Guerra en Ucrania limitará apoyos internacionales a la oposición venezolana, estiman analistas

El guionista estadounidense, William Goldman, tenía una frase muy reconocida que daba cuenta sobre las probabilidades de que ocurrieran ciertos eventos respecto a la publicación de una película y todo lo relacionado a la industria del cine. Él simplemente dijo: nadie sabe nada. Es decir, antes que enjuiciar una idea o un guión, él prefería probarla.

A decir verdad, esta afirmación patenta la mejor explicación acerca de lo que ha sucedido a lo largo de la historia, especialmente en temas relacionados a la política. Por ejemplo, ¿quién podía vaticinar tres días antes la caída del régimen autoritario rumano de Nicolae Ceausescu, que había gobernado por 24 años con mano despiadada? ¿Quién pudo pronosticar algunos días antes la caída del Muro de Berlín? ¿Quién se atrevía a predecir una semana antes la caída del régimen comunista polaco? Definitivamente, fueron hechos históricos que nadie adivinó.

Muchos analistas se desmenuzan intentando darle un sentido a lo venidero, sin embargo, está demostrado que en muchas ocasiones no ocurre nada parecido. Ciertamente, los pronósticos se exceden o se minusvaloran ante la realidad decidida y terca. En otras palabras, nada supera a la realidad y, generalmente, cualquier percepción se queda larga o corta.

En el caso Venezuela ocurre lo mismo. Francamente, nadie sabe nada. Por supuesto, podemos hacer algunas conjeturas con los elementos que tenemos a la vista, pero la mitad del juego político se desarrolla puertas adentro. En consecuencia, solo nos queda presumir varios hechos considerando la historia nacional e internacional, lo cual solo permite aproximaciones medianas a los eventos que han de venir.

¿La ruptura o la transición?

En este sentido, al momento de hacer cualquier juicio sobre el futuro nacional, bastaría posicionarnos en dos miradas concretas: la estrategia por la ruptura y la estrategia por la transición. Lamentablemente, no pueden ser ambas y ese es el principal problema para agrupar fuerzas y aclarar en cierta forma los acontecimientos hacia adelante. ¿Cuál opción serviría para cumplir con el objetivo del cambio de gobierno? Como dijo Goldman: nadie sabe nada.

No obstante, si hilamos fino y nos concentramos en hacer figuraciones sobre la opción donde tendríamos mayor grado de dominio, rotundamente me inclinaría por la estrategia de la transición. Y esto es porque dependería de nuestra capacidad de organización, táctica electoral, acciones de presión cívica y negociación. 

Por el contrario, la estrategia rupturista está sujeta a convencer a la coalición militar, intentar otros desembarcos por Machurucuto o Macuto, esperar a los marines, o internarnos en las montañas de Humocaro, Churuguara o Boconoíto y, aún cuando tenga éxito en el logro del cambio de gobierno, probablemente vendrán años de ingobernabilidad, puesto que, lo que empieza con violencia, naturalmente no termina con ramas de olivo.

Insisto, existen diferentes caminos para llegar a Roma, pero la pregunta esencial es cómo quieres llegar hasta allá: ¿Arañado? ¿Con lentes y un whisky? ¿Maltrecho? ¿Con ánimo de pasear? ¿Caminar sobre las ruinas? ¿Solo o acompañado? ¿Con factibilidad de construir?

En fin, podríamos extendernos con más hipótesis y sustituir o sumar variables. Sin embargo, en cualquier caso, la bola de cristal no está disponible para nadie y no habrá nada que se le compare a la realidad. Por lo pronto, al menos acordemos que nadie sabe nada, pero es fundamental decidir cómo queremos cumplir el objetivo que nos une para marcar la ruta.

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