Cuando Nordi Viloria ganó el premio a la mejor médico de la municipalidad de La Plata, en Argentina, sonrió con incredulidad. Diciembre comenzaba y a ella le resultaba sorprendente que, en una competencia local llena de doctores argentinos, la galardonada fuese una venezolana migrante. Aceptó, eso sí, el reconocimiento con el orgullo de una pediatra caraqueña con más de 20 años ejerciendo la profesión.
«Tengo exactamente un año y ocho meses trabajando en la municipalidad, por eso el premio fue muy gracioso para mí. Yo jamás en la vida iba a pensar que me lo iban a dar, menos en plena pandemia», explica.
Viloria se mudó a La Plata, la capital de la Provincia de Buenos Aires, en 2019. Huía de la crisis sanitaria venezolana y estaba dispuesta a comenzar una vida en un país diferente al suyo. Llevaba consigo una maleta llena de papeles que la acreditaban como especialista en pediatría graduada de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y las guías del programa de estudios para convalidar su título.
Al llegar a la nueva ciudad, acudió de inmediato a la Asociación de Médicos Venezolanos en Argentina (Asomevenar) para asesorarse sobre los pasos a seguir, porque sin la convalidación no tenía permitido ejercer.
Médicos venezolanos fortalecen sistema de salud en zonas rurales de Argentina
Ese primer año trabajó como niñera para una acomodada familia. Cuidó de los pequeños Isabella y Bautista hasta que la pandemia del coronavirus hizo que el gobierno y el Ministerio de Salud argentinos invitaran a los médicos venezolanos a participar en la primera línea en los centros de salud, donde se registraban cientos de miles de contagios.
Actualmente, en el país se contabilizan 5.348.123 casos desde el inicio de la pandemia. Por otro lado, hay 1.735 médicos venezolanos en Argentina, de acuerdo con cifras del censo de Asomevenar. En medio de la cuarentena y el virus, ¿cómo logró Nordi Viloria ganarse el respeto y la admiración de la comunidad médica de la apodada Ciudad de las Diagonales? Efecto Cocuyo lo narra a continuación.
Viloria creció en la avenida San Martín de Caracas, la capital de Venezuela, pero sus padres provenían de Churuguara, en el estado Falcón, ubicado al norte del país. Es por ello que algunos de los mejores recuerdos de su infancia transcurren en la sierra falconiana, destino vacacional de la familia.
Rememora con cariño a su padre, un historiador que podía hablar cinco idiomas y que de niña le dio el consejo que, sin saberlo, a ella le serviría para migrar años después a Argentina sin miedo.
«Nunca te encierres fuera del mundo y no te enrolles por nada», le dijo una vez, mientras le mostraba un globo terráqueo.
Nordi tiene la lejana noción de que estudiar medicina fue una idea perpetua en su mente desde su niñez. Curiosamente, nació en la Clínica Luis Razzetti de la capital en 1967, estudió en la Unidad Educativa Luis Razzetti en el centro caraqueño y finalmente ingresó en la escuela Luis Razzetti de Medicina en la Universidad Central de Venezuela, graduándose en el año 2000.
Razzetti es considerado uno de los médicos cirujanos más importantes de la historia contemporánea venezolana. A Viloria le resulta extraordinario que su nombre haya estado permanentemente presente durante la primera mitad de su vida. Es un singular recordatorio de que ingresar en la rama de salud resultó una decisión correcta. Fue la única doctora entre cinco hermanos.
Especializada en pediatría, no le preocupaba solo la salud infantil sino varios aspectos de la vida de los niños. Es por ello que en 2006 creó, en conjunto con otros profesionales, la Fundación Mi Familia, un banco de familias sustitutas y acogimiento para niños venezolanos que no pueden ingresar en un programa de adopción.
La Fundación Mi Familia es presidida actualmente por Nordi Viloria. Inicialmente, ella escribió el programa para ejecutarlo desde instituciones del Estado, pero las diferencias ideológicas con la gestión chavista provocaron que la doctora decidiera registrar una organización no gubernamental e implementar el plan con el apoyo de un equipo multidisciplinario.
«Originalmente fuimos un banco de familia sustitutas. Ahora, en pandemia, trabajamos en el programa de seguimiento de los niños que logramos colocar en familias sustitutas«, expresa a Efecto Cocuyo. Aproximadamente, han llevado el caso de más de 200 niños que en el presente se encuentran acogidos en un núcleo familiar.
Nordi Viloria adora a los niños. Carga consigo el amor por la infancia desde años atrás y está segura de que es algo que nunca desaparecerá. Pero ni siquiera ese cariño la detuvo cuando, en 2018, decidió salir definitivamente de su país natal, agobiada por el desplome del sistema de salud venezolano.
Después de trabajar en distintos hospitales públicos, incluyendo el Hospital General Dr. José Gregorio Hernández, y algunas clínicas privadas, la crisis sanitaria de Venezuela comenzó a pasar factura en el animo de la doctora Viloria en 2018.
Cuando comenzó a diagnosticar casos de tuberculosis en madres jóvenes, que murieron poco después por falta de insumos para atenderlas, Nordi guardó su bata en una maleta. El caso de una mujer que perdió a un par de gemelos por la infección bacteriana la afectó lo suficiente como para decidir no regresar a los hospitales.
«Hubo otras historias. La esposa de mi mecánico, un gran amigo mío, un día me llamó asustada porque él estaba teniendo un infarto. Pero no había recursos, me le hacen el cateterismo pero no estaban las piezas necesarias y él murió. Una daba las indicaciones, pero no servía de nada. Era como hacer caligrafía. Siempre te respondían ‘no hay’. Un día me agoté. Sufrí mucho por pacientes», señala Viloria.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el programa nacional de tuberculosis de Venezuela solo tenía 14 % del presupuesto que necesitaba para el 2018. Ese mismo año, 88 % de centros médicos no contaban con medicamentos y 53 % poseía quirófanos o pabellones inoperativos, según la Encuesta Nacional de Hospitales. Con las fallas eléctricas agravadas desde 2019, la falta de agua potable y la expansión del COVID-19 desde marzo de 2020, la crisis del sistema sanitario venezolano se ha recrudecido para el 2021.
Muy pronto, Nordi Viloria cerró la casa que había comprado con su esposo en Los Corales, cerca de la costa del estado Vargas, se despidió del mar tibio, besó a su mamá y tomó un vuelo a Argentina. No le importó convertirse en una nana mientras resolvía su estatus. Su hija se había acomodado en el centro de Buenos Aires algunos años antes y por eso no se sintió sola en el enorme país que la recibió en 2019.
En agosto de este año, la Federación Médica Venezolana (FMV) denunció que 40.000 médicos se han ido de Venezuela por distintas razones. Viloria entendía que quizás su vida sería completamente diferente al dejar Caracas, pero la presencia de colegas en territorio argentino le dio ánimos.
«Dije que trabajaría en lo que sea. Pensé entre cocinar y cuidar niños. Pero lo último me pareció más fácil. Fueron decisiones que tomé también para estar más cerca de mis hijos. En un avión en menos de dos horas estoy en Chile, donde vive el varón», explica Nordi.
Comenzó a prepararse entonces para la convalidación mientras laboraba como niñera. Sin embargo, no pasó más de un año para que volviera a usar una bata. El 3 de marzo de 2020, Argentina reportó su primer caso de COVID-19. Tres días después, se registró el primer contagiado en la Provincia de Buenos Aires.
«Argentina invitó a los médicos venezolanos a trabajar en la pandemia. Por muchas razones. Había médicos locales que tenían muchas características clínicas que no podían ejercer, por ejemplo», explica Nordi.
El 12 de marzo, el gobierno argentino emitió el decreto 260/2020, mediante el cual autorizó el ejercicio y la contratación de profesionales de salud extranjeros, aunque los títulos no estuviesen revalidados, como una medida excepcional para afrontar la oleada del coronavirus que se extendió con rapidez por todo el país.
Viloria fue asignada al Centro de Atención Primaria de Salud (CAPS) número 1 de Los Hornos, una de las localidades más pobladas de La Plata. Allí recibió a miles de niños con diferentes patologías, vestida con un traje de protección y consciente de que, de una forma u otra, se encontraba expuesta al COVID-19.
«Varios niños fueron casos positivos y tenía que estar con el traje muchísimo. ¿Me dio miedo? Realmente, me dije ‘me voy a hacer la idea de que estoy trabajando en terapia intensiva. Me voy a vestir y ya’. La dinámica en una UCI es parecida, también tienes que colocarte un traje», dice la doctora.
En Argentina, un Centro de Atención Primaria de Salud es lo que en Venezuela llamamos ambulatorio. No obstante, Viloria aclara que los CAPS están tan bien equipados como una clínica, por lo que ella pudo atender casos de coronavirus en salas de aislamiento y con todas las herramientas a manos.
«Tuve sentimientos encontrados, porque así quiero que esté mi país. Es impresionante como tienes todos los recursos al alcance», comenta. Trabajó sin descanso, como en sus años de médico en Venezuela, risueña y sin mostrar síntomas de agotamiento, bajo una única premisa que ha regido absolutamente toda su vida profesional: «Los niños deben ser atendidos».
El 3 de diciembre se celebra el Día del Médico en Argentina, por lo que, antes de la fecha, la municipalidad de La Plata decidió iniciar un pequeño concurso en el que todos los galenos activos debían escoger a uno como el mejor médico del lugar. Participaron doctores de 46 centros de salud diferentes.
Nordi Viloria, desde el Centro de Atención Primaria de Salud (CAPS) número 1 de Los Hornos, escribió en un papel blanco el nombre de uno de sus colegas y envió su voto, sin saber que la ganadora sería ella misma, días después. Sus compañeros coincidieron en que merecía el reconocimiento.
Recibió el premio en el Palacio Municipal de la Ciudad de La Plata, en medio del aplauso del gremio de médicos. La municipalidad le agradeció «su trabajo diario y compromiso con la comunidad, garantizando el acceso a la salud en este contexto complejo y dinámico del año 2021».
Para Viloria, ejercer medicina en esta etapa de su vida es un acto de resiliencia de alguien que aún extraña a su país. Obtuvo la convalidación y, actualmente, ingresó en el sector privado argentino, combinándolo con su trabajo en el sector público.
Alegre, divertida y siempre dispuesta a reírse. Así es Nordi Viloria. A veces visita pequeños pueblos argentinos que le recuerdan al pintoresco Pecaya, en Falcón, donde aún permanece de pie la casona de su familia materna. Los árboles y la calidez del ambiente la trasladan por un momento de vuelta a Venezuela, durante su niñez, y la nostalgia se cuela por un momento.
Pero muy pronto se recompone, porque cree que uno extraña las cosas que ama pero no se da cuenta que las lleva consigo siempre en el corazón. Piensa en el ahora, en que es feliz con los niños que llegan a su consultorio, la mayoría hijos de familias locales.
«Mi inspiración son los niños. Son algo muy grande para mí. Que me abracen y me digan ‘Te amo, vos’. Le agradezco a Dios todos los días ser pediatra», finaliza la doctora.
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Cuando Nordi Viloria ganó el premio a la mejor médico de la municipalidad de La Plata, en Argentina, sonrió con incredulidad. Diciembre comenzaba y a ella le resultaba sorprendente que, en una competencia local llena de doctores argentinos, la galardonada fuese una venezolana migrante. Aceptó, eso sí, el reconocimiento con el orgullo de una pediatra caraqueña con más de 20 años ejerciendo la profesión.
«Tengo exactamente un año y ocho meses trabajando en la municipalidad, por eso el premio fue muy gracioso para mí. Yo jamás en la vida iba a pensar que me lo iban a dar, menos en plena pandemia», explica.
Viloria se mudó a La Plata, la capital de la Provincia de Buenos Aires, en 2019. Huía de la crisis sanitaria venezolana y estaba dispuesta a comenzar una vida en un país diferente al suyo. Llevaba consigo una maleta llena de papeles que la acreditaban como especialista en pediatría graduada de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y las guías del programa de estudios para convalidar su título.
Al llegar a la nueva ciudad, acudió de inmediato a la Asociación de Médicos Venezolanos en Argentina (Asomevenar) para asesorarse sobre los pasos a seguir, porque sin la convalidación no tenía permitido ejercer.
Médicos venezolanos fortalecen sistema de salud en zonas rurales de Argentina
Ese primer año trabajó como niñera para una acomodada familia. Cuidó de los pequeños Isabella y Bautista hasta que la pandemia del coronavirus hizo que el gobierno y el Ministerio de Salud argentinos invitaran a los médicos venezolanos a participar en la primera línea en los centros de salud, donde se registraban cientos de miles de contagios.
Actualmente, en el país se contabilizan 5.348.123 casos desde el inicio de la pandemia. Por otro lado, hay 1.735 médicos venezolanos en Argentina, de acuerdo con cifras del censo de Asomevenar. En medio de la cuarentena y el virus, ¿cómo logró Nordi Viloria ganarse el respeto y la admiración de la comunidad médica de la apodada Ciudad de las Diagonales? Efecto Cocuyo lo narra a continuación.
Viloria creció en la avenida San Martín de Caracas, la capital de Venezuela, pero sus padres provenían de Churuguara, en el estado Falcón, ubicado al norte del país. Es por ello que algunos de los mejores recuerdos de su infancia transcurren en la sierra falconiana, destino vacacional de la familia.
Rememora con cariño a su padre, un historiador que podía hablar cinco idiomas y que de niña le dio el consejo que, sin saberlo, a ella le serviría para migrar años después a Argentina sin miedo.
«Nunca te encierres fuera del mundo y no te enrolles por nada», le dijo una vez, mientras le mostraba un globo terráqueo.
Nordi tiene la lejana noción de que estudiar medicina fue una idea perpetua en su mente desde su niñez. Curiosamente, nació en la Clínica Luis Razzetti de la capital en 1967, estudió en la Unidad Educativa Luis Razzetti en el centro caraqueño y finalmente ingresó en la escuela Luis Razzetti de Medicina en la Universidad Central de Venezuela, graduándose en el año 2000.
Razzetti es considerado uno de los médicos cirujanos más importantes de la historia contemporánea venezolana. A Viloria le resulta extraordinario que su nombre haya estado permanentemente presente durante la primera mitad de su vida. Es un singular recordatorio de que ingresar en la rama de salud resultó una decisión correcta. Fue la única doctora entre cinco hermanos.
Especializada en pediatría, no le preocupaba solo la salud infantil sino varios aspectos de la vida de los niños. Es por ello que en 2006 creó, en conjunto con otros profesionales, la Fundación Mi Familia, un banco de familias sustitutas y acogimiento para niños venezolanos que no pueden ingresar en un programa de adopción.
La Fundación Mi Familia es presidida actualmente por Nordi Viloria. Inicialmente, ella escribió el programa para ejecutarlo desde instituciones del Estado, pero las diferencias ideológicas con la gestión chavista provocaron que la doctora decidiera registrar una organización no gubernamental e implementar el plan con el apoyo de un equipo multidisciplinario.
«Originalmente fuimos un banco de familia sustitutas. Ahora, en pandemia, trabajamos en el programa de seguimiento de los niños que logramos colocar en familias sustitutas«, expresa a Efecto Cocuyo. Aproximadamente, han llevado el caso de más de 200 niños que en el presente se encuentran acogidos en un núcleo familiar.
Nordi Viloria adora a los niños. Carga consigo el amor por la infancia desde años atrás y está segura de que es algo que nunca desaparecerá. Pero ni siquiera ese cariño la detuvo cuando, en 2018, decidió salir definitivamente de su país natal, agobiada por el desplome del sistema de salud venezolano.
Después de trabajar en distintos hospitales públicos, incluyendo el Hospital General Dr. José Gregorio Hernández, y algunas clínicas privadas, la crisis sanitaria de Venezuela comenzó a pasar factura en el animo de la doctora Viloria en 2018.
Cuando comenzó a diagnosticar casos de tuberculosis en madres jóvenes, que murieron poco después por falta de insumos para atenderlas, Nordi guardó su bata en una maleta. El caso de una mujer que perdió a un par de gemelos por la infección bacteriana la afectó lo suficiente como para decidir no regresar a los hospitales.
«Hubo otras historias. La esposa de mi mecánico, un gran amigo mío, un día me llamó asustada porque él estaba teniendo un infarto. Pero no había recursos, me le hacen el cateterismo pero no estaban las piezas necesarias y él murió. Una daba las indicaciones, pero no servía de nada. Era como hacer caligrafía. Siempre te respondían ‘no hay’. Un día me agoté. Sufrí mucho por pacientes», señala Viloria.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el programa nacional de tuberculosis de Venezuela solo tenía 14 % del presupuesto que necesitaba para el 2018. Ese mismo año, 88 % de centros médicos no contaban con medicamentos y 53 % poseía quirófanos o pabellones inoperativos, según la Encuesta Nacional de Hospitales. Con las fallas eléctricas agravadas desde 2019, la falta de agua potable y la expansión del COVID-19 desde marzo de 2020, la crisis del sistema sanitario venezolano se ha recrudecido para el 2021.
Muy pronto, Nordi Viloria cerró la casa que había comprado con su esposo en Los Corales, cerca de la costa del estado Vargas, se despidió del mar tibio, besó a su mamá y tomó un vuelo a Argentina. No le importó convertirse en una nana mientras resolvía su estatus. Su hija se había acomodado en el centro de Buenos Aires algunos años antes y por eso no se sintió sola en el enorme país que la recibió en 2019.
En agosto de este año, la Federación Médica Venezolana (FMV) denunció que 40.000 médicos se han ido de Venezuela por distintas razones. Viloria entendía que quizás su vida sería completamente diferente al dejar Caracas, pero la presencia de colegas en territorio argentino le dio ánimos.
«Dije que trabajaría en lo que sea. Pensé entre cocinar y cuidar niños. Pero lo último me pareció más fácil. Fueron decisiones que tomé también para estar más cerca de mis hijos. En un avión en menos de dos horas estoy en Chile, donde vive el varón», explica Nordi.
Comenzó a prepararse entonces para la convalidación mientras laboraba como niñera. Sin embargo, no pasó más de un año para que volviera a usar una bata. El 3 de marzo de 2020, Argentina reportó su primer caso de COVID-19. Tres días después, se registró el primer contagiado en la Provincia de Buenos Aires.
«Argentina invitó a los médicos venezolanos a trabajar en la pandemia. Por muchas razones. Había médicos locales que tenían muchas características clínicas que no podían ejercer, por ejemplo», explica Nordi.
El 12 de marzo, el gobierno argentino emitió el decreto 260/2020, mediante el cual autorizó el ejercicio y la contratación de profesionales de salud extranjeros, aunque los títulos no estuviesen revalidados, como una medida excepcional para afrontar la oleada del coronavirus que se extendió con rapidez por todo el país.
Viloria fue asignada al Centro de Atención Primaria de Salud (CAPS) número 1 de Los Hornos, una de las localidades más pobladas de La Plata. Allí recibió a miles de niños con diferentes patologías, vestida con un traje de protección y consciente de que, de una forma u otra, se encontraba expuesta al COVID-19.
«Varios niños fueron casos positivos y tenía que estar con el traje muchísimo. ¿Me dio miedo? Realmente, me dije ‘me voy a hacer la idea de que estoy trabajando en terapia intensiva. Me voy a vestir y ya’. La dinámica en una UCI es parecida, también tienes que colocarte un traje», dice la doctora.
En Argentina, un Centro de Atención Primaria de Salud es lo que en Venezuela llamamos ambulatorio. No obstante, Viloria aclara que los CAPS están tan bien equipados como una clínica, por lo que ella pudo atender casos de coronavirus en salas de aislamiento y con todas las herramientas a manos.
«Tuve sentimientos encontrados, porque así quiero que esté mi país. Es impresionante como tienes todos los recursos al alcance», comenta. Trabajó sin descanso, como en sus años de médico en Venezuela, risueña y sin mostrar síntomas de agotamiento, bajo una única premisa que ha regido absolutamente toda su vida profesional: «Los niños deben ser atendidos».
El 3 de diciembre se celebra el Día del Médico en Argentina, por lo que, antes de la fecha, la municipalidad de La Plata decidió iniciar un pequeño concurso en el que todos los galenos activos debían escoger a uno como el mejor médico del lugar. Participaron doctores de 46 centros de salud diferentes.
Nordi Viloria, desde el Centro de Atención Primaria de Salud (CAPS) número 1 de Los Hornos, escribió en un papel blanco el nombre de uno de sus colegas y envió su voto, sin saber que la ganadora sería ella misma, días después. Sus compañeros coincidieron en que merecía el reconocimiento.
Recibió el premio en el Palacio Municipal de la Ciudad de La Plata, en medio del aplauso del gremio de médicos. La municipalidad le agradeció «su trabajo diario y compromiso con la comunidad, garantizando el acceso a la salud en este contexto complejo y dinámico del año 2021».
Para Viloria, ejercer medicina en esta etapa de su vida es un acto de resiliencia de alguien que aún extraña a su país. Obtuvo la convalidación y, actualmente, ingresó en el sector privado argentino, combinándolo con su trabajo en el sector público.
Alegre, divertida y siempre dispuesta a reírse. Así es Nordi Viloria. A veces visita pequeños pueblos argentinos que le recuerdan al pintoresco Pecaya, en Falcón, donde aún permanece de pie la casona de su familia materna. Los árboles y la calidez del ambiente la trasladan por un momento de vuelta a Venezuela, durante su niñez, y la nostalgia se cuela por un momento.
Pero muy pronto se recompone, porque cree que uno extraña las cosas que ama pero no se da cuenta que las lleva consigo siempre en el corazón. Piensa en el ahora, en que es feliz con los niños que llegan a su consultorio, la mayoría hijos de familias locales.
«Mi inspiración son los niños. Son algo muy grande para mí. Que me abracen y me digan ‘Te amo, vos’. Le agradezco a Dios todos los días ser pediatra», finaliza la doctora.