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Osman Palacios estaba estacionando un carro cuando escuchó un grito agudo y fuerte. “Ay, no, otro indigente pidiendo plata tan temprano”, pensó. Eran las 7:15 am, y apenas tenía una hora de haber empezado a trabajar. Se bajó del vehículo, cerró la puerta y mientras metía las llaves en un koala, donde suele guardarlas todas, vio a mucha gente correr a su alrededor. De inmediato, presenció una escena en la que terminaría involucrado: un policía y un delincuente tirados en el suelo, justo sobre el cruce peatonal, en medio de un forcejeo por una pistola.

“Cuando empecé a acercarme desde donde estaba, porque estaba como a diez metros, veo que es Giancarlo quien tiene al malandro sometido. Pero cuando ya lo estaba levantando se resbaló y soltó la pistola. Él quedó arrodillado, levantó las manos, rendido, pero el malandro fue más ágil, agarró la pistola y en menos de un segundo le cayó a tiros y salió corriendo“.

Lo que ocurrió fue que dos delincuentes intentaron robar a los clientes de la panadería La Flor de Altamira, la mañana de ese martes 6 de octubre. Un cliente se percató de que estaban armados y los dos policías que tienen esa zona asignada los sacaron del lugar. Afuera se produjo el tiroteo. Los delincuentes, quienes finalmente fueron capturados, intentaron huir. El policía herido se salvó de sumarse a la lista de los 252 funcionarios asesinados en el país en lo que va de 2015, según el registro que lleva la Fundación para el Debido Proceso (Fundepro), actualizada hasta el miércoles 7 de octubre.

Desde el lugar donde acababa de estacionar el vehículo, Osman también corrió hasta donde había quedado herido Giancarlo Ruta, de 36 años de edad y 16 de servicio en Polichacao. Lo ayudó a levantarse y lo guió para cruzar la calle hasta la clínica El Ávila, al frente de donde le dispararon. Una de las balas le perforó el cuello y le atravesó la traquea. Aún así, el policía pudo caminar, apoyado en Osman. “Menos mal, porque ese pana mide como dos metros y es así: todo relleno, bien macizo”, dice, mientras sube sus brazos e intenta recrear la humanidad del policía, superior a la suya, de aproximadamente 1,65 metros de estatura.

Ambos estaban bañados en sangre y así llegaron hasta la emergencia, ubicada en el sótano del recinto médico. Tuvieron que tomar las escaleras para no esperar por el ascensor. “En el trayecto yo le gritaba, le pedía que me hablara, que no se me fuera a desmayar ahí. Él no me decía nada, estaba como desorientado, cerraba los ojos, pero caminaba rapidito”, cuenta Osman. Cuando iban bajando, el policía logró articular algunas palabras para pedir auxilio, en medio de su desesperación. Lo poco que dijo quedó grabado en la memoria del parquero: “Ayúdenme, ayúdenme. Mis hijos, mis hijos. Aýudenme”, fue lo único que el funcionario alcanzó a decir.

¿Qué como me siento de haber ayudado? Pues bien. Eso yo lo hubiese hecho por cualquiera en esa situación, pero por Giancarlo más rápido, lo que pasa es que a él lo conozco desde hace ocho años, desde que trabajo aquí”, dice este hombre de 41 años, de origen colombiano, pero con 14 años de historia en Venezuela.

Osman es el parquero de la panadería La Flor de Altamira, ubicada en la 6ta avenida de Altamira, en Caracas, frente a la clínica El Ávila. Se levanta a las 3:50 am, sale de su casa en El Junquito a las 4:40, toma un jeep hasta Antímano y ahí una camioneta hasta su lugar de trabajo, que inaugura todos los días a las 6:00 am y termina a las 2:00 pm, cuando llega relevo. “Dale, déjalo aquí”, “retrocede y endereza el volante”, “bájate, que te lo estaciono”, son las frases que más dice a diario, junto a las “gracias” que suelta tras cada propina por vigilar un carro.

En la zona todos lo conocen y lo saludan con cariño. Ahora con más razón. “Epa, ¡aquí está el héroe!”, le grita una señora que pasa caminando. “Qué más, mi doña”, le contesta él, con una sonrisa tímida. Después reconoce que le da pena que lo halaguen de tal manera: “No, yo no soy ningún héroe, el héroe fue el doctor que le salvó la vida”.

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El funcionario fue atendido de inmediato. Fue operado, estuvo en terapia intensiva y tardó un día en despertar. Cuando abrió los ojos, recordó todo lo que había pasado. Sabía por qué estaba en esa cama, lleno de cables y vendas. “Como todavía no puede hablar, me hizo una carta y me la mandó con la esposa del alcalde Ramón Muchacho. Eran pocas palabras, pero fue muy significativo”, expresa Osman. Lo que esas líneas decían es lo mismo por lo que se sonroja cada vez que alguien le dice que es un héroe: “Osman, me salvaste la vida. Gracias, te quiero”, escribió el funcionario, quien ahora está en recuperación y con las visitas restringidas. Ya puede sentarse, aseguró un policía del mismo cuerpo de seguridad, en el pasillo del piso 5 durante la mañana del viernes 9 de octubre: “Está mucho mejor, gracias a Dios. Ahí va, recuperándose”.

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Ese viernes en la mañana, a Osman le permitieron entrar a verlo unos minutos. “Apenas me vio, me levantó la mano y yo se la choqué. Pidió un lápiz y un papel y me volvió a escribir lo mismo, que le salvé la vida. Ahí yo aproveché para chalequearlo (bromear) y le dije: ‘Bueno, estás endeudado conmigo. Me debes una‘. Él se echó a reír. Luego le dije que me debía la chemise porque me la manchó toda de sangre. Fue un bonito momento, menos mal que se puso bien y que eso pasó aquí,  frente a esta clínica”, relata este hombre, que ha dedicado buena parte de su vida al negocio del valet parking. Lo que hace le ha dado para vivir todos estos años y así se compró su casa, donde ahora vive solo, pues su esposa y sus cinco hijos se marcharon hace poco a Colombia. “Yo también me iré pronto, pero los mandé a ellos primero. Es que las cosas en este país no están bien”, confiesa, parado en el medio de la calle, mientras da instrucciones a una mujer para que se estacione de la mejor manera posible en esa calle repleta de carros.

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Por ahora, prefiere no contarle nada a su familia de lo que ocurrió, aunque él no haya sido afectado físicamente. “Al día siguiente vine a trabajar, pero cuando llegué aquí y me acordé de todo, me puse mal. Le dije a mi jefe que no me sentía bien para trabajar, sobre todo porque mi trabajo es con el público. No estaba bien anímicamente, porque en ese momento las noticias sobre Ruta no eran buenas. Estaba en terapia intensiva aún. Entonces me fui a mi casa y fue por eso que en ese momento no le dije nada a mi familia. No quiero que se preocupen sabiendo que yo estoy aquí solo”.

Osman nunca había estado en una situación similar, en la que le tocara intervenir. Otras veces sí ha estado cerca de la violencia: en los últimos seis meses vio cómo asesinaron a un delincuente que “iba a robar a un tipo, éste le sacó una pistola y lo dejó pegado de una vez en el piso”, y se enteró de un escolta asesinado cerca de la zona. Al final de la conversación, en el medio de la calle, en su lugar de trabajo, reflexiona sobre lo que hizo: “Es la primera vez que me toca actuar ante algo así y aunque no me siento héroe ni me causa gracia mi actuación en ese caso, sí me siento orgulloso de haber ayudado a un amigo que además es policía. Ojalá todos los policías de este país corrieran con la misma suerte”.

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