aprobar el matrimonio y la adopción por parejas homosexuales, con una cultura gayfriendly muy extendida, donde el tema se trata en los medios y escuelas sin cortapisas, los marchantes llevaban pancartas diciendo “Existimos” (sic).  Y, a pesar de que la policía les acompañaba –por protección, seguridad–, exigían: “libertad”. Confundía por su juventud y los decires a destiempo.

Las redes transnacionales se encendieron entre quienes celebraban y quienes exigían pero no en el tono de la marcha de Madrid, la reafirmación. En las redes se protestaba por lo que consideraban el exceso de proselitismo, la mucha visibilidad del tema homosexual.

La campaña publicitaria de una famosa firma de ropa interior avivó el fuego. La modelo, se dice que es travesti o transgénero o transexual pero lo único que consta es que es negra y gorda, generó protestas. ¿La razón manifiesta? Encontraban impuesta la imagen, molesta a sus vistas. Ignoraban de que se trata de un manifiesto del movimiento “body positive” o de reafirmación del cuerpo, cualquiera sea su forma y color.

Protestas semejantes se leyeron en las redes por la inclusión y supuesta super exposición en televisión y videojuegos de personajes de la comunidad GLBTIQA. Lo cual, según algunos, si se le hace mucha propaganda puede ser que gane adeptos. En otros mensajes subyacía un arcaico concepto como aquel de que la homosexualidad es como una enfermedad que se contagia como el coronavirus y de la cual tenemos que protegernos con mascarilla y todo.  

Cosas veredes, Sancho. 

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