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Antonio José Monagas
El popular adagio “cada cabeza es un mundo” es casi una exhortación al pensamiento y actitud de cada quien. Pero también es una apología a la individualidad. Hace ver que cada persona maneja su mundo de ideas y valores como un sistema tan completo compacto, que lo hace presumir bastarse a sí mismo. Aunque reza otro proverbio que “nadie escarmienta con cabeza ajena”.
Sin embargo tan arrogante postura, acarrea no sólo imaginarios propios. También, aflicciones que se corresponden con el pasado de cada individuo. El hecho de vivir en un mundo presumido por cada quien, arroja contrariedades que necesitan descargarse. O bien para aliviar el peso de pensamientos difíciles de conllevar. O para salir impulsivamente a conocer y recorrer otros mundos.
Este prefacio de que “cada cabeza es un mundo”, vale en el contexto que esta disertación busca explayar. Todo, en el terreno de entre tantas historias de vida que pudieran atestiguar los periplos que hacen de toda persona, protagonista de sus ideas. Sobre todo, cuando se reconoce que los mundos de los individuos se parecen mucho entre sí. Hay un denominador común entre ellos. Y es porque sus mundos son movidos por las mismas fuerzas gravitatorias pues las personas comparten episodios bajo el mismo cielo.
De manera que no hay nadie que escape de tales casualidades o causalidades. Sean impulsadas por motivos psicológicos, espirituales o físicos. Y estas eventualidades suelen comunicarse mientras se padecen los rigores de las traumáticas colas por gasolina a los que se somete todo venezolano (de a pie) a la hora de proveer a su vehículo de combustible.
Las crónicas que pudieran transcribirse de los relatos de cada conductor venezolano mientras hace cola por gasolina engrosarían cientos de volúmenes cuyas páginas revelarían la crisis acumulada. Y por crisis de nuevo cuño. Todas asfixian a la población. Dichas crónicas revelarían problemas en pleno apogeo. Problemas de tipo existencial, cultural, social, pasional, económico, financiero, técnico, coyuntural y familiar. Y, por supuesto, de razón política e ideológica. Afectas o contrarias al régimen.
Crónicas todas expuestas a modo de confidencias. Aunque eximidas del riguroso protocolo confesional-religioso. Pero sí, muchas, dramatizadas, agrandadas o aminoradas. Muchas veces, apoyadas en la adulancia con el propósito de llamar la atención del vecino de la agotadora cola por gasolina. Otras crónicas, dispensadas en la solidaridad buscando la complicidad del vecino. Así le infundiría el aguante necesario al duro tiempo de espera. Otras, solicitando la resistencia necesaria para disfrazar el pesado tiempo de un matiz que alivie la angustia.
Debajo de cada crónica habrá indicadores de la peor crisis que acosa al venezolano: la crisis de conciencia. Crisis ésta que arrastra una crisis de valores. A esta se le suma una crisis de cultura (política) y otra crisis de identidad y pertenencia. Y es porque se vive atrapado en un estado de conformidad que roza con la resignación de individuos para quienes no existe otra incitación distinta de la que impone , en muchos casos, el egoísmo y la envidia.
En todo esto resalta la conjugación perfecta entre el hecho de ignorar el entorno bajo el cual circunscribe la indigencia cultural y mengua de moralidad, y la presunción de creerse con más derechos que los del otro. Es vivir la proximidad con personas con mundos distintos. Aquello de que “cada cabeza es un mundo” es absolutamente cierto. Individuos con actitudes envalentonadas, irresponsables, eufóricas, vanidosas, eruditas, críticas, arrogantes, compasivas, serenas, soñadoras, curiosas, comunicativas, etc. Todos, adentrados en sus propios mundos. Sin embargo, bajo toda esta diversidad, persiste un denominador común representado por la angustia generada por la crítica situación que a todos afecta.
En fin, cada historia de vida representa un caos que trasciende la noción de crisis. Caos éste o colapso que ni siquiera ha considerado la menor disquisición política. Por esta vía, podrían esbozarse criterios que expliquen el marasmo que supone un país sometido al yugo del socialismo del siglo XXI. Es el caso Venezuela.
Cada crónica que pudiera escribirse daría cuenta del pandemónium en que sumieron al país con excusas que, contrarias a su dictado, determinaron el desfalco político, económico y social. Y que transgredió la institucionalidad republicana. Cada crónica, cada relato, cada historia contada del tiempo que reduce toda posibilidad de capitalizar las capacidades y potencialidades del venezolano, simplemente simboliza el paroxismo de una realidad trágica. Esto es de recogerse, desde lo que pudieran contener innumerables e interesantes crónicas en tiempos sin gasolina.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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Sin embargo tan arrogante postura, acarrea no sólo imaginarios propios. También, aflicciones que se corresponden con el pasado de cada individuo. El hecho de vivir en un mundo presumido por cada quien, arroja contrariedades que necesitan descargarse. O bien para aliviar el peso de pensamientos difíciles de conllevar. O para salir impulsivamente a conocer y recorrer otros mundos.
Este prefacio de que “cada cabeza es un mundo”, vale en el contexto que esta disertación busca explayar. Todo, en el terreno de entre tantas historias de vida que pudieran atestiguar los periplos que hacen de toda persona, protagonista de sus ideas. Sobre todo, cuando se reconoce que los mundos de los individuos se parecen mucho entre sí. Hay un denominador común entre ellos. Y es porque sus mundos son movidos por las mismas fuerzas gravitatorias pues las personas comparten episodios bajo el mismo cielo.
De manera que no hay nadie que escape de tales casualidades o causalidades. Sean impulsadas por motivos psicológicos, espirituales o físicos. Y estas eventualidades suelen comunicarse mientras se padecen los rigores de las traumáticas colas por gasolina a los que se somete todo venezolano (de a pie) a la hora de proveer a su vehículo de combustible.
Las crónicas que pudieran transcribirse de los relatos de cada conductor venezolano mientras hace cola por gasolina engrosarían cientos de volúmenes cuyas páginas revelarían la crisis acumulada. Y por crisis de nuevo cuño. Todas asfixian a la población. Dichas crónicas revelarían problemas en pleno apogeo. Problemas de tipo existencial, cultural, social, pasional, económico, financiero, técnico, coyuntural y familiar. Y, por supuesto, de razón política e ideológica. Afectas o contrarias al régimen.
Crónicas todas expuestas a modo de confidencias. Aunque eximidas del riguroso protocolo confesional-religioso. Pero sí, muchas, dramatizadas, agrandadas o aminoradas. Muchas veces, apoyadas en la adulancia con el propósito de llamar la atención del vecino de la agotadora cola por gasolina. Otras crónicas, dispensadas en la solidaridad buscando la complicidad del vecino. Así le infundiría el aguante necesario al duro tiempo de espera. Otras, solicitando la resistencia necesaria para disfrazar el pesado tiempo de un matiz que alivie la angustia.
Debajo de cada crónica habrá indicadores de la peor crisis que acosa al venezolano: la crisis de conciencia. Crisis ésta que arrastra una crisis de valores. A esta se le suma una crisis de cultura (política) y otra crisis de identidad y pertenencia. Y es porque se vive atrapado en un estado de conformidad que roza con la resignación de individuos para quienes no existe otra incitación distinta de la que impone , en muchos casos, el egoísmo y la envidia.
En todo esto resalta la conjugación perfecta entre el hecho de ignorar el entorno bajo el cual circunscribe la indigencia cultural y mengua de moralidad, y la presunción de creerse con más derechos que los del otro. Es vivir la proximidad con personas con mundos distintos. Aquello de que “cada cabeza es un mundo” es absolutamente cierto. Individuos con actitudes envalentonadas, irresponsables, eufóricas, vanidosas, eruditas, críticas, arrogantes, compasivas, serenas, soñadoras, curiosas, comunicativas, etc. Todos, adentrados en sus propios mundos. Sin embargo, bajo toda esta diversidad, persiste un denominador común representado por la angustia generada por la crítica situación que a todos afecta.
En fin, cada historia de vida representa un caos que trasciende la noción de crisis. Caos éste o colapso que ni siquiera ha considerado la menor disquisición política. Por esta vía, podrían esbozarse criterios que expliquen el marasmo que supone un país sometido al yugo del socialismo del siglo XXI. Es el caso Venezuela.
Cada crónica que pudiera escribirse daría cuenta del pandemónium en que sumieron al país con excusas que, contrarias a su dictado, determinaron el desfalco político, económico y social. Y que transgredió la institucionalidad republicana. Cada crónica, cada relato, cada historia contada del tiempo que reduce toda posibilidad de capitalizar las capacidades y potencialidades del venezolano, simplemente simboliza el paroxismo de una realidad trágica. Esto es de recogerse, desde lo que pudieran contener innumerables e interesantes crónicas en tiempos sin gasolina.
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Las opiniones expresadas en esta sección son de entera responsabilidad de sus autores.
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