Los cortes de agua y luz no dejan exentas a las universidades venezolanas. En la Universidad de Los Andes (ULA) es usual quedarse en oscuras dentro del salón de clases. La Universidad del Zulia (LUZ) ha tenido que cesar sus actividades en varias ocasiones por no tener agua en los edificios. El agua también falla en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (Ucla) y ha ocasionado daños en los baños, y repararlos se ha convertido en una proeza por la falta de presupuesto asignado.
Anthony García es profesor de matemática en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (Faces) de la ULA y relata cómo en más de una ocasión los cortes de luz han interrumpido sus labores docentes. “Un día tenía un examen a las diez y nos cortaron la luz. Al día siguiente tenía uno a las ocho y pasó lo mismo. Ni siquiera tenemos un horario para programarnos”.
“La ciudad de los caballeros”, como popularmente es conocida, sufre de cortes de luz de punta a punta, según García. “Después de semana santa se empezó a ir la luz regularmente, y por sectores. En mi casa se va un rato en la mañana y un rato en la tarde”.
El agua es otro problema en la universidad, rankeada como la 71 de Latinoamérica, según la QS University Rankings. Llega por ratos en la mañana y marrón, dice García. En su facultad ningún baño está habilitado.
LUZ también se ve afectada por los continuos cortes de agua. “Cada semana hay alguna facultad de la universidad en la que se decide cancelar actividades por la falta de agua”, dice Jesús Urbina, profesor de Comunicación Social en dicha universidad.
Hisvet Fernández es profesora de psicología de la Ucla, y coincide con Urbina: los baños sufren las consecuencias de la falta de agua. En las tres universidades los baños han sido cerrados o dañados por eso motivo. “La Constitución garantiza la educación de calidad y todo lo que eso conlleva”, incluidos servicios como agua y luz, señala Fernández.
La inseguridad también es un problema en los recintos. En la ULA recientemente cambiaron las medidas de seguridad, cuenta García. “Todos los núcleos pusieron rejas donde no habían, las que habías las arreglaron y los muros los hicieron más altos. En la Facultad de Ciencias solo hay una entrada”. El uso de carnet es ahora obligatorio para entrar a los núcleos, y a los mototaxis le prohibieron el acceso.
La escasez es agudizada por esta situación. “Se roban los equipos y la capacidad de reponerlos es casi nula. Laboratorios y centros de investigación no tienen ningún insumo”, asegura Urbina.
Tampoco tienen papel para que los estudiantes presenten los exámenes o marcadores para poder escribir en el pizarrón. “No recibo recursos para actividades de aula desde hace años, yo las pago por mi cuenta; y esto lo hacen todos mis colegas. Nadie espera que la universidad pueda cubrir ese tipo de insumos”, aseguró Urbina.
García cuenta que sus alumnos le regalaron los marcadores que está usando, y que los usó anteriormente los compró él con su dinero. Para las evaluaciones, escribe los exámenes en el pizarrón. Muchos de sus colegas optaron por pedir dinero a los alumnos para las impresiones o costearlos de sus propios bolsillos. “Pienso que la premisa de que la universidad es gratuita, es falsa. Los profesores pagamos muchas cosas que nadie ve”.
El déficit de un personal también es una realidad en las casas de estudio. Bien sea por la diáspora o por los bajos sueldos que reciben los profesionales de la educación, son pocos los que deciden dedicar su vida a la docencia universitaria. García relata como debe cubrir horas de trabajo extra y lidiar con secciones de 60 alumnos, cuando deberían ser de 30.
En el caso de Urbina, ya es un profesor jubilado, pero no se ha retirado porque no ha quien llene su vacío. Esto es una constante en LUZ, según relata. Allí, como en la ULA, se abren concursos para nuevos profesores que quedan totalmente desiertos. “Hemos visto irse del país a una cantidad apreciable de profesores y del personal administrativo”, dice Urbina.
En apenas un año el profesor ha tramitado siete permisos no remunerados en un departamento que a duras penas llega a las 30 personas. “Los piden para irse del país, a ver si consiguen oportunidades de trabajo mejores. La expectativa de que regresen es muy baja”.
“Las universidades públicas, así como el país, están viviendo la peor crisis”, aseguró Fernández desde la Ucla.
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Los cortes de agua y luz no dejan exentas a las universidades venezolanas. En la Universidad de Los Andes (ULA) es usual quedarse en oscuras dentro del salón de clases. La Universidad del Zulia (LUZ) ha tenido que cesar sus actividades en varias ocasiones por no tener agua en los edificios. El agua también falla en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (Ucla) y ha ocasionado daños en los baños, y repararlos se ha convertido en una proeza por la falta de presupuesto asignado.
Anthony García es profesor de matemática en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (Faces) de la ULA y relata cómo en más de una ocasión los cortes de luz han interrumpido sus labores docentes. “Un día tenía un examen a las diez y nos cortaron la luz. Al día siguiente tenía uno a las ocho y pasó lo mismo. Ni siquiera tenemos un horario para programarnos”.
“La ciudad de los caballeros”, como popularmente es conocida, sufre de cortes de luz de punta a punta, según García. “Después de semana santa se empezó a ir la luz regularmente, y por sectores. En mi casa se va un rato en la mañana y un rato en la tarde”.
El agua es otro problema en la universidad, rankeada como la 71 de Latinoamérica, según la QS University Rankings. Llega por ratos en la mañana y marrón, dice García. En su facultad ningún baño está habilitado.
LUZ también se ve afectada por los continuos cortes de agua. “Cada semana hay alguna facultad de la universidad en la que se decide cancelar actividades por la falta de agua”, dice Jesús Urbina, profesor de Comunicación Social en dicha universidad.
Hisvet Fernández es profesora de psicología de la Ucla, y coincide con Urbina: los baños sufren las consecuencias de la falta de agua. En las tres universidades los baños han sido cerrados o dañados por eso motivo. “La Constitución garantiza la educación de calidad y todo lo que eso conlleva”, incluidos servicios como agua y luz, señala Fernández.
La inseguridad también es un problema en los recintos. En la ULA recientemente cambiaron las medidas de seguridad, cuenta García. “Todos los núcleos pusieron rejas donde no habían, las que habías las arreglaron y los muros los hicieron más altos. En la Facultad de Ciencias solo hay una entrada”. El uso de carnet es ahora obligatorio para entrar a los núcleos, y a los mototaxis le prohibieron el acceso.
La escasez es agudizada por esta situación. “Se roban los equipos y la capacidad de reponerlos es casi nula. Laboratorios y centros de investigación no tienen ningún insumo”, asegura Urbina.
Tampoco tienen papel para que los estudiantes presenten los exámenes o marcadores para poder escribir en el pizarrón. “No recibo recursos para actividades de aula desde hace años, yo las pago por mi cuenta; y esto lo hacen todos mis colegas. Nadie espera que la universidad pueda cubrir ese tipo de insumos”, aseguró Urbina.
García cuenta que sus alumnos le regalaron los marcadores que está usando, y que los usó anteriormente los compró él con su dinero. Para las evaluaciones, escribe los exámenes en el pizarrón. Muchos de sus colegas optaron por pedir dinero a los alumnos para las impresiones o costearlos de sus propios bolsillos. “Pienso que la premisa de que la universidad es gratuita, es falsa. Los profesores pagamos muchas cosas que nadie ve”.
El déficit de un personal también es una realidad en las casas de estudio. Bien sea por la diáspora o por los bajos sueldos que reciben los profesionales de la educación, son pocos los que deciden dedicar su vida a la docencia universitaria. García relata como debe cubrir horas de trabajo extra y lidiar con secciones de 60 alumnos, cuando deberían ser de 30.
En el caso de Urbina, ya es un profesor jubilado, pero no se ha retirado porque no ha quien llene su vacío. Esto es una constante en LUZ, según relata. Allí, como en la ULA, se abren concursos para nuevos profesores que quedan totalmente desiertos. “Hemos visto irse del país a una cantidad apreciable de profesores y del personal administrativo”, dice Urbina.
En apenas un año el profesor ha tramitado siete permisos no remunerados en un departamento que a duras penas llega a las 30 personas. “Los piden para irse del país, a ver si consiguen oportunidades de trabajo mejores. La expectativa de que regresen es muy baja”.
“Las universidades públicas, así como el país, están viviendo la peor crisis”, aseguró Fernández desde la Ucla.