El aforismo popular dice: de músico, poeta y loco, todos tenemos un poco. Sin embargo, es propio reconocer que dicho adagio no cae en contemplaciones alejadas de la verdad. Poco se actúa apegado a la racionalidad que el pensamiento ordena. En el ejercicio de la política se han registrado casos como si se trátase de “la razón de la sin razón”.
Generalmente se viven esos episodios cuando el ejercicio de la política se exaspera, exacerba o enardece, no sólo por causa de argumentos pueriles o sectarios, sino por la “locura” de políticos que, al confundir “deber con hacer”, terminan solapando decisiones necesarias y justas con incompatibilidades. Así llevan a provocar desajustes serios sobre las realidades más urgidas de sensatos y ecuánimes cometidos.
Cuando el gobernante es incapaz, la improvisación cae en manos de politiqueros de oficio. Ahí es cuando la coyuntura favorece prácticas de gobierno que destruyen un país, con la incoherencia de decisiones o la lentitud incontrolada ante la agudización de problemas.
De acuerdo con el economista y político chileno, Carlos Matus Romo, “la capacidad del gobernante se verifica por los resultados de su gestión (…)” Y ello se logra revisando tres variables, que según el autor son: capacidad de gobierno, proyecto de gobierno y gobernabilidad del sistema.
En Latinoamérica, el caso del presidente ecuatoriano, Abdalá Bucaram, destituido por “insania mental”, lo ejemplifica. El problema es que no siempre se examinan esos casos con el juicio que su peligrosidad hace ver. Muchos celebran la presencia de gobernantes “alocados”, “imprudentes” o “precipitados”, o porque sus consideraciones, opiniones o comentarios, se les toma en juego. Otros, tienden a ver la locura como un “valor político” cuya praxis no se resiste a esperar la incidencia de reclamaciones, aplazamientos o quiebres en la gestión de gobierno. A juicio de gobernantes “alucinados” estos incidentes podrían entenderse como supuestas trabas al servicio público. Y que, ciertamente, esta situación guardaría una relación directa con la dificultad del proyecto de gobierno emprendido.
Las deficiencias de un gobernante afectado por las debilidades de sus “locuras”, tienden a justificar las “ligerezas”, “arrebatos”, “necedades”, “antojos” o “extravagancias” cometidas.
La política, naturalmente, necesita de gente cuerda, reflexiva y equilibrada. Capaz de analizar una situación ahogada en peligros y saturada de conflictos. Pero la praxis política no sabe advertir la precariedad mental como problema de gobierno. El mundo ha conocido jefes de gobierno y presidentes de naciones, que, mientras con un brazo presumen construir, con el otro derriban hasta no quedar nada. No son nada consecuentes con el compromiso asumido. Su palabra, se vuelve “brizna de paja lanzada al viento”.
Nada evita que cualquier “loco de carretera” asuma un escaño, o la presidencia de un país. O para decirlo como es voceado en la calle: “hay el loco que da miedo”. Aquel que insiste en obviar la normativa pública, pero que luego dice “Todo con la Constitución. Detrás de ella, nada”. O aquel que se expresa sin medir la procacidad de su verbo. Demasiada locura junta en un mismo ámbito de gobierno. ¿Fue que cambiaron las normas de urbanidad? De ser así, cabe preguntarse si ¿acaso la “locura” vale como razón para gobernar?
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