Hay dos temas que despiertan pasiones cuando los abordo en mis redes o escritos: aborto y lactancia materna exclusiva. Pero cuando digo pasiones me refiero a las más bajas: insultos, bloqueos, ataques a mi vida privada, groserías, amenazas en mayúscula, unfollows, entre otros.

Por supuesto que sé que ambos temas aluden a valores muy arraigados que cuestionan el papel que como mujeres nos ha puesto a jugar la Iglesia, los políticos y otros jerarcas machistas y que nos grabaron con fuego en el alma, incluso desde antes de nacer. Quizás de ahí, la intensidad emocional con la que son defendidos, sobre todo por parte de no pocas mujeres. Nadie les está pidiendo que aborten o que dejen de lactar, sólo que no condenen a quien lo haga ni que impongan sus creencias religiosas o personales a todo el mundo.

Gracias a mi formación como coach entendí que escuchar no significa estar de acuerdo. Cuando escuchamos sólo estamos abriéndonos a entender posturas diferentes a las propias por aquello que dijo Humberto Maturana: “Todo lo dicho está dicho por alguien y ese alguien tiene una historia”. Nuestra estructura y nuestra historia nos define y eso hace que todos observemos de manera diferente lo que nos acontece.

Intento aplicar ese principio ontológico ante las diatribas que se arman cuando posteo un artículo científico que avala el aborto legal como opción ante el aborto clandestino, o cuando defiendo a las mujeres que deciden por muchas razones no amamantar sino dar tetero con fórmulas lácteas. Pero la verdad hay que hacer un ejercicio de máxima comprensión cuando te dicen cosas como “la esencia de toda mujer es ser madre y amamantar, si no amamantas te anulas como mujer”, “seguro tus hijos tienen las heces amarillas por haberlos envenenado con leche artificial” o “eres una asesina resentida por no haber tenido hijos” y otras perlas.

Mi idolatrada tocaya Susana Rafalli, experta en nutrición, me advierte que, dadas las actuales circunstancias de emergencia alimentaria en Venezuela, la lactancia exclusiva es de las pocas medidas que tenemos a mano para que los niños puedan sobrevivir, aún con la leche de una madre desnutrida. Situaciones extremas sin duda alguna.

Pero es que quienes se oponen no te dan ni un mínimo chance para explicar que la lactancia, para quien tiene otras opciones en la vida, es algo muy bueno si puedes y estás de acuerdo en hacerlo y que niños que no son amamantados, crecen igual de bien si reciben nutrición completa por otras vías. Que nadie está a favor del aborto, sino en contra del aborto clandestino con el que mueren muchas mujeres pobres, las que no tienen como pagarlo en una clínica bajo cuerda. Que su despenalización debe venir acompañada de estrategias preventivas que les diga a ellas que no se embaracen temprano y a ellos que no violen y se preocupen por usar métodos anticonceptivos. Que nuestro cuerpo es nuestra decisión, y que la vida de una mujer que decide ser madre es más importante que una teta o un embrión, sobre todo la que lo decide, porque a otras las obligan a mantener embarazos en contra de su voluntad, aunque provenga de una violación, incluso del propio padre.

Cuando leo esos mensajes que me hacen llegar, pienso en que quizás sin saberlo, somos instrumento útil del sistema patriarcal que nos relega a la posición de no ser dueñas ni tener el más mínimo control de nuestro propio cuerpo como creemos. Algunas amigas admiten no poder cortarse el cabello porque el marido se los tiene prohibido, por ejemplo. Parece una tontería, pero así opera la lógica machista sobre cualquier aspecto que tenga que ver con nuestra corporalidad: cierra las piernas, no grites, no llores, no te pongas eso, no hables tanto, pare con dolor, tápate, no te toques, amamanta aunque no quieras…

Ya he sostenido antes que la vuelta a lo “natural” es una muestra de cómo la defensa a la idea de que parir sin cesárea, lactar exclusivamente, con todo su aderezo de culpa para quien no lo haga, son las banderas del neo-machismo manipulador que muta para sobrevivir.

Conozco experiencias de mujeres que hoy son atacadas y criticadas duramente si se niegan a alguna de esas prácticas, que eran muy comunes en la época de nuestras bisabuelas, pero es que a ellas no les quedaba más remedio que hacerlo porque no tenían a mano la tecnología de la que hoy gozamos, y al impedírseles zafarse de esas rutinas, perdían tiempo para dedicarse a sus propios proyectos personales.

Porque ¿qué hace una mujer con tiempo libre? Quizás meterse en la política y la economía, o ponerse a pensar, hasta le puede dar por querer cambiar las cosas y eso no conviene al estatus quo. Como dice un amigo en tono de chiste “a las mujeres hay que tenerlas preñadas, descalzas y dentro de la casa para que no jodan”. Hay hogueras modernas adonde nos siguen quemando a las brujas de la nueva era. Handmaids Tale reloaded.

Esta semana leemos que el Senado argentino negó el proyecto de ley de despenalización del aborto, Hungría cancela estudios de género a nivel universitario, crece la tasa de feminicidios a nivel mundial, la Universidad de Tokio admite haber manipulado las calificaciones para reducir la presencia femenina en la carrera de medicina, los marroquíes lanzan la campaña “cubre a tus mujeres” para que no muestren su cuerpo en la playa. Incluso aunque parezca mentira, el 7 agosto pasado en Ciudad de México, un panel compuesto exclusivamente por hombres celebró el congreso “uniendo esfuerzos por la lactancia materna”. ¿Para qué llamar a una mujer a opinar? Ni falta que hace. El sistema patriarcal dicta lo que hay que hacer, aunque ninguno de ellos haya amamantado en su vida. De muchas formas, aun en pleno siglo XXI, seguimos bajo la opresión y el oscurantismo.

¡Pues nada! a redoblar los talleres sobre feminismo para difundir la revolucionaria idea de que las mujeres, ante todo y aunque muchas aún no lo vean, somos personas humanas con libertad para decidir sobre nuestras propios cuerpos y vidas, sin culpa.

***

Las opiniones expresadas en esta sección de entera responsabilidad de sus autores.

</div>