En plena carretera trasandina, a 80 km de Mérida, está Santo Domingo. Es un poblado frío, rodeado de altas montañas, donde casi todos sus habitantes viven del turismo, de la siembra de papa, zanahoria y de la truchicultura. Sus productores, quienes también tienen que hacer cola para comprar productos básicos en los dos únicos locales de Mercal y Pdval que hay en la zona, además padecen la escasez para poder trabajar. No consiguen los insumos necesarios para labrar la tierra y a las truchas no les dan lo que deberían comer, porque ya no pueden importarlo.
Todos se conocen en ese pequeño pueblo en el que hay un liceo; un colegio de preescolar y primaria; cuatro farmacias (en las que escasea cualquier tipo de analgésicos, anticonceptivos y anticonvulsionantes) y un hospital al que hay que llevar hasta las gasas, en caso de una herida, cuentan los lugareños. Por cortes de luz o de agua no sufren aún, ni por la inseguridad galopante en la mayoría de las ciudades y pueblos de Venezuela.
José Gregorio Toro ha sufrido con su última siembra de zanahorias. Las hileras las tiene en el terreno de su papá y sus dolores de cabeza más recientes son por falta de fungicidas, herbicidas e insecticidas.
-En el último año ha habido una escasez muy grande y uno ha tenido que resolver con otras cosas porque sino llega una pestecita y se le queman todas las matas – dice este joven de apenas 18 años, pero con amplia experiencia en la agricultura local, pues desde niño trabaja con su padre-. Últimamente para que se me desarrollen las matas vengo usando úrea en sustitución de los fertilizantes comunes. Como la úrea es soluble en agua, con eso regamos. Eso es para que la hortaliza -mientras va creciendo- se ponga más gordita, pero al final no es lo mismo. Cuesta más que salga.
-¿Les ha tocado comprar fertilizantes con sobreprecio?
-A cada ratico. Mire, lo que los productores no logramos conseguir por los caminos legales, lo buscamos por los caminos verdes. A mí me ha tocado pagar 6000 bolívares por un veneno que debería costar 250.
-¿Y quién los vende?
-Las mafias, los colombianos que lo traen de por allá. A veces hasta los pocos venenos que llegan a Agropatria los venden solo a los que tienen cooperativas y ellos nos revenden a nosotros, les sacan el doble y uno está claro; pero por la necesidad, pues hay que comprarlo. Este es un pueblo bonito, pero olvidado. El que no tenga la intención de ir a Mérida ni sabrá que estamos aquí pasando problemas como el resto del país. El otro día, hace como un mes, por aquí cerquita se volteó un camión que venía cargado de insecticidadas y adivine qué pasó.
-¿Lo saquearon?
-Sí. ¿Usted ha visto cuando todas las moscas llegan a la mierda? Bueno, así. Bajó gente hasta de la montaña, que estaban arrancando papas por allá arriba. Usted sabe, por la necesidad y por lo caros que están. Esas latas cayeron hasta en el río y allá nos metimos en esa agua helada a rescatarlos.
La historia con las semillas es igual, cuenta Toro, desde el terreno donde crecen sus zanahorias. En el último año no ha logrado conseguir semillas de la categoría f1, que son de las mejores. Por un sobre de la marca Olimpo, que hace tres meses le costaba Bs. 15 mil, tuvo que pagar Bs 70 mil hace menos de una semana, a mediados de octubre.
–¿Y cómo haces para seguir costeando el trabajo si los precios suben y aún no es época de cosecha?
-Pues me metí a mototaxista. De alguna manera tengo que aportar algo a la casa. Allá somos cinco y papá ya no puede con todos los gastos.
–Pero San Antonio es muy pequeño, ¿cuántas carreras puedes hacer al día?
-Es que no solo ruedo por aquí, también voy a Pueblo Llano (a 15 minutos), a Apartaderos (a 25 minutos) y así…
-¿No siembras papas?
-No, es que la papa necesita más insumos que la zahanoria, hay que estarla fumigando cada ocho días y es más costoso. En época de lluvia, apenas caen unas goticas hay que fumigar cuantas veces sea necesario, porque sino la papa se quema como si le lanzaran agua caliente y con las cosas de caras como están, a mí no me da el bolsillo para invertirle tanto a una siembra. Con la zanahoria es distinto, se fumiga cada 15 o 22 días.
Precisamente por su cualidad de pueblo productor, en Santo Domingo no es necesario que los pequeños locales de hortalizas vendan papas o zanahorias.
-No, ¿pa’ qué? Aquí todos sembramos y el que no tiene pues le regalamos. La vendemos es a los camiones que llevan sacos y sacos por ejemplo a Caracas, de donde es usted.
-Donde el kilo de papas puede costar hasta 300 bolívares…
-¿300 bolos? ¿Quiere que le acomodemos un saco y se lo lleva de regalo?
Cerca de la parcela de José Gregorio hay un criadero de cerdos y otro de truchas. Sus colegas productores están en la misma situación por la escasez de insumos. En el último año, a los cerdos los alimentan con restos de las cosechas de hortalizas porque el alimento adecuado, conocido como nepe, es difícil de encontrar. De conseguirlo, es «muy caro», aseguran. A los peces, que nunca faltan en la lista de deseos de los turistas que visitan este lugar, los mantienen con alimento para cachamas.
-La trucha harina no la producen aquí. La importábamos de Ecuador, Chile o Estados Unidos pero ya no podemos porque dejaron de aprobarnos dólares preferenciales y hacerlo por cuenta de la empresa, a dólar negro, es imposible- cuenta un señor sin levantar la mirada de la mesa de pescados, a los que va destripando uno a uno.
-¿Qué ocurre por no alimentar a las truchas como deberían?
-Que tardan más en crecer para estar listas. Con el alimento importado, un pez se tardaba 15 meses en salir, ahora tarda el triple, 45 meses. Por eso en algunos restaurantes de aquí a veces no tienen truchas y por eso en las pescaderías lo venden caro, a 1500 bolívares el kilo cuando antes costaba 200.
La mitad de la conversación con José Gregorio y el resto de los productores se desarrolla en los alrededores de su parcela. La otra mitad después, a bordo de su moto. Cuando vamos rodando hacia el Pdval, en la búsqueda de algún producto básico, lo detiene un bombero.
-Mire, bájese con seis mil- le dice el uniformado
-Listo, listo, mañana cuadramos eso- le respondé el chico. Enseguida explica que no se trata de una «matraca» como todas, sino de lo que le cuesta la licencia de conducir, que aún no la tiene.
-¿Ese bombero te la va a conseguir?
-No, él tiene un amigo que conoce a un fiscal en El Vigía y es el que hace esos trámites. La plata es no es pa’ él sino pal’ otro, pa’ que me la saque rápido porque dice que no hay plástico.
Ni plástico para las licencias, ni insumos para los productores, ni suficientes productos en Pdval y Mercal. Aún así, quienes viven en ese pueblo hacen cola a diario y sus brazos son marcados con el número que les toque, para comprar lo que llegue a los mercados. Generalmente es harina, arroz, leche y pollo. Otros productos de higiene como shampoo, toallas sanitarias y papel higiénico, los compran en bodegas, a precio de bachaquero, es decir, el doble, porque en los abastos del Gobierno jamás los venden.
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Todos se conocen en ese pequeño pueblo en el que hay un liceo; un colegio de preescolar y primaria; cuatro farmacias (en las que escasea cualquier tipo de analgésicos, anticonceptivos y anticonvulsionantes) y un hospital al que hay que llevar hasta las gasas, en caso de una herida, cuentan los lugareños. Por cortes de luz o de agua no sufren aún, ni por la inseguridad galopante en la mayoría de las ciudades y pueblos de Venezuela.
José Gregorio Toro ha sufrido con su última siembra de zanahorias. Las hileras las tiene en el terreno de su papá y sus dolores de cabeza más recientes son por falta de fungicidas, herbicidas e insecticidas.
-En el último año ha habido una escasez muy grande y uno ha tenido que resolver con otras cosas porque sino llega una pestecita y se le queman todas las matas – dice este joven de apenas 18 años, pero con amplia experiencia en la agricultura local, pues desde niño trabaja con su padre-. Últimamente para que se me desarrollen las matas vengo usando úrea en sustitución de los fertilizantes comunes. Como la úrea es soluble en agua, con eso regamos. Eso es para que la hortaliza -mientras va creciendo- se ponga más gordita, pero al final no es lo mismo. Cuesta más que salga.
-¿Les ha tocado comprar fertilizantes con sobreprecio?
-A cada ratico. Mire, lo que los productores no logramos conseguir por los caminos legales, lo buscamos por los caminos verdes. A mí me ha tocado pagar 6000 bolívares por un veneno que debería costar 250.
-¿Y quién los vende?
-Las mafias, los colombianos que lo traen de por allá. A veces hasta los pocos venenos que llegan a Agropatria los venden solo a los que tienen cooperativas y ellos nos revenden a nosotros, les sacan el doble y uno está claro; pero por la necesidad, pues hay que comprarlo. Este es un pueblo bonito, pero olvidado. El que no tenga la intención de ir a Mérida ni sabrá que estamos aquí pasando problemas como el resto del país. El otro día, hace como un mes, por aquí cerquita se volteó un camión que venía cargado de insecticidadas y adivine qué pasó.
-¿Lo saquearon?
-Sí. ¿Usted ha visto cuando todas las moscas llegan a la mierda? Bueno, así. Bajó gente hasta de la montaña, que estaban arrancando papas por allá arriba. Usted sabe, por la necesidad y por lo caros que están. Esas latas cayeron hasta en el río y allá nos metimos en esa agua helada a rescatarlos.
La historia con las semillas es igual, cuenta Toro, desde el terreno donde crecen sus zanahorias. En el último año no ha logrado conseguir semillas de la categoría f1, que son de las mejores. Por un sobre de la marca Olimpo, que hace tres meses le costaba Bs. 15 mil, tuvo que pagar Bs 70 mil hace menos de una semana, a mediados de octubre.
–¿Y cómo haces para seguir costeando el trabajo si los precios suben y aún no es época de cosecha?
-Pues me metí a mototaxista. De alguna manera tengo que aportar algo a la casa. Allá somos cinco y papá ya no puede con todos los gastos.
–Pero San Antonio es muy pequeño, ¿cuántas carreras puedes hacer al día?
-Es que no solo ruedo por aquí, también voy a Pueblo Llano (a 15 minutos), a Apartaderos (a 25 minutos) y así…
-¿No siembras papas?
-No, es que la papa necesita más insumos que la zahanoria, hay que estarla fumigando cada ocho días y es más costoso. En época de lluvia, apenas caen unas goticas hay que fumigar cuantas veces sea necesario, porque sino la papa se quema como si le lanzaran agua caliente y con las cosas de caras como están, a mí no me da el bolsillo para invertirle tanto a una siembra. Con la zanahoria es distinto, se fumiga cada 15 o 22 días.
Precisamente por su cualidad de pueblo productor, en Santo Domingo no es necesario que los pequeños locales de hortalizas vendan papas o zanahorias.
-No, ¿pa’ qué? Aquí todos sembramos y el que no tiene pues le regalamos. La vendemos es a los camiones que llevan sacos y sacos por ejemplo a Caracas, de donde es usted.
-Donde el kilo de papas puede costar hasta 300 bolívares…
-¿300 bolos? ¿Quiere que le acomodemos un saco y se lo lleva de regalo?
Cerca de la parcela de José Gregorio hay un criadero de cerdos y otro de truchas. Sus colegas productores están en la misma situación por la escasez de insumos. En el último año, a los cerdos los alimentan con restos de las cosechas de hortalizas porque el alimento adecuado, conocido como nepe, es difícil de encontrar. De conseguirlo, es «muy caro», aseguran. A los peces, que nunca faltan en la lista de deseos de los turistas que visitan este lugar, los mantienen con alimento para cachamas.
-La trucha harina no la producen aquí. La importábamos de Ecuador, Chile o Estados Unidos pero ya no podemos porque dejaron de aprobarnos dólares preferenciales y hacerlo por cuenta de la empresa, a dólar negro, es imposible- cuenta un señor sin levantar la mirada de la mesa de pescados, a los que va destripando uno a uno.
-¿Qué ocurre por no alimentar a las truchas como deberían?
-Que tardan más en crecer para estar listas. Con el alimento importado, un pez se tardaba 15 meses en salir, ahora tarda el triple, 45 meses. Por eso en algunos restaurantes de aquí a veces no tienen truchas y por eso en las pescaderías lo venden caro, a 1500 bolívares el kilo cuando antes costaba 200.
La mitad de la conversación con José Gregorio y el resto de los productores se desarrolla en los alrededores de su parcela. La otra mitad después, a bordo de su moto. Cuando vamos rodando hacia el Pdval, en la búsqueda de algún producto básico, lo detiene un bombero.
-Mire, bájese con seis mil- le dice el uniformado
-Listo, listo, mañana cuadramos eso- le respondé el chico. Enseguida explica que no se trata de una «matraca» como todas, sino de lo que le cuesta la licencia de conducir, que aún no la tiene.
-¿Ese bombero te la va a conseguir?
-No, él tiene un amigo que conoce a un fiscal en El Vigía y es el que hace esos trámites. La plata es no es pa’ él sino pal’ otro, pa’ que me la saque rápido porque dice que no hay plástico.
Ni plástico para las licencias, ni insumos para los productores, ni suficientes productos en Pdval y Mercal. Aún así, quienes viven en ese pueblo hacen cola a diario y sus brazos son marcados con el número que les toque, para comprar lo que llegue a los mercados. Generalmente es harina, arroz, leche y pollo. Otros productos de higiene como shampoo, toallas sanitarias y papel higiénico, los compran en bodegas, a precio de bachaquero, es decir, el doble, porque en los abastos del Gobierno jamás los venden.