En enero de 2020 nos enteramos de los primeros casos de una rara pulmonía originada por un coronavirus que llamaron SARS-CoV-2. Sucedía en la provincia de Wuhan, China. Un sitio lejano para casi todo el mundo, así que tranquilos. Pero, a finales de febrero, al hospital de un pequeño pueblo de Italia, ingresó un hombre con una pulmonía semejante a la de los casos chinos. Días después, otros y otros en ese mismo pueblo. También en otras ciudades y otros países de Europa y América. Aumentaron los casos en China. Muchos de los afectados, morían. Se prendieron las alarmas naranjas en el mundo.
En marzo del 2020, las alarmas pasaron a rojas cuando la Organización Mundial de Salud anunció la existencia de una pandemia, el SARS-CoV-2, el virus que estaba causando la pulmonía característica del COVID-19, se estaba extendiendo por todo el mundo con el tránsito de personas. Hay que encerrar a la gente, se dijo y, al hacerlo, cambió la vida en todo el mundo. Poco para bien, mucho para mal.
El aislamiento
El encierro obligado, ya sea por enfermedad, para prevenir un mal o por delito, es un martirio. Es la pérdida de algo tan fundamental como la libertad de movimiento. Peor es cuando ese aislamiento es impreciso en el tiempo. Cuando se decretó el primer confinamiento, hace un año, nadie sabía por cuánto tiempo estaríamos aislados de los vecinos, los compañeros de estudio, los del trabajo, las amistades, la demás familia.
La incertidumbre comenzó a regir las vidas y a extenderse por todas las áreas. Si algo genera angustia es el no saber. Aún no sabemos cuándo terminará lo que empezó en marzo anterior.
A pesar del desplazamiento limitado de la gente, el uso extendido de la mascarilla, una cierta distancia física de otras personas en los espacios públicos, varias medidas de higiene como el lavado de mano y más limpieza de los espacios y objetos de uso compartido, algunos países pasaron de un centenar de casos de Covid-19, en marzo anterior, a varios millones en el marzo actual.
A un año de la declaración de la pandemia, marzo de 2021, en el mundo, cerca de 115 millones de personas se han contagiado de SARS-CoV-2 y 2 millones y medio han muerto por esa causa. Cierto que el mundo no se acabará por esta pandemia, pero la vida se ha hecho, será más complicada en todos los aspectos.
La pandemia socioeconómica
Al quedarnos en casa se alteró la vida cotidiana, el mundo casi se paralizó. Los servicios, la producción económica se alteraron drásticamente. En los hogares hubo que adaptar las rutinas a las nuevas condiciones de vida.
En cuestión de meses, sin previo aviso y sin protesta, se impuso la educación a distancia aún para quienes no tienen acceso a internet o recursos para conectarse. Los maestros tuvieron que improvisar con la educación a distancia, los alumnos aumentaron sus dificultades del aprendizaje. Las consecuencias de esta crisis se ven desde ya pero más serán a futuro. Las distancias sociales por formación educativa se harán más amplias, las sociedades más desiguales.
El teletrabajo llegó para quedarse y con él nuevas formas de explotación laboral. La falta de espacio y de privacidad se han evidenciado más que nunca. Millones de personas, en todo el mundo, han perdido sus fuentes de ingresos económicos. Muchas más, cuyos ingresos dependen del día a día, lo han vivido cada día peor. En los países donde no hay pago por cesantía, la crisis económica en el hogar se sintió más temprano, ha sido más dura.
Un año después del marzo anterior, los pobres del mundo son más pobres. Hay más gente pasando hambre, sin trabajo. Millones que antes no eran pobres ahora lo son y faltan más. Los informes del Banco Mundial y organismos especializados son demoledores. La crisis económica de las personas, las familias, las empresas, los países es tan fuerte como a raíz de la segunda guerra mundial que duró varios años. Y, por lo pronto, seguirá empeorando.
La pandemia en la salud mental
La crisis sanitaria por la que ha pasado el mundo durante este primer año de la pandemia y sus consecuencias en lo social y económico ha sido devastadora para la llamada salud mental. Particularmente para quienes tienen antecedentes de problemas psicológicos o se han visto afectados directamente por el Covid-19.
Haberse infectado del coronavirus de marras o haber sufrido Covid-19, haber tenido enfermos en la familia o en las amistades y peor, quienes han perdido a seres queridos por esta causa o por otra cualquiera y no han podido estar cerca de los moribundos o presente en los rituales funerarios por causa de la pandemia, deja secuelas psicológicas que se manifiestan, fundamentalmente, en miedo y rabia. También culpa. Sentimientos muy desestabilizadores.
Los reportes de la Organización Mundial de la Salud, otros organismos especializados y profesionales de la salud mental coinciden en que ha habido un considerable aumento del estrés en todo el mundo. Las personas se quejan de sentir más angustia, tristeza, rabia, miedo.
Los cambios de rutinas y hábitos, el aislamiento social, la frustración por planes no realizados, las pérdidas de cualquier tipo, aunado al temor extendido por lo que ha pasado, está pasando y podrá pasar por la pandemia ha llevado a que mucha gente se vea afectada por trastornos en el sueño, en sus hábitos alimenticios, haya disminuido el ejercicio físico y el apetito sexual se haya alterado, entre otras consecuencias. Por supuesto, en tiempos de pandemia, la somatización, la hipocondría (el miedo a enfermarse o sentirse enfermo sin estarlo) está en el orden de este año.
De marzo a marzo, no todo ha sido negativo
Pasado el primer año de la pandemia, algunos pocos celebran que han crecido como empresa, institución o persona. Así ha sido. Algunos ricos son más ricos gracias al coronavirus, algunas empresas que ya eran fuertes, se han fortalecido. Otras han descubierto la oportunidad de negocios, así también algunas personas emprendedoras. Eso pensando en lo económico.
En lo individual la pandemia nos ha enseñado a ser más responsables, cuidadosos, pacientes, flexibles, a responder positivamente ante situaciones imprevistas. Hemos tenido que aprender nuevas habilidades, aumentar nuestra capacidad de adaptación. En lo social a ser más solidarios.
El logro no de una sino de varias vacunas en un tiempo récord en la historia de la ciencia farmacéutica nos dice que cuando hay voluntad política, los recursos económicos aparecen y se puede lograr hasta lo que se creía imposible. A un año del comienzo de la pandemia, el mundo celebra el inicio de la vacunación colectiva. Sobre todo, en los países ricos. Los pobres, como siempre, tendrán que esperar. Sin embargo, hay esperanza de un fin.
En marzo de 2021, a un año del comienzo del desastre, hay un moderado optimismo por ver luz al final del túnel. Esto, cuando el SARS-CoV-2 sigue produciendo contagios en todo el mundo, a otros ritmos, pero sigue. Ahora en compañía de algunos virus similares a él pero que parecieran más peligrosos. Por ello, a pesar de la vacuna, se impone la prudencia, no exceder la confianza. El bicho sigue y seguirá por allí no sabemos hasta cuándo.