El fin de semana realicé un viaje en bus desde San Cristóbal, estado Táchira, hasta la ciudad de Caracas. En ese trayecto el bus fue parado en nueve alcabalas de la Guardia Nacional Bolivariana. Léase bien, nueve. Lo que sería un viaje de 12 horas, se convirtió en 16. Cuatro horas más por la persistencia de los funcionarios de pedir en cada alcabala la cédula, en dos oportunidades subir con perros entrenados para detectar drogas y en otras para revisar algunos equipajes.

En una de las alcabalas una funcionaria pidió a todos los pasajeros la cédula y fue revisando en cada puesto, con una linterna, si el papel del documento de identificación era el oficial. Después subió otro guardia para hacer la misma operación. Ante el reclamo de uno de los pasajeros sobre la repetición del mismo procedimiento de verificación de datos, el funcionario respondió de mala gana y en tono amenazante sobre que realizaba su trabajo y que si no le gustaba, pues, sencillamente que no viajara.

En el bus venía una familia de nacionalidad peruana. Le hicieron el viaje un tormento. En cada alcabala le pedían documentos, los hacían bajar, en algunos casos les revisaron solo a ellos las maletas. Su aspecto físico de rasgos indígenas, los convertía en sospechosos.

En una oportunidad uno de los perros antidrogas se empeñó en olfatear a uno de los pasajeros. La persona les indicó a los funcionarios que no tenía nada, la respuesta del guardia fue “estos perros no fallan”. Bajaron al pasajero, lo revisaron y no tenía nada ilegal, lo dejaron subir de nuevo.

En la octava alcabala, incómodo ya con la situación, me bajé del bus y solicité conversar con el funcionario de más alto rango. Me respondieron que no estaba en ese momento. Entablé conversación con dos guardias, uno de ellos receptivo el otro tratando de intimidar. Les reclamé que era un abuso detener un bus en tantas alcabalas y expliqué cómo ponían en riesgo a todos los pasajeros porque los choferes no podían descansar.

Para esas rutas largas cada bus tiene asignados dos choferes. Mientras uno maneja, el otro descansa, pero si paran en muchas alcabalas no logran descansar. Cuatro horas más de trabajo y sin poder dormir toda la noche, puede producir que el chofer se duerma en el camino.

El argumento de uno de los guardias para justificar tantas alcabalas es que por los buses se puede transportar sustancias ilegales. No se trata de cuestionar que se adopten medidas y realicen un chequeo general o usen los perros para detectar drogas, pero con un solo procedimiento es suficiente. Cuál es la necesidad de cada dos horas detener los buses.

Se piensa en “seguridad” pero no en el pasajero y así poco les importa complicarle un viaje a cualquier persona que se traslade en bus, generalmente personas de bajos recursos donde además se trasladan adultos mayores y niños. Bien pudiesen establecer un mecanismo mediante el cual una vez chequeado el bus se pone un sello con día y hora y la firma de un funcionario y el chofer presenta en las alcabalas y, si quieren verificar, realizan una llamada.

En julio de 2021, Nicolás Maduro afirmó por los medios de comunicación “He dado la orden, así que señora vicepresidenta usted me garantiza que se eliminen las trabas que se le ponen en las alcabalas al pueblo de Venezuela”, pues esa medida no se ha implementado. Siguen poniendo trabas, siguen maltratando. ¿Y no sabe la Vicepresidenta y los ministros de la defensa y del interior que esas alcabalas permanecen?

Si se preocuparan más por la gente seguro pudiesen implementar un mecanismo que combine eficiencia en materia de seguridad y respeto a los pasajeros. Mientras la actitud sea usar el psicoterror para que quienes viajen no reclamen los abusos y se piense que está muy bien retener un bus lleno de pasajeros una o dos horas, seguiremos sufriendo abusos en las múltiples alcabalas que existen en el país.

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