Dos calles fueron cerradas con guayas y bolsas llenas de piedras

La venta de cauchos, el hombre del kiosco y el vendedor de flores siguieron trabajando como si fuera cualquier otro día, pero la verdad es que está lejos de serlo. Todos laboran este jueves 25 de mayo entre escombros, desechos quemados, trincheras de bolsas de cemento llenas de piedras, junto a guayas tendidas de un poste a otro. Desde que iniciaron las protestas, la vida dejó de ser normal para quienes residen en Bello Monte. Los 500 metros de la avenida Miguel Ángel, una de las más importantes de la urbanización, quedaron totalmente aislados del tránsito.

Desde el pasado sábado 20 de mayo, los vecinos construyeron muros en las vías. La calle Garcilazo, que da hacia la Miguel Ángel, está bloqueada. También lo están las calles Alejandría y Don Bosco, que se conectan con la misma vía. Los residentes aseguran que las guayas tienen un poco más de tiempo, pero hasta ahora eran colocadas de forma intermitente.

Los obstáculos son para los vehículos, no para los peatones. Una abuela pasea a su nieto frente a un muro de bolsas de un metro de altura, aproximadamente, con la palabra “Libertad” escrita en él. Otro señor camina por la calle, salta la guaya y entra a un abasto a comprar verduras. A ninguno de los que viven allí parece molestarle la trinchera acordada. La excepción fue un motorizado que tenía que atravesar la avenida para hacer un envío. “¿Cómo van a cerrar la calle así? Esto parece un barrio”, se quejó.

Aunque las ventanas estén cerradas, siempre hay un pequeño hueco por el que se cuela el olor a bomba lacrimógena. El polvillo que dejan los cartuchos se adhiere al mobiliario de los apartamentos de la Miguel Ángel. “Los pisos y los muebles quedan pegajosos”, contó Carmen Rivas, una vecina de la avenida, sobre lo que ha vivido en el último mes y medio.

No solo el olor de las bombas, sino también el ruido de las motos se volvió familiar para los habitantes de Bello Monte. Cuando se acerca el mediodía, los negocios de la zona saben que ya les va a tocar bajar las santamarías; por esa razón, toca salir a comprar lo poco que se pueda conseguir durante la mañana.

“Nosotros estamos así desde el 8 de abril”, recordó Javier Mujica, también residente de la zona. La represión de los cuerpos de seguridad es una constante en las calles de la urbanización; no importa si ese día hubo marcha o no. Con gases lacrimógenos tratan de dispersar a los atrevidos que se quedan en la calle después del autoimpuesto “toque de queda” de las 6:00 pm. Con perdigones intentan callar los gritos y los insultos que salen de las viviendas.

Los gases también llegan hasta los apartamentos cada vez que la oposición es frenada a la altura del centro comercial El Recreo, donde normalmente la GNB y la PNB reprimen a los manifestantes. Los afectados por la represión están a la orden del día. “Esta es una zona donde vive mucha gente mayor. Se ponen muy nerviosos, se ahogan con el gas”, añadió Javier, quien vive con su madre, ya entrada en la tercera edad. Cuando los uniformados disparan los primeros cartuchos, la señora se encomienda a Dios y a los ángeles.

Carmen ha tenido que atravesar las batallas campales que libran manifestantes y uniformados en Las Mercedes para poder llegar a su hogar. Le ha tocado esperar en el Banesco de El Rosal a que los ánimos se calmen, a eso de las 5:00 pm. También ha tenido que cruzar el puente que conecta con Chacaíto mientras mantiene los brazos en alto. “Yo vivo al otro lado”, suele contar a los funcionarios de la PNB que se enfrentan a los opositores, para que la dejen pasar. “He visto grupos que caminan agarrados de mano, como demostrando que no tienen nada”, agregó.

A Javier también le ha costado salir y llegar a su casa. Está consciente de que las barricadas de los vecinos afectan el libre tránsito en la zona, pero asegura que “los que protestan lo hacen en contra de algo que afecta a todos los venezolanos”: inflación, escasez, inseguridad y, ahora, represión.

Los casi dos meses de batalla no han sido fáciles ni para él ni para sus vecinos. “Esto ha generado un daño emocional porque la gente se siente como una guerra“, dijo. A eso añade el sentimiento de “frustración“. “Ahora las marchas llegan hasta un solo punto y te reprimen después de dar cinco pasos”, expresó. Aún así no se rinde. Javier se atrinchera en la esperanza.

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